La memoria. / Fuente: vpchothuegoldenking.com

Qué descomunal error creer que la existencia de internet, con su Google y otros, nos ahorra la memoria, nos exime de su posesión y empleo. El periodista debe tener memoria, usarla con frecuencia y acierto, y para ello tiene que haberla adquirido y ejercitado; forma parte del ejercicio de su oficio. Pero la facultad de recordar parece ser poco apreciada, y no digamos ya la de memorizar, que primero sorprende y luego es mirada con recelo: “Menudos friquis, ¿a qué viene eso de aprenderse las cosas de memoria, hacer el esfuerzo de retener, ser capaces de recordar a voluntad?”. Y como se teme lo que se desconoce, la persona dotada de memoria es vista con recelo por sus próximos. En qué mundo tan sorprendente vivimos.

¿Para qué necesita memoria el periodista, si dispone de una macrodocumentación digital que puede sustituirla? Pues porque una y otra no son lo mismo: documentación y memoria se apoyan entre sí pero no son reemplazables una por otra. La posibilidad de recordar –por medio de la memoria o de la documentación digital—de nada sirve sin la capacidad de comprender.  Recordar lo sucedido y comprender los cómos y porqués de lo ocurrido. Por eso la memoria del periodista es necesaria en su oficio, porque no es únicamente de obtener la disponibilidad de lo que acaeció en el pasado sino de ser capaces de comprender y explicar lo que entonces sucedió.

El periodista no es únicamente alguien que relata lo que acaba de suceder. Si se le considera así pronto acabará por ser sustituido por algún dispositivo de inteligencia artificial (si es que existe cosa digna de tal nombre, pero esa es otra discusión). El periodista cuenta lo que ha pasado para que el lector, espectador u oyente acabe por comprender lo sucedido y, si es el caso, en qué medida puede afectarle. El periodista no es un heraldo sino un intérprete y un hermeneuta de la realidad. El periodista es un profesional que nos presta un servicio que nadie más realiza: explicar a pie de calle y a todo el mundo lo que pasa y porqué pasa lo que pasa. El periodista ayuda a que los ciudadanos formen su opinión para después tomar decisiones por su cuenta.

La memoria del periodista le proporciona antecedentes y contexto para situar el presente en una dimensión temporal e histórica. Ello le ayuda a interpretar para sí mismo y así luego interpretar para otros. Tiene que haber comprendido lo que antes sucedió para poder explicar de manera suficiente lo que sucede ahora. En eso se ve qué tipo de memoria es la memoria que un periodista debe poseer y usar. Es una memoria que no sólo recuerda sino que explica, contextualiza, interpreta. No es una memorización mecánica que retrae un dato del pasado sino una memoria creativa que además de recordar lo pasado construye elementos que apuntan hacia el futuro.

Pero para poder ser capaces de hacer todo eso hemos de comenzar por el principio: ejercitar la memoria para poder recordar. Y en la actualidad vivimos en un presentismo adanista que cada vez se extiende más. Todo tiene una causa y cualquier elemento que aislemos para su consideración es un efecto de una causa anterior, colateral o concurrente. No podemos manejarnos con las causas si las ignoramos, y para conocerlas debemos recordarlas. Tenemos que acostumbrarnos a memorizar las cosas, mediante la atención concentrada y, si es necesario, usando la repetición. Se ha venido desacreditando últimamente el aprendizaje por memorización, cuando necesitamos más que nunca ser capaces de memorizar precisamente para poder ser operativos en un tiempo en que todo va muy acelerado. Nada hay más veloz que una idea y memorizar nos hace rápidos y eficientes. Yo memorizo las cosas porque soy perezoso; me sé de memoria los números de teléfono de mi agenda para ahorrarme consultar el directorio. Me he acostumbrado a recordarlo casi todo porque así llevo conmigo un acervo de conocimiento al que puedo recurrir en cualquier instante. Puedo ahora mismo recitar de memoria –¡cantando!– las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir que aprendí de memoria en la escuela cuando era niño, y ahora soy más rápido que una calculadora con esas operaciones. No es una virtud sino sentido práctico.

En cualquier momento podemos comenzar a cultivar nuestra memoria. Es tan simple como esto: prestar atención a las cosas, concentrarnos en ellas, hacer el acto de voluntad de retenerlas. Lo que de este modo se considera y trata no se borra de la memoria a no ser que medie una afección neurológica. Incluso quienes en la vejez sufren de alzheimer recuerdan la música que una vez fue importante en sus vidas: porque en el pasado entregaron su atención a ella y este acto les conmovió entonces y sigue haciéndolo ahora. De modo que entrenar la memoria es, en el fondo, entrenar la sensibilidad del corazón. Entregar a fondo nuestro ser a lo que vivimos, en vez de pasar de puntillas por la realidad como si no fuera con nosotros. Vivir con intensidad lo que nos viene en lugar de hurtar el cuerpo a la vida. Vivir con memoria, capacidad de memorización, es no solamente actuar como un periodista excelente, es vivir como un verdadero ser humano.

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