Desde la celebración del referéndum del Brexit en otoño de 2016, son muchas las personas que se preguntaban si algún día podría ser factible que se repitiera esta misma situación en Catalunya. No fueron pocos los políticos que lo usaron para plantear esta posibilidad como método para resolver el conflicto político que se vive en Catalunya desde hace tiempo.
Por aquél entonces, David Cameron convocaba un referéndum para plantear a la ciudadanía la posibilidad de permanecer en la Unión Europea o, por el contrario, salir de ella. Los partidarios de desvincularse culpaban al máximo estamento europeo de todos los males del país.
Quizá la máxima expresión de este enfrentamiento entre la sociedad se manifestó con la dimisión de Jo Johnson, hermano del primer ministro Boris Johnson, de su escaño en Westminster. La valoración que hacía era su dilema entre “la lealtad familiar y el interés nacional”. Como tal, él prefería anteponer el interés nacional a las políticas que estaba llevando a cabo su hermano.
Por su parte, Boris Johnson seguía reivindicando la aplicación del Brexit y se vanagloriaba de haber llevado a cabo lo que consideraba el mandato encomendada por la mayoría de la ciudadanía británica.
Relacionado con esto, también es interesante la reflexión sobre si con la celebración de un referéndum realmente se busca dar una solución al problema o si se trata únicamente de una huida hacia delante de los políticos, por no saber solucionar los problemas y sumir al país en un camino de no retorno.
En lo que respecta a la situación que se vive en Catalunya, se llegan a encontrar algunas (no pocas) similitudes. Se puede marcar el inicio con el conocido como “pacto del Majestic”en 1996, con la mítica fotografía del apretón de manos entre José María Aznar y Jordi Pujol. Con ese acuerdo, la ya extinta CiU apoyaba la investidura del PP en Madrid a cambio de que los populares les devolvieran el favor en Catalunya. A partir de aquí, se inicia una etapa en la que se aumentan las competencias de la Generalitat en Catalunya, y crece el autogobierno. A mediados de los 2000, por razones puramente electoralistas, después de perder la Moncloa a manos de José Luis Rodríguez Zapatero, el PP inicia una ofensiva que cree que le puede reportar votos en el resto de España, focalizando su crítica en la cuestión del Estatut. Se lleva a cabo incluso una recogida de firmas contra un pacto que fue aprobado por la mayoría del Parlament y que contaba con el apoyo total del presidente Zapatero, recordado por su famoso “apoyaré”.
Paralelamente, con el paso de los años, CDC está cada vez más cercada por sus múltiples casos de corrupción, entre los que incluimos el caso del 3%, Félix Millet y la financiación ilegal del Palau de la Música… Artur Mas, totalmente acorralado, decide sumergirse y asumir como propio el discurso independentista, que por aquél entonces era un movimiento prácticamente residual en Catalunya, y plantea un pulso al Estado. Todo ello acaba desembocando en una sucesión de hechos ya perfectamente conocidos. La caída (o “paso al lado”) de Mas propiciada por la CUP en enero de 2016 da paso a la llegada de Carles Puigdemont. Después de haber realizado una consulta el 9 de noviembre de 2014 (por la que Mas acabaría inhabilitado años más tarde), se fija la celebración de un segundo referéndum para el 1 de octubre de 2017. El Estado prohíbe totalmente que esa consulta se lleve a cabo, y envía a Policía y Guardia Civil a cargar en centenares de colegios electorales, con un balance de heridos absolutamente estremecedor. Semanas más tarde, Puigdemont huye a Bélgica, mientras la mayoría del Govern es encarcelado en prisión preventiva, hasta la celebración de un juicio que les impone duras penas de cárcel, que llegan hasta los 14 años en el caso del ex vicepresident Oriol Junqueras.
La conclusión que podemos sacar de todo esto es el planteamiento moral que deberíamos hacernos todos sobre si la ciudadanía es el escudo de los políticos para justificar sus errores y sus huidas hacia delante. En el caso del tweet de Boris Johnson, se ve cómo el líder conservador hace suyo el resultado del Brexit y, desde el punto de vista del bando ganador, promete unir a todo su país. En el tweet del expresident Carles Puigdemont, en una línea similar, reivindica los resultados del 1-O y plantea a su vez un ultimátum: insta al Estado a negociar, pero advirtiendo que si no hay respuesta positiva, tirarán para adelante igualmente.
Es sin duda una reflexión interesante que se expande casi a un punto de vista sociológico, sobre hasta qué punto la ciudadanía es responsables de los hechos de la clase política. Lo mínimo que se puede decir es que se vive en un círculo vicioso en el que existe una clase política que utiliza a la población para establecer un “relato”, pero al mismo tiempo son también la mayoría de los ciudadanos los que compran, a la hora de votar, ese relato, y como tal lo legitiman.