El historiador israelí, autor de varios Bestseller, sostiene que solo la cooperación global es la salida a la pandemia y el gran desafío será dejar la hipervigilancia y el aislamiento nacionalista.
En tiempos en que prima el temor de contraer coronavirus y la preocupación por la capacidad de los sistemas de salud de cada nación para hacerle frente, el historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari publicó en el diario Financial Times una exhortación a los gobiernos más poderosos del mundo para dejar de lado los nacionalismos y los monopolios, haciendo un llamado a actuar globalmente y servirse de las tecnologías para ponerlas al servicio de los ciudadanos.
En un artículo publicado bajo el título “El mundo después del coronavirus”, Harari plantea que el primer dilema en los próximos años estará entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano, y el segundo será entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global.
El autor postula que varias medidas aplicadas actualmente a raíz de la crisis tendrán que ser asimiladas como parte de nuestra rutina diaria porque esa es la naturaleza de las emergencias: generan cambios rápidos en los procesos históricos.
“Las decisiones que en tiempos normales podrían llevar años de deliberación se aprueban en cuestión de horas. Se ponen en servicio tecnologías inmaduras e incluso peligrosas, porque los riesgos de no hacer nada son mayores. Países enteros sirven como conejillos de indias en experimentos sociales a gran escala. ¿Qué sucede cuando todos trabajan desde casa y se comunican solo a distancia? ¿Qué sucede cuando escuelas y universidades enteras se conectan? En tiempos normales, los gobiernos, las empresas y las instituciones educativas nunca aceptarían realizar tales experimentos”, dice el autor de Homo Deus: breve historia del mañana.
“Enfrentamos dos opciones particularmente importantes. La primera es entre la vigilancia totalitaria y el empoderamiento ciudadano. La segunda es entre el aislamiento nacionalista y la solidaridad global”
En este momento de crisis, explica Harari, poblaciones enteras deben cumplir con ciertas pautas o reglamentos, y existen principalmente dos formas de lograr esto: con vigilancia totalitaria y/o empoderamiento ciudadano.
“Un método es que el gobierno monitoree a las personas y castigue a quienes infringen las reglas. Porque hoy, por primera vez en la historia humana, la tecnología hace posible monitorear a todos todo el tiempo… ahora los gobiernos pueden confiar en sensores ubicuos y algoritmos poderosos en lugar de fantasmas de carne y hueso”, indica el historiador.
“Varios gobiernos ya han implementado las nuevas herramientas de vigilancia. El caso más notable es China. Al monitorear de cerca los teléfonos inteligentes de las personas, haciendo uso de cientos de millones de cámaras con reconocimiento facial, y obligando a las personas a verificar e informar sobre su temperatura corporal y condición médica, las autoridades chinas no solo pueden identificar rápidamente portadores sospechosos de coronavirus, sino también rastrear sus movimientos e identificar a cualquiera con quien hayan mantenido contacto. Una gran variedad de aplicaciones móviles advierten a los ciudadanos sobre su proximidad a los pacientes infectados” detalla Harari.
Pero este tipo de tecnología no se limita solo a China: “El primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, recientemente autorizó a la Agencia de Seguridad Israelí para usar tecnología de vigilancia -normalmente reservada para combatir terroristas- para rastrear pacientes con coronavirus. Cuando los miembros del parlamento se rehusaron, Netanyahu aplicó un ‘decreto de emergencia’ para usar esta tecnología de todas formas”, agrega el escritor israelí.
Podríamos argumentar, tal como señala Harari, que no hay nada nuevo en esto, ya que, en los últimos años, tanto los gobiernos como las corporaciones han estado utilizando tecnologías cada vez más sofisticadas para rastrear, controlar y manipular a las personas. Pero la diferencia recae no solo en que se normaliza el uso de herramientas de vigilancia masiva en países que hasta ahora lo habían rechazado, sino más grave aún, se deja ver una transición dramática de una vigilancia “sobre la piel” a una bajo esta.
Con estas herramientas y datos, indica el autor, los algoritmos pueden saber si estás enfermo antes de que tú lo sepas, y también sabrán dónde has estado y con quién has compartido. Las cadenas de infección podrían acortarse drásticamente y un sistema así podría detener la epidemia en cuestión de días. Suena alentador…
Pero la problemática que plantea el escritor es que estás medidas temporales de control, tomadas durante un estado de emergencia, tienen el desagradable hábito de sobrevivir a las emergencias, especialmente porque siempre hay una inminente desgracia al acecho.
“Incluso cuando las infecciones por coronavirus se reducen a cero, algunos gobiernos hambrientos de datos podrían argumentar que necesitan mantener los sistemas de vigilancia en su lugar porque temen una segunda ola de coronavirus, o porque hay una nueva cepa de ébola en África central, o porque… entiendes la idea. Se ha librado una gran batalla en los últimos años por nuestra privacidad. La crisis del coronavirus podría ser el punto de inflexión de esta batalla. Para cuando las personas tienen la opción de elegir entre privacidad y salud, generalmente elegirán la salud”, plantea el autor de Sapiens: de animales a dioses.
El historiador señala que pedirle a la gente que elija entre privacidad y salud es, de hecho, la raíz del problema: “Podemos y debemos disfrutar tanto de la privacidad como de la salud. Podemos elegir proteger nuestra salud y detener la epidemia de coronavirus no instituyendo regímenes de vigilancia totalitaria, sino empoderando a los ciudadanos. En las últimas semanas, Corea del Sur, Taiwán y Singapur organizaron algunos de los esfuerzos más exitosos para contener la epidemia de coronavirus. Si bien estos países han utilizado algunas aplicaciones de seguimiento, se han basado mucho más en pruebas exhaustivas, en informes honestos y en la cooperación voluntaria de un público bien informado”.
“Una población bien informada y auto-motivada, usualmente es más poderosa y efectiva que un pueblo ignorante vigilado por la policía”
Por eso es que el autor de la columna propone dar directrices convincentes, basadas en liderazgos confiables: “El monitoreo central y los castigos duros no son los únicos métodos para lograr que la gente cumpla con lineamientos en su beneficio. Cuando a la gente se le dicen datos científicos, y cuando las personas confían en las autoridades públicas que les digan esos datos, los ciudadanos pueden hacer lo correcto sin un ente vigilante que vea sobre sus hombros. Una población bien informada y auto-motivada, usualmente es más poderosa y efectiva que un pueblo ignorante vigilado por la policía”.
La segunda disyuntiva importante que el coronavirus pone sobre la mesa, es la determinación de las grandes potencias de conservar el espíritu nacionalista y la búsqueda del beneficio económico en tiempos de crisis por sobre la cooperación internacional. “Tanto la epidemia en sí misma como la crisis económica resultante son problemas globales. Ambas se pueden resolver efectivamente mediante la cooperación global”, dice el docente.
“Para vencer al virus tenemos que compartir información globalmente. Esa es la mayor ventaja de los humanos por sobre los virus. Un virus en China no puede intercambiar ideas con un virus en Estados Unidos sobre cómo infectar humanos. Pero China le puede enseñar a Estados Unidos muchas lecciones valiosas sobre el coronavirus y cómo lidiar con él”, plantea el autor de 21 lecciones para vivir el Siglo XXI.
“La humanidad necesita tomar una decisión. ¿Recorreremos el camino de la desunión, o adoptaremos el camino de la solidaridad global? Si elegimos la desunión, esto no solo prolongará la crisis, sino que probablemente dará lugar a catástrofes aún peores en el futuro. Si elegimos la solidaridad global, será una victoria no solo contra el coronavirus, sino contra todas las futuras epidemias y crisis que podrían asaltar a la humanidad en el siglo XXI”, sentencia Harari.