Se habla de fomentar el apoyo al comercio cercano, de consumir productos de proximidad y de acortar lo máximo posible la cadena que une la producción y el consumo. Ello sucede al mismo tiempo que reclamamos a la información que nos ponga el mundo en la palma de la mano, que nos mantenga conectados con nuestra red más extensa de amistades y contactos y que haga realidad para nosotros aquella “aldea global”, término acuñado por Marshall McLuhan a partir de su teorización primigenia de la mundialización de la información y la comunicación, que a su vez suscitaría la “gran mediatización”, que es como describe José Manuel Pérez Tornero la actual fase del proceso de ese cambio de civilización. Hay quien habla de lo “glocal” como manera de describir la complejidad de nuestra relación con lo que es lo parece ser global y local al mismo tiempo: en la sociedad compleja las cosas no son tan simples, de modo que el actualmente denostado Jeff Bezos, el dueño del gigante del comercio mundial Amazon tan criticado por los “proximalistas” es precisamente el único empresario americano que ha tenido los arrestos suficientes para comprar el diario The Washington Post e invertir en contratar más periodistas y en más información en lugar de menos. La mirada del periodista nunca debe confundirse con la del activista si desea percibir la complejidad de la realidad en todos sus matices.
A medida que avance el actual proceso de transformación de la humanidad y el mundo –cuyo episodio de la pandemia del covid-19 es solamente una primera etapa de aceleración de los correspondientes cambios—saltará cada vez más a la vista la complejidad de la realidad en la que ya vivimos. En los numerosos actos celebrados a lo largo del ciclo Argonautas se ha expuesto una gran cantidad de hechos que muestran cómo la comunicación, en su concepción más amplia y actual, es capaz de dar cuenta de manera adecuada de muchos aspectos de la realidad humana y situarse así en las filas más avanzadas de las ciencias sociales y humanas de la actualidad.
Así se comprende que cinco premios Nobel de la Paz hayan llegado a participar de una vez en Argonautas para conversar con una audiencia de alcance mundial algunos de los problemas más acuciantes de la humanidad. Y por primera vez no sólo en la historia de la Facultad de Ciencias de la Comunicación sino en la de la Universidad Autónoma de Barcelona se ha celebrado un ciclo de tan extendida duración y variada y distinguida participación que constituye, en esas condiciones, un hecho singular.
La comunicación está en condiciones de mostrar la complejidad de la sociedad actual (siguiendo la teorización y el estudio de Edgar Morin) y el periodismo debe ser capaz de llevar al gran público las bases del pensamiento crítico que permite percibirla y explicarla. Si el periodismo es, como dijo nuestro añorado Lorenzo Gomis, “un método sucesivo de análisis de la realidad social”, el periodista es el analista que lleva a la realización la práctica de tal método. Muchas dimensiones conlleva la condición de periodista: perseguidor de la verdad que subyace a los hechos y que permanece oculta tras las apariencias del devenir que llamamos actualidad.
Esa condición conduce al periodista a una posición peculiar, próxima al dictum de Karl Marx acerca de que “hasta ahora los filósofos han tratado de explicar el mundo; ahora de lo que se trata es de transformarlo”. Si explicar la sociedad compleja es tarea ardua, no digamos ya la de transformarla. Y con todo el periodista no puede renunciar a volar con esas dos alas, porque su búsqueda de la verdad le encara con una dura realidad: hacer frente a los dilemas éticos que conlleva esa persecución. Esa es la tensión, a veces trágica, de la condición y la práctica profesional del periodista. Debe ser capaz de percibir la complejidad que reside tras la apariencia simple de determinadas cosas, y para ello situarse en un escepticismo que no es equidistancia sino apertura honesta a las realidades diversas. Pero al mismo tiempo, al perseguir la verdad para que emerja ante el público, debe tomar partido por los débiles, los vulnerados y los sometidos porque si esa verdad no les defiende a ellos no tiene justificación ética.