Norby Pulido, hija de activistas políticos de Villarrica, Tolima, regresa a su pueblo después de 20 años para liderar las juntas de acción vecinal y promover proyectos de transformación social en el territorio
En Villarrica el sol es agradable, como de primavera. Brillante. Es domingo y la plaza está llena de voces. Viva. Todo se mueve. Cientos de campesinos bajan de sus veredas a vender su cosecha, a negociar el transporte de su carga, a pasear por la plaza en la que un grano de café gigante señala el kilómetro cero de todas las direcciones.
Bajan también a hacer gestiones en la alcaldía, que estrena un nuevo horario de atención, los fines de semana. “Es el primer domingo que trabajamos. Queríamos que el campesino fuera tenido en cuenta y si no lo atiende la primera autoridad del municipio, estamos fregados. Entonces logramos que la alcaldía abriera los sábados todo el día y el domingo en la mañana. Es la única forma de que los campesinos sean escuchados, porque en Villarrica somos 33 veredas y las veredas quedan muy lejos”.
En 1976, en una de esas veredas a más de una hora de camino en coche desde el pueblo de Villarrica, nació la impulsora de los nuevos horarios. Es Norby Pulido Robayo, la nueva coordinadora de juntas de la alcaldía de Villarrica. En su vereda, La Colonia, el clima es diferente. La primavera da paso al otoño. Llueve y el viento exige buscar algún abrigo para librarse del frío que anuncia el páramo. El punto es estratégico. Fue durante muchos años un paso entre el sur del Tolima, el Caquetá y las importantes zonas de El Delirio, La Caucha, Ucrania y La Uribe. Quizás los nombres de los municipios o veredas de pocas o ninguna casa son desconocidos, pero es la zona en la que se instaló, desde 1965, el cuartel general de la guerrilla de las FARC hasta la década del 90, el campamento de Casa Verde.
Nací en La Colonia, una vereda histórica
“Norby Pulido es nacida y criada en La Colonia, una vereda de aquí de Villarrica, Tolima. Soy hija de líderes del Partido Comunista. Mis padres habían vivido en La Colonia toda su vida, pero por motivos del conflicto tuvieron que irse, y nosotros, también nos fuimos. Viví veinte años fuera y hace tres años volví”.
Es la segunda de siete hijos y trabaja en la gestión municipal con el objetivo de articular procesos de organización comunitaria en Villarrica: “trabajo con los líderes”, señala. En La Colonia también es domingo, pero la actividad mermó desde hace más de medio siglo. En la vereda hasta el silencio parece que se quedó congelado después de que entre 1955 y 1956 la región de Villarrica fuera declarada “zona de operaciones militares” y, por tanto, azotada duramente por el gobierno del General Gustavo Rojas Pinilla. Para entonces, La Violencia en Colombia había recién empezado después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948.
Norby señala a esos primeros años de la Violencia como los detonantes del conflicto en Colombia: “Esa época fue dura, es lo que cuentan nuestros padres. La guerra de los liberales y conservadores fue dura para ellos. De ahí fue que surgió el conflicto entre el Estado y las FARC. En esas guerras nos involucraron mucho a nosotros, los campesinos, a las personas con un partido diferente. Fue una guerra de la población civil, de los campesinos, con el Estado”.
El movimiento guerrillero estuvo ligado a la región de Villarrica desde su fundación. «En este sector crecimos con la imagen de las FARC. Siempre. Yo, por ejemplo, conocí las FARC cuando tenía unos 7 añitos, pero tenerles miedo a las FARC no porque nosotros crecimos con ellos. Le teníamos más miedo en esa época a la misma fuerza pública que a las FARC. A pesar de que no vivieran aquí todo el tiempo, esta zona era un camino para ellos, encontrarlos en la carretera era para nosotros muy normal”, indica Norby.
La zona del Sumapaz fue un escenario muy importante para la expansión de las FARC. El informe Panorama actual de la región del Sumapaz, elaborado por la Vicepresidencia de la República, señala que el territorio se caracterizaba por “un enraizado apoyo a la izquierda, que se relaciona con los otros procesos históricos de la región, con la lucha agraria y con la violencia y que además permite entender la vulnerabilidad de la zona como escenario del conflicto y a sus habitantes como sus víctimas”.
Fui, pero me devolví bien rápido
La presencia de las FARC en Villarrica se intensificó en la década de los ochenta y, particularmente, a partir de 1986. Nadie en la zona logró mantenerse al margen y la guerra y sus acciones tocaron completamente a Villarrica en muchos periodos. A Norby Pulido el conflicto le cambió la vida: “Mucho. El conflicto armado me afectó mucho”. Norby hace una pausa y levanta la mirada hacia su propio pasado mientras se toma las manos y piensa en sus propias palabras. Sonríe y abre sus ojos negros.
“Cuando tenía 15 años… yo me fui para las FARC”. La lluvia que cae sobre su casa en La Colonia toma protagonismo durante algunos segundos de silencio. “Fue precisamente por ese mismo tema de la persecución del Estado a mis padres, porque ellos tenían una forma diferente de pensar. Uno como que se va involucrando, porque siempre viví como untada del tema del partido. De todas maneras duré sólo 2 años allí. A los 17 años deserté”.
“Cuando nosotros estábamos aquí en el campo uno escuchaba maravillas. Hablaban de la igualdad de condiciones, que no deberían existir colores políticos, sino que siempre todos deberíamos de tener las mismas oportunidades. Pero cuando uno llega allá se da cuenta de que todo es diferente”. Además, recalca Norby, la situación de las mujeres en las FARC tampoco era la mejor: “en todo lado hay machismo, y la mujer siempre es cohibida de muchas cosas. Siempre, en todos lados”.
Las consecuencias de su corto paso por la guerrilla fueron importantes. Sus padres sufrieron una persecución política y “les tocó prácticamente abandonar la región”. A su regreso, ella también tuvo que marcharse porque “ya todo el mundo tenía conocimiento de quién era Norby Pulido”.
“Me fui para la ciudad. Conseguí esposo, tuve tres hijos y formé una familia. Después de 20 años decidí volver a mi región. Nunca la abandoné. Siempre venía a Villarrica porque aquí están mis raíces, mi familia. Es que como el lazo que hay con el sitio donde uno nace es tan fuerte, como que uno viene con más empuje para hacer las cosas, para trabajar con más fuerza”. Pero con la experiencia asimilada: “Ya hemos aprendido la lección. No es bueno estar detrás de un color político sino todo lo contrario, hay que pensar en toda la comunidad«.
Norby vuelve a reír. Regresa a su rol de mujer, de madre, de lideresa: “siempre fue mi sueño volver e intentar ayudar a la gente porque yo escuchaba y veía a mis padres trabajar por la comunidad. Uno quiere siempre hacer parte de un grupo de personas líderes que quieren un cambio”. Por eso volvió a Villarrica, a liderar procesos de transformación social.
No soy una lideresa
Para llegar a Villarrica hay que seguir una ruta marcada por la propia historia de La Violencia. Al salir del Carmen de Apicalá y antes de llegar a Cunday, se asciende al Alto de Los Peligros, en donde paraban las “volquetas oficiales con su carga fatídica de hombres sacados de la cárcel para fusilarlos sin fórmula de juicio”, según señalan los autores del libro La violencia en Colombia, el texto fundacional de los estudios sobre la violencia en el país.
Pasados Los Peligros, se llega a Cunday. Si Villarrica fue considerado como un bastión del liberalismo e incluso del comunismo en la mitad del siglo XX, Cunday era visto como el centro de operaciones del conservadurismo. Según los investigadores Miguel Ángel Beltrán Villegas y Darío Villamizar Herrera, en Cunday fueron confinadas en “centros de concentración” más de 250 personas entre 1954 y 1955 detenidas en las acciones militares llevadas a cabo en Villarrica. “La Colonia ha sido azotada por muchas violencias”, comenta Norby.
Norby saluda a casi todos los villarricenses que se cruzan con ella en la calle. “Yo no me siento como una líder, pero la gente sí me ve como líder. Creo que es precisamente por mi forma de ser y por mi forma de pensar. Igualdad, tratar a todos en igualdad de condiciones, no ver estratos sociales ni nada de eso, sino tratarlos a todos de la misma forma. Yo creo que todos merecemos ser tratados igual”.
Como una mujer nacida en el campo, asume la humildad como la única forma de ejercer su liderazgo: “la sociedad necesita muchas mujeres líderes, pero que se entreguen a un pueblo, no que únicamente digan como ‘mírenme, yo estoy acá, soy una líder’, sino que lo sientan de corazón para que traten a la gente con respeto, con cariño, hasta con el mismo amor”.
Ser líder en Villarrica
La finca de Norby Pulido en La Colonia se sitúa casi un kilómetro antes de llegar al centro administrativo de la vereda, donde se concentran una veintena de casas, una tienda de barrio y, al fondo, detenida en el tiempo, la fachada de la iglesia en la cual aún son visibles las marcas del bombardeo de los años cincuenta.
Hace tres años Norby decidió volver porque “empecé a ver que Villarrica iba cada vez de mal a peor. Comencé a ver que necesitábamos un cambio y que ese cambio tenía que empezar con nosotros mismos, así que volví”. Pero las marcas de la guerra, aún visibles en los edificios y en la memoria de las personas, hacen que ser lideresa en Villarrica sea más complejo.
“Para la población es duro porque aquí aún se mueve mucho el color político. Todavía hay personas reaccionarias, que sienten que las cosas deben ser como ellos digan. Ha sido difícil, pero no es imposible». Norby menciona que, en esas condiciones, la organización social tiene más obstáculos que vencer: “aquí todavía existen colores políticos. Hay diferencias en ese tema, y se nota porque vamos a organizarnos, a proponer cosas, y la gente no cree. La gente no cree en una organización. Por el pasado, por la mentira, por la persecución”.
Según relata Norby, “durante el conflicto, desde el 85 y como hasta el 94 o 95, los que llevaban las riendas en este sector eran las FARC. Todo marchaba según las reglas de ellos”. Además, en la memoria reciente, el pueblo aún recuerda la toma guerrillera de noviembre de 1999. Varios de los edificios que destruyeron las FARC en ese ataque aún están sin reconstruir, como la misma estación de Policía o la sucursal del Banco Agrario que, desde entonces, nunca regresó al municipio. Entre 1999 y 2003 la presencia del Estado fue inexistente. La Policía abandonó el municipio y la alcaldía despachaba desde Ibagué, a más de 130 kilómetros del pueblo.
La salida completa de las FARC de la región, en el 2014, no implicó, sin embargo, una mayor presencia o la actuación del Estado para mejorar las condiciones de la población. Para Norby, la lucha de sus padres, hace 60 años, hoy se repite. Trabajar por las comunidades olvidadas en Villarrica fue su sueño y hoy se traza un objetivo: “que nos tengan en cuenta para muchas cosas, que no nos tengan tan abandonados en el tema de oportunidades agropecuarias, estamos hablando del campo. Nosotros siempre hemos estado como abandonados y la idea es salir, sacar esto a flote y decir ‘miren: existimos y queremos un cambio’. Ha sido duro, pero hemos tratado de seguir luchando«.
En su labor de líder, el trabajo de Norby Pulido se ha centrado en la construcción de proyectos que mejoren las condiciones de los campesinos. Es otro de los puntos en los que es difícil encontrar una respuesta institucional: “nosotros solamente formamos proyectos para que el campo tenga más desarrollo, aunque no hemos sido escuchados todavía. Pero seguimos luchando para que los campesinos tengamos más oportunidades, para que tengamos una mejor vida. Porque la vida aquí sigue siendo difícil. Tenemos necesidades en educación, en salud, en agricultura… todas las necesidades que ustedes se puedan imaginar”.
Su descripción es fácilmente contrastable. Para la investigadora Sonia Prada, en Villarrica no ha cambiado nada en las últimas décadas: “La carretera de acceso sigue siendo una trocha que cada invierno se convierte en la pesadilla de los viajeros y de los campesinos que intentan sacar sus productos. El hospital fue reubicado y ahora funciona en las instalaciones del Comité de Cafeteros, en arriendo. El principal colegio del municipio ha sido afectado por una falla geológica que amenaza a la población. Los más de 5.800 habitantes de Villarrica siguen sin servicio de agua potable…”.
El tiempo de la mujer es ahora
“Un olvido total y pocas oportunidades. Las mujeres aquí en Villarrica nunca nos preparamos por ser campesinas, por falta de recursos económicos, de oportunidades para prepararnos”, responde Norby Pulido cuando se le pregunta por la situación de las mujeres en el municipio. Pero ella misma señala, mientras sonríe, que ahora “las mujeres estamos resultando ser más líderes que los mismos hombres. Tenemos como más espíritu de trabajo en comunidad”.
La situación de liderazgo femenino reconocido, como en casi todo el mundo, es nueva. “En Villarrica, no. Las mujeres no han tenido un rol destacado. Estuvieron ahí, como siempre, aisladas. Aquí todavía existía el machismo. El hombre era como el que llevaba las riendas. Hasta ahora es que las mujeres están empezando a ser escuchadas y a tener participación en las decisiones. Estamos empezando», cuenta Norby. “Somos normales, campesinas comunes y corrientes, pero tenemos como más voluntad, como más entrega, creo yo. Tenemos más sentido de pertenencia, quizás también porque somos madres y hacemos las cosas más de corazón. Tratamos como de no ver condiciones económicas, sino que nos entregamos totalmente a trabajar por las personas”.
En su trabajo comunitario, como líder de las Juntas de Acción Comunal de Villarrica, las mujeres y su bienestar son una preocupación constante. Por ello se ha priorizado la presentación de proyectos que afectan a las campesinas de la región. Norby explica que hay iniciativas pensadas para el grupo de mujeres cabeza de hogar o ideas productivas como la crianza de gallinas ponedoras: “son proyectos que pretenden facilitarnos la vida porque aquí todo es pobreza”.
Norby define a las lideresas en Colombia como “mujeres pujantes, soñadoras y que quieren ayudar a las personas”, características importantes para desarrollar una labor que, en el país, se ha vuelto de alto riesgo a partir de 2017. A pesar de la situación de persecución que sufren muchos líderes y lideresas sociales en Colombia, Norby se siente tranquila y con fuerza. Dice que “hasta el momento no hemos recibido ninguna amenaza, pero aquí siempre ha existido el temor de que vuelvan grupos organizados. Se habla de panfletos, pero no han llegado a nuestras manos. De todas maneras, sí está ese temor de que lleguen a casa por el simple hecho de pedir un cambio. A mí personalmente no me ha pasado, pero ese temor sí existe”.
La paz pasa por el cumplimiento
Para Norby, uno de los puntos fundamentales para que la paz pueda ser posible en Colombia es que se cumplan los acuerdos y que se restituyan los derechos de las víctimas. Norby critica que las víctimas del conflicto no hayan recibido atenciones adecuadas: “en absoluto, la mitad de las víctimas no han sido favorecidas por el Estado. Son como pañitos de agua tibia, pero no se ven esos frutos, de que estén haciendo algo por las víctimas”.
Por eso, a pesar de que celebró los acuerdos de paz porque “se daban oportunidades y se tenían en cuenta muchos puntos a favor de los campesinos”, Norby es escéptica sobre la posibilidad de alcanzar la paz en Colombia: “en estos momentos no. No veo posible la paz. Hace un año atrás, sí, porque todo estaba muy reciente y decíamos que si cumplían los acuerdos de paz, maravilloso. Pero ahora que se están volviendo a organizar las guerrillas ya una lo ve como imposible”.
Norby Pulido es certera cuando menciona lo que hace falta para que se pueda pensar en la paz: «Los acuerdos de paz son buenos siempre y cuando sean cumplidos. Como campesina me siento representada por los acuerdos, pero hasta el momento esos compromisos no han sido desarrollados. Por eso lo único que hace falta es cumplimiento. ¡Qué cumplan!”
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