Solemos hablar del periodista como informador, precisamente como administrador del derecho democrático a la información del que son titulares y ejercientes todos los ciudadanos. Esta definición es justa pero insuficiente. La consideración democrática de la comunicación atribuye a los medios una triple misión: informar, entretener y formar. La mirada académica suele fijarse en la primera y la práctica popular, en la segunda. Pero el papel de la comunicación en la formación de la ciudadanía parece quedar olvidado en medio de la panoplia de la comunicación democrática. Y con él, el papel del periodista como formador cívico e incluso como educador popular y social.
Porque ese potencial educativo del periodista existe aunque no se realice. Incluso cuando no se practique de manera deliberada: uno puede agarrar un periódico y, de manera autodidacta, aprender geografía con las páginas de internacional, o ilustrarse con las ideas que se exponen en la sección de opinión. Cuando existen ganas de saber, cualquier cosa puede convertirse en un elemento instructivo y educativo.
Desde su misma aparición, los periódicos han cumplido ese papel educador. A menudo primer frente en la lucha contra el analfabetismo, el periódico ha sido el elemento que fue decisivo en la alfabetización popular y su extensión a todos los niveles. Fue por ello despreciado por las élites como vulgar, pero fueron los periodistas quienes escribieron los textos que hicieron realidad la alfabetización de las clases más modestas.
También la literatura de ficción que más tarde devino clásica llegó al pueblo gracias a los periódicos. Las grandes obras de Alexandre Dumas o de Charles Dickens, y muchos otros, fueron publicadas primero como series en la prensa y seguidas así por el público popular. Fueron antes folletines que novelas, y no se editaron en libro hasta después de que hubieran sido un éxito de ventas en formato folletín. Recuérdese que los primeros periódicos, y con ellos los folletines de ficción, se vendían en las tiendas de comestbles, donde los adquirían las criadas y las amas de casa. La proximidad entre el periodista informador y el escritor en funciones de educador popular era mayor de lo que se supone ahora. Dickens, el autor de David Copperfield, fue periodista antes que escritor de ficción, y halló en su trabajo periodístico de información cotidiana en el Londres popular el material del cual luego surgieron sus novelas: fue el creador del moderno reportaje de denuncia social.
El papel que luego tuvieron la radio y la televisión en la apertura de las mentes al mundo fue igualmente importantísimo en términos educativos. No sólo como compañía insustituible de pastores o de trabajadores solitarios en turnos nocturnos; cuando la radio era el entretenimiento popular que luego desempeñó la televisión el hecho de que la palabra de terceras personas entrase en el hogar fue un gran elemento de socialización, y conviene reflexionar sobre lo importante que es para la democracia aceptar la palabra de los otros, de los desconocidos, los que no tienen que ver con nuestros intereses inmediatos o nuestros puntos de vista. Conocer lo que hay en el mundo más allá de nuestra casa es educación, y eso lo hizo el primigenio infotainment radiofónico.
La televisión ha llegado hasta donde conocemos a partir de una promesa: poner el mundo a nuestra disposición. La popularización de la televisión fue saludada como “¡ya tenemos el cine en casa!” o el espectáculo deportivo que antes requería la asistencia al estadio. Aún seguimos en esa dinámica: hacia la domiciliación integral de los espectáculos de masas.
Pero de hecho, el papel educador de los medios desde la promoción de la alfabetización hasta convertirse en agente fundamental de entretenimiento va más allá de la popularización de diversos grados y aspectos del conocimiento. Los medios masivos se convierten en agentes educativos por ser el centro de la socialización en las sociedades actuales; más todavía mediante la digitalización, la distribución en red y la polarización en torno a un megaespacio comunicativo hasta ahora inédito. La comunicación ha abierto las puertas del hogar y las de las mentes de cada cual a los espacios abiertos del mundo: a quienes viven de modo distinto o piensan diferente, a quienes anhelan encontrarse en espacios cercanos y si es posible comunes, a otras gentes, pueblos, razas y mentalidades. Los medios de comunicación, y con ellos los periodistas, nos sacan de nuestros rincones, nos muestran los otros mundos que hay en este y nos enseñan que la condición humana presupone y conlleva la idea, tanto pensada como llevada a la práctica, de que las almas de los hombres son una.
Este es el verdadero papel y el sentido último de los periodistas como educadores populares: mostrar las bases reales y fundamentos prácticos de la unidad fundamental del género humano. Se trata nada menos que de todo un proyecto de civilización para los próximos tiempos.