Día sí y día también nos preguntamos si lo que estamos viviendo en el campo de la información es una crisis de los medios, del periodismo, del modelo de negocio de la información o bien se trata de todo ello junto a la vez más alguna otra dimensión del problema que ahora mismo se nos escapa. Pero lo que tengo claro que se trata de un tiempo de transición en el que se desvanece cierto concepto del periodismo propio del siglo XX y aún no acaba de aparecer un enfoque nuevo de la profesión adecuado a los momentos actuales. Y en esa zona de sombras no podemos identificar nuevos modelos de práctica profesional que motiven e inspiren vocaciones y orienten trayectorias posibles para los alumnos deseosos de ser periodistas y de abrirse camino en un terreno a menudo confuso de por sí.
Si quieres ser cineasta, a lo mejor te gustaría ser como Scorsese o bien como Almodóvar; si lo que te va es la música, entonces miras en dirección a Yo Yo Ma o a Javier Limón. Hasta el momento ciertos modelos han sido necesarios en las profesiones, al menos para escrutar en ellos la dirección de nuestro oficio. En los años 70, cuando el caso Watergate, muchos queríamos ser como Carl Bernstein o Bob Woodward, y antes, como Oriana Fallaci, y después, como Kryzstof Kapuscinski. En nuestro país, aunque nuestros modelos no jugaban en la superliga, muchos seguíamos a Manuel Leguineche, Julio Camarero, Josep Maria Huertas Claveria o Manuel Vázquez Montalbán. La cercanía y la fortuna hizo que algunos de nosotros llegásemos a ser compañeros e incluso amigos de los periodistas a quienes admirábamos (y puedo asegurar que ese es un placer incomparable).
¿Y ahora, tú qué periodista querrías ser? No hay anchormen en la televisión que inspiren un modo de hacer solvente; algunos entretenedores con chispa parecen ser grandes reporteros cuando a lo sumo alcanzan a hacer entrevistas previsibles; y así. El gran reporterismo carece de apoyo económico y logístico y las empresas han dejado de pagar sueldos de corresponsal o retribuciones de enviado especial; la precariedad de las fidelizaciones de las pequeñas audiencias ha debilitado que los grupos sociales sostengan un periodismo de proximidad; los nuevos cibermedios andan, como todos, en busca de un modelo del cual deben surgir nuevos lenguajes, géneros y formas de relación prensa-público, y todo así. Mi impresión personal es que los aspirantes a periodista no encuentran sus modelos en la generación anterior, precisamente porque la suya vive en medio de la gran ruptura cultural que se ha dado en la relación entre los medios y los nuevos públicos. La ruptura ha sido profundísima y se ha llevado por delante lo obsoleto, entre ello una cierta caracterización del reportero estrella que hemos visto en el cine. No creo que ningún alumno de periodismo se identifique hoy con Oriana Fallaci, por más que sea necesario leerla para aprender de cómo enfocaba sus asuntos y cómo escribía.
Y me parece que eso es bueno. Si desaparecen los personajes a imitar eso nos deja espacio para que de entre los jóvenes surjan nuevos modelos. El problema es no leer –ni siquiera conocer—a los periodistas que fueron y el trabajo que hicieron, con lo que corremos el riesgo de inventar la rueda. El ejemplo que debe quedar es el de un modelo colectivo que muestre cómo en un tiempo anterior hubo otras generaciones de periodistas que llevaron a la profesión no sólo a ganar un público sino a hacerse respetar ante la mirada de todo un siglo. Y ahí los jóvenes pueden aspirar a hacerse un lugar, ahora y aquí.
No hay, pues, modelo del pasado al que mirar. Por el contrario, es necesario hacerse fuertes en la propia vocación en el presente. Lo que de bueno surja de entre las nuevas generaciones de periodistas estará enraizado en la fuerza vocacional expresada por ellos mismos, que esa sí es la misma que la que vivieron las generaciones anteriores.