Representar a las víctimas en territorio hostil: del falso positivo a la Mesa de Víctimas de Rioblanco
En culturas ancestrales, las conchas de cauri se consideraban mágicas y eran empleadas para el presagio de augurios. También se utilizaban como moneda de cambio —y, en consecuencia, como muestra de poder—. Las alhajas de cauri nunca han perdido su componente mágico y aún hoy se asocian con la espiritualidad. El imponente collar de caracoles marinos que porta Adonai Rincón realza el aura mística que desprende. Su presencia solemne y sosegada muestra a una mujer cercana a la sabiduría de una sacerdotisa, alejada de universo de la mortalidad. “Bienvenidas a mi hogar, Rioblanco”, dice con una cálida sonrisa. “Es complicado venir hasta aquí, lo sé”, añade. Hay que hacer una auténtica odisea para llegar a Ítaca: Rioblanco nunca ha sido un lugar fácil. La trayectoria histórica de sus habitantes, mucho menos.
“Mis hijos y yo somos víctimas del conflicto”, relata la mujer. “Mi familia como tal lo es. Tengo dos hermanos que fueron asesinados por el Frente 21 de las FARC. A mi hermana la mataron en El Líbano, donde operan los bolcheviques del ELN, y a mi hermano lo asesinaron en Chaparral, también los del Frente 21. Nosotros somos víctimas. Víctimas de desplazamiento, víctimas de despojos”. Adonai es la menor de veinte hermanos y hermanas, varios de ellos afectados por diferentes hechos victimizantes ocasionados por prácticamente todos los grupos armados dentro del conflicto armado colombiano. Ella hace parte de las víctimas de su familia: “he sido desplazada tres veces. Dos veces por la guerrilla y una por los paramilitares. El primer desplazamiento fue por los paramilitares, me acusaron de ser la novia de un guerrillero y que tenía un hijo de ese guerrillero. ¡Pero nunca jamás! Este pueblo es así, lo acusan a uno de cualquier cosa… y me tocó correr por eso”.
Oriunda de Chaparral, donde Adonai explica que el conflicto “tiene los mismos actores y componentes”, se declara “rioblancuna orgullosa”. Tanto, que se ha convertido en líder de la Mesa de Víctimas de Rioblanco.
“Mandaba la guerrilla y el paramilitarismo”
“Aquí se gestaron las FARC”, afirma la lideresa. No le falta razón: la trayectoria del conflicto colombiano no se entendería sin el recorrido de los distintos actores armados por el sur del Tolima.
Rioblanco fue el lugar en el que los limpios —liberales— y los comunes —comunistas— unieron sus fuerzas contra el ejército: a mediados del siglo XX se refugiaron en la finca El Davis, hasta que los partidarios de cada corriente ideológica encontraron mayor enemistad entre ellos que la que tenían en común contra el Estado. El día que rompieron la alianza se dio el primer paso para la creación de lo que serían las incipientes autodefensas y guerrillas campesinas, Rioblanco sería desde entonces un lugar con una gran carga simbólica. Pero las FARC tenían otro gran motivo para ser tan insistentes en la zona. Como explica el portal Hacemos Memoria, el municipio es un corredor estratégico para la guerrilla: conecta el océano Pacífico con los Llanos Orientales, una ruta cardinal para mover tropas y traficar tanto insumos como armas.
Tras medio siglo de violencia, Adonai llegó a Rioblanco en 1994 como una joven agente de tránsito que se encargaría de regular el tráfico en una zona roja donde, tal como afirma, “mandaba la guerrilla y el paramilitarismo”. Rememora cómo en aquel momento no imaginó que su trabajo también consistiría en devolver su nombre a las personas asesinadas en el municipio.
“Pueblo pequeño, infierno grande”
La agente de tránsito lidió una y mil veces con los distintos grupos armados que actuaban en Rioblanco. Una tarea complicada para una muchacha recién llegada, pero la tenaz novata no se amedrentó. Al caer el sol a Adonai le tocaba convertirse en el amparo de los ejecutados: “yo recogía a los muertos. Suena feo, pero era la realidad. Recogía a los muertos… y cada uno de ellos tiene una historia. Yo fui muy acuciosa, recogía un cadáver e indagaba porque… pueblo pequeño, infierno grande”.
Levantar cuerpos —en su mayoría por muertes violentas— y el impacto emocional que ello conlleva se acentuaba aún más en la joven cuando se encontraba que los cadáveres eran de mujeres a las que les habían robado la vida y la voz: “cada muerto tiene una historia. Y sobre todo cuando yo recogía mujeres. Por eso que somos del mismo género pues a mí me dolía más. Recoger a una mujer para mí era traumático, yo terminaba llorando recogiéndola. Una vez que mataron a una prostituta, una señora me dijo que la mujer tenía ocho hijos, y yo solo podía pensar qué van a hacer esos ocho hijos…”.
La lideresa lo tiene claro: “hay que contar la historia para que no se repita”, asegura. Para la antigua agente de tráfico, hay que alzar la voz y contar todo aquello que nunca se tuvo en consideración. “No están siendo contados los abusos sexuales. Aquí a muchas mujeres les tocó acostarse con un tipo para sobrevivir. Hubo un guerrillero que disfrutaba matando a las mujeres: primero las hacía tener relaciones sexuales con él —de las maneras que él quisiera— y siempre terminaba asesinándolas. Eso no lo saben los que están detrás del escritorio. La ley y muchas personas hablan del conflicto armado a partir de lo que han leído. Nosotros hablamos de lo que hemos vivido”, atestigua.
Para reivindicar los hechos victimizantes la voz de la mujer tiene, para Adonai, un papel trascendental: “hay que contar la historia a través de nosotras, las mujeres, que las hemos sentido más. Los hombres obvio, también han sentido, pero por su machismo esconden muchas cosas”, porque para la líder no cabe duda de que las historias de las mujeres han sido invisibilizadas, como “el tema del abuso sexual y el desplazamiento, que a las mujeres nos duele más. Nos duele dos veces más”.
“Yo fui un falso positivo”
Un caballo de Troya enviado por el Estado marcó un punto de inflexión en la vida de Adonai. La fuerza pública, el ejército, aquellos que supuestamente deben velar por la ciudadanía, se convertirían en un peligro interno: “yo fui un falso positivo y fui capturada durante cuatro meses.” El canto de las sirenas emitido por la administración, prometiendo gratificaciones a los soldados que presentaran más bajas guerrilleras, derivaron en un fenómeno trágico.
Las fuerzas estatales empezaron a ejecutar o retener extrajudicialmente a civiles y hacerlos pasar por miembros de grupos armados, con tal de obtener sus objetivos. La lideresa fue acusada de guerrillera bajo un pretexto tan carente de sentido que ella misma desmontó: “cuando se crearon aquí en Rioblanco las prebendas, les daban dinero a los militares por capturas. Aquí hubo muchos falsos positivos, yo fui un falso positivo y fui capturada durante cuatro meses. Estuve encerrada en Bogotá, en los calabozos de Puente Aranda durante dos meses y medio, y un mes en la cárcel distrital. Pero Gloria a Dios yo salí de eso, pude demostrar que no era cierto. Además, todo era a raíz de un informante anónimo, que hizo el escrito —y no está ni firmado—, pero así me capturaron. Después de que salí en libertad pude demostrar que ese informante anónimo nunca existió. Le dieron preclusión al proceso y regresé a mi trabajo”.
Alguien —apoyado por la espiral de violencia sistemática— lanzó un dardo envenenado sobre Adonai: la hirió, pero no la devastó. Tuvo la capacidad de resarcirse, planteárselo como una hostilidad de la que salió victoriosa y reafirmada. Vendó sus heridas, decidió no callar nunca más e inició el proceso que la llevó a ser la lideresa que es hoy en día: “allí la sobrevivencia es tan terrible que uno sale más fuerte. La cárcel me enseñó a no quedarme callada. Desde ahí como que salí con que las cosas que viví, las tengo que contar. Salí más fuerte, ese daño me hizo más fuerte. No quiere decir que esté en contra del Estado, porque he trabajado con él, pero cuando las cosas están mal hechas, hay que decirlas y no participar de ellas. Ni se participa ni se queda callado, porque si me quedo callada estoy participando con el silencio”.
“Ser líder social es como un delito para el Estado”
El talante sabio de Adonai le da una visión de futuro que se podría considerar más un augurio que una conjetura: “la paz es posible, sí. Claro que es posible. Ahorita con el acuerdo con las FARC se vio la posibilidad. La desigualdad social y la ignorancia han sido los que han generado un conflicto que no se ha acabado, sino que ha cambiado de nombre. Los señores de las FARC hacen su dejación de armas, pero como a ellos no les cumplen, entonces algunos están retornando a ellas. Cuando hicieron la dejación los paramilitares tampoco les cumplieron. El conflicto sigue, pero ya con otro nombre. Hasta que el Estado no cumpla siempre va a haber conflicto, porque siempre va a haber alguien que no esté de acuerdo”. “Ser líder social es como un delito para el Estado. A quienes lideramos socialmente nos ven como si fuéramos de extrema izquierda: ‘ese no quiere trabajar’. Y si uno pide los derechos de los demás, peor”. La lideresa no se rinde y sigue con su tarea. Adonai es gran conocedora de la historia del conflicto en el sur del Tolima. Forma parte de ella. Una de sus labores —y pilar de su trabajo social— es preservar la memoria, por eso le gusta mantener un vínculo estrecho con la juventud de Rioblanco y narrar todo lo que pasó, “para que las siguientes generaciones conozcan los hechos y no repitan los mismos errores”, explica. Ve en sus hijos el futuro de Colombia, un futuro de paz y reconciliación. Porque son las víctimas, las mujeres víctimas colombianas, las primeras que apuestan por un futuro posible y en paz en sus territorios.