Guxens, que ha dirigido más de cuatro cortometrajes y trabaja ya en un largometraje, estudió periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona y es profesor de la ESCAC, Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya. El corto con el que ahora concurre a los Gaudí ha sido rodado en China por el autor y su equipo y fue premiado en otros festivales como el Zinebi de Bilbao o el festival de Málaga.
«I don’t think it is going to rain» ganó el segundo premio Golden Lenses en China, además de estrenarse en otros festivales. Ahora la nominación a los Gaudí. Más allá de ganar o no, ¿qué es para ti, haber llegado hasta aquí con este cortometraje?
La verdad es que nunca me hubiera pensado que llegaría tan lejos el cortometraje. Más o menos a la vez que rodé este cortometraje estaba acabando otro que se llama ‘Preludi’, mi corto de fin de carrera de la ESCAC. Fue en ese en el que puse todas las expectativas y esfuerzo en que llegara al máximo de festivales posibles. Mientras tanto fui a rodar a China esta cosa pequeña. Para mí solo la oportunidad de ir a rodar allí ya era el premio, así que no puse demasiadas expectativas en lo que es el resultado final. De hecho, yo empecé a mandar a muy pocos festivales, solo algunos como Zenobi, donde yo ya había estado. No es que no creyera en él, sino que mi concepción nunca fue la de un corto producto que posicionar en el mercado de los festivales porque ya tenía otro. Aun así, lo empezaron a seleccionar festivales bastante importantes y pensé que quizá este corto interesaba. Fue entonces cuando empecé a moverlo y la verdad es que me arrepiento de no haber empezado al 100% con él porque quizá hubiéramos conseguido aún más recorrido.
El corto tiene una duración de 11 minutos y está grabado en China. ¿Cómo surge la oportunidad de producirlo?
En cuanto a producción es el cortometraje más sencillo que he rodado nunca. Es un corto en el que yo hacía todos los papales, dirección, fotografía, sonido, montaje, color. Eso también fue un reto porque acabas la carrera acostumbrado a rodar con un equipo de unas 20 personas y de golpe volver a estar en ese estado de vulnerabilidad de los primeros rodajes de tu aprendizaje es muy enriquecedor. Hace que no te acomodes y que siempre estés alerta. Eso es básico en un director o directora. También es mi primer cortometraje documental. Esto fue otra capa de dificultad en la producción, ya que no quería hacer un reportaje periodístico sino una película en este caso de no ficción.
Nació así por una beca que se llama ‘Look in China’ que cada año selecciona a 100 directores y directoras internacionales para ir a China a rodar una pieza de 10 o 11 minutos. Cada mes van 10 persones a una ciudad distinta, a mí me tocó Shanghái. Allí te asignan un traductor, haces un tándem y ruedas tus películas. El reto también es por la dificultad de la duración. Llegas a China y estás 18 días antes de irte. En esos días tienes que encontrar el enfoque de la historia que vas a hacer, rodarla, montarla, posproducirla y ajustar el color y sonido para estrenarla en China antes de marcharte. Es un proceso muy acelerado en el que no te da tiempo a nada y te pone al límite. Tuve que dar lo mejor que tenía. No había día que perder ni margen de error. Todo estaba muy medido. Y por último el tema de la lengua.
Esta producción es un documental observacional; yo no participo en la escena de manera activa y no hay entrevistas, y ello fue también fue un reto para grabar con una cámara. Mientras los personajes hablan, yo los voy siguiendo con la cámara y puede que no esté apuntando al que dice la “cosa” importante. Fueron problemas interesantes de resolver que me encontré en montaje. Aun así, empecé a aprender chino de manera autodidacta unos 4 meses antes de ir para poder comunicar los básicos aun sabiendo que tendría un traductor. Era lo mínimo que podía hacer por mi parte.
Teniendo en cuenta las circunstancias del rodaje, ¿cuáles fueron aquellos aspectos destacables o imprevistos a los que te tuviste que enfrontar en la grabación?
Sobre todo, fue la cuestión de la lengua. Al ser un documental de planteamiento observacional, yo intentaba estar viviendo el presente más absoluto. Yo soy una persona bastante perfeccionista que en los cortos de ficción siempre tiene hasta el último detalle planificado y de golpe ahí dejarme ir, y tener presente que cualquier cosa que pasara podía ser importante fue un reto y me hizo estar muy satisfecho de mí mismo. El rodaje duró tres días solo y si uno de los personajes hacía de golpe algún gesto para mí cambiaba toda la película. La película cambió tres o cuatro veces en el trascurso de los tres días de rodaje. De golpe descubría una capa mucho más interesante y escondida quizá en su historia. Me di cuenta de que realmente iba de eso la historia. Era una película en continuo movimientoy viva incluso en el montaje. Eso fue uno de los temas que me gusto más. Allí hicimos todas las trascripciones y reordenamos la película para darle un sentido, fue muy guay. Me he quedado con ganas de rodar más documentales porque fue una experiencia preciosa.
Aun habiendo producido otros cortometrajes ¿cómo afrontas el gran choque cultural que supone trabajar con personas de origen tan diferente?
Fue curioso. Me considero una persona con bastante cultura y conozco bastante lo que es China, Japón y Corea, sobre todo. A nivel cinematográfico hace muchos años que sigo sus principales directores. He visto mucho cine asiático y es una de las mayores referencias que tengo cuando ruedo ficción. Pero al llegar y descubrir que todo aquello que tenías en la cabeza y que lo que esperabas conocer era bastante distinto, por un lado, te das cuenta de que no sabías nada. Fue un choque de realidad y de humildad bastante interesante. Aun así, ver cosas que sí tenías en tu imaginario y tenerlas ahora al alcance de la mano para rodarlas también hacía que estuviera en un estado de creatividad permanente. Pusiera donde pusiera la cámara estaba inspirado. El hecho de estar en ese paisaje de mis sueños y de las películas que tanto me gustaban me dio unas ganas y una energía que no me hubiera dado rodar una historia similar aquí en mi casa donde el espacio ya me resulta mucho más conocido. También estaba la cuestión del choque lingüístico. Allí aprendí más chino. Una lengua muy rica que te hace ver lo antropológico y sociológico que hay arraigado en la misma lengua. Hay toda una manera de entender el mundo y eso al verlo resultaba muy interesante.
El cortometraje fue un éxito finalmente, pero, ¿qué aspectos tuvo en cuenta el jurado por los cuales vuestro cortometraje acabó destacando por encima de otros?
No es un proceso abierto y eso lo valora el comité interno de la beca del cual no tengo mucha información. Yo acabé los 18 días en Shanghái con mi grupo entre abril y mayo y el premio me lo comunicaron en diciembre. Sí que hay gente del comité de la beca que ve todos los cortometrajes e incluso hay una ceremonia. Ahí los comentarios fueron muy positivos, pero solo eran 10 de los 100 cortos que van cada año. Quedaban estudiantes por venir los próximos meses además de los que ya habían pasado. Aun así, yo estaba un poco preocupado, ya que no tenía claro que les gustara la película. En China hay censura y aunque mi cortometraje no era muy político sí que tenía un aura crepuscular. Habla de una china tradicional que está desapareciendo en frente de una china más occidentalizada. Eso se ve claro en la protagonista que se queda completamente sola. Tenía mis dudas que la organización validara este mensaje porque no les interesa dárselo al mundo. Al final se centraron en lo puramente cinematográfico y estoy muy contento que lo valoraran más allá de la agenda política.
En China hay censura y aunque mi cortometraje no era muy político sí que tenía un aura crepuscular
Has sido profesor de la ESCAC. El sector y otros ámbitos artísticos pasan ahora un momento muy complicado por la Covid-19. ¿Crees que estamos ante uno de los peores momentos para el cine en las últimas décadas?
Yo no diría que es uno de los peores momentos del cine, sino que creo que como en todas las crisis son momentos de cambio y de oportunidad. Lo que pasa es que muchos de los actores que ahora tienen el poder se resisten al cambio y ahí se produce la crisis al no haber cambio alguno. A nivel cinematográfico lo he visto claro con el choque entre el digital y las proyecciones en una sala de cine. Prefiero ir a ver las películas al cine. Tienen los equipamientos necesarios de imagen y sonido y ofrecen una experiencia colectiva única e irrepetible. Pero el digital hace años que merecía ser tomando en serio. Ahora muchos lo culpan del cierre de las salas del cine cuando creo que lo que ha hecho es salvarlo durante la pandemia. Ha dado la oportunidad a películas a estrenarse que si no se hubieran hundido o a festivales de celebrarse de manera telemática que no se hubieran podido hacer de forma presencial. Algunos decidieron no estar en plataformas porque lo ven como el hermano pequeño, lo encuentro una tontería. Sucede lo mismo con Spotify que está muy integrado o los Ebooks. La gente ahora consume más audiovisual que nunca y es una noticia a celebrar en vez de demonizar las plataformas y los nuevos hábitos de consumo.
¿Y los próximos años?
Nunca se puede saber si serán mejores o no y menos después de pasar este año que nos ha sorprendido a todos ha frustrado todas nuestras expectativas. Lo que sí que es muy urgente es que haya un relevo generacional en la industria del cine. Que las nuevas generaciones como la nuestra, milenials e incluso los tiktokers entren ya en la industria del cine. Estoy harto de ver películas sobre gente joven, escritas, producidas y rodadas por gente mayor con un montón de prejuicios, ajena a nuestras realidades que no tienen los pies en el año 2020. La gente joven no va a los cines porque la mayoría de las películas de hoy no nos representan nada. Es urgente que las personas jóvenes empecemos a crear historias también de gente joven delante y detrás de la cámara. Si no el cine quedará para los cuatro amigos que envejecerán juntos y la gente joven, como ya lo están haciendo, se irá a otras maneras de expresión como YouTube o Tiktok. Hay un techo de cristal muy grande en lo que es la industria del cine tradicional. Si esto no se cambia el cine sí que desaparecerá, pero se lo habrán cargado ellos mismos desde dentro.
A nivel económico, como mínimo, es difícil acceder a una buena formación de cine. ¿Qué mensaje les darías a los estudiantes que no están convencidos de apostar por educarse en un arte como el cine?
El cine igual que todos los artes. Es una cuestión de vocación como muchos otros trabajos ajenos al arte. Si dudas de que esto sea lo tuyo o te preocupan más las salidas, te pondrás en un problema si lo haces. Hay sobresaturación en el mercado y no hay garantías. No hay un contrato indefinido de director de cine y cada mes te tienes que ganar los proyectos. Es muy difícil entrar en la industria, yo estoy en ello aún. Pero si lo tienes muy claro, apuesta por ello, claro que sí. Es un buen momento, ahora se consume más audiovisual que nunca. Pero es una pena que la educación artística hoy en día un esté vista tan mal en este país. No hay ofertas. Solo la ESCAC, Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (Barcelona) y la ECAM, Escuela de Cine y del audiovisual de la Comunidad de Madrid (Madrid) reconocen el cine como grado universitario. Es una pena que haya tan pocas opciones para la gente que quiere un título universitario y no uno de formación profesional. Por suerte, la ESCAC cada vez ofrece más veces, pero hay una barrera de entrada a nivel económica muy grande. Esto es debido también al material económico. Es muy caro. Cada vez tengo más claro que hacer cine es de ricos, si no es difícil hacerlo. Todos nos tenemos que tambalear encontrando trabajos temporales que te puedan mantener al principio mientras no encuentras nada de lo tuyo. Es una carrera de fondo, hay que tenerlo muy claro. Mirad las óperas primas, muchas las hace la gente cerca de los cuarenta años.
Estudiaste periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona. Desde entonces, te has centrado en el cine para explicar tus historias. ¿Es para ti la mejor vía de expresión artística?
Para mí sí. Cada artista tendrá su método y su canal de expresión. Para mí el cine es el que más me llena. También porque me interesan mucho los otros artes. Escribo desde pequeño, he hecho música, etc. Es un arte que permite aglutinar los demás artes como hizo la ópera en su día. Es un método de expresión muy completo y que puede jugar tocando muchas teclas. Eso te da mucha riqueza a nivel emocional, pero a la vez es algo difícil de dominar de manera profesional. ¡Estamos todos en ello ahí aun!, en continuo aprendizaje. El cine es un arte nuevo también entonces aún queda mucho por descubrir. Como espectador me da la posibilidad de reflejarme en los personajes que vemos en la silver screen o gran pantalla y aprender cosas de ti mismo. Con ella ya me quedaba encantado de pequeño, aunque no lo veía como algo realista. Yo soy de Tarragona, una ciudad que se pasó 4 años sin ningún cine coincidiendo con mis años de ESO y Bachillerato. El cine era una utopía para mí hasta que llegué a Barcelona y empecé a descubrir el cine independiente o de autor, que no sabía ni lo que era. Vivía en frente de los cines Renoir Floridablanca y me abrieron un nuevo mundo. Dije: ¡Yo quiero hacer esto en el futuro!
Ya has avanzado en alguna ocasión que estás trabajando en tu primer largometraje, así como en el cortometraje ’15 minutos’. ¿Qué podemos saber de ambos proyectos por ahora?
Estoy trabajando en tres proyectos. Por un lado, mi cortometraje ‘15 minutos’ que ahora mismo estamos intentando levantar. Tiene como protagonista a dos jóvenes milenial y es un corto que quiere incidir en la precariedad laboral que tienen. Todo de un modo bastante vitalista y nada autocomplaciente. Es decir, su situación laboral es un telón de fondo, pero va de otra cosa que no puedo decir. Es un corto muy generacional, muy fresco y muy necesario. Por otro lado, mi ópera prima de la que solo puedo decir que estoy acabando el guion con el coguionista Miquel Grau y que llevamos más de dos años y medio trabajando en el guion, ya casi lo tenemos. Lo ideal sería que este 2021 podamos empezar a levantar la peli a nivel económico para rodarla en 2022. Parece que hay gente interesada, por suerte. Además, por el premio de la beca Look in China, volveré al país en 2021, en principio, para rodar un nuevo corto de 12 minutos. Intentaré hacer un cortometraje parecido con distintos personajes y ciudad. Quiero que vuelva a hablar del coche generacional y me gustaría hacer una trilogía en la cual ‘I don’t think it is going to rain’ sea el primer capítulo y que continuara con lo que rodaría en China en 2021, si la Covid nos permite.