Los periodistas no son artistas pero tienen un público y trabajan de cara a él. Hasta hace poco parecían olvidarlo y vivían felices en sus redacciones, sólo incomodados por alguna carta de los lectores. Pero internet les ha devuelto a la realidad: no es que ahora la interacción con el público sea prioritaria, es que lo ha sido siempre porque si no hay un interés mutuo –por una parte, interés por leer, y por otra, interés porque te lean— en vez de trabajar de periodista tienes que ir a descargar camiones de melones, un suponer.
Tampoco son dependientes de una verdulería o pescadería, pero tienen la obligación de servir a su clientela género fresco y no estafar en el peso. En periodismo eso quiere decir utilizar fuentes solventes, contrastar por lo menos tres fuentes entre sí, si es posible, referirse a los hechos comprobados y comprobables y relatarlo todo de manera comprensible, estructurada y a poder ser brillante, para que el público pueda sacar sus propias conclusiones. Cualquier otra cosa es servir en el mostrador merluzas que miran con mal ojo o filetes dudosos que se han colado de rondón simulando ser de primera.
Pero antes de todo eso, el periodista consecuente tiene que cumplir su primer compromiso con el público: llegar a interesarle. Si no captas la atención de la persona que tiene ante sí tu pieza periodística todo el esfuerzo empleado en construirla habrá sido en vano. Así de sencillo y así de cruel: nadie está obligado a leerle a uno. Uno puede esforzarse como un galeote en construir una pieza periodística notable que si el tema no es de interés del lector no la va a leer ni la progenitora que lo dio a luz.
Peor todavía: si el relato periodístico no está bien titulado, en caso de ser escrito, o correctamente locutado, si es audiovisual (no digamos ya redactado o narrado) las posibilidades de que sea atendido se funden cual cucurucho de helado en el desierto de Gobi. Repito: nadie tiene la obligación de leerte, escucharte o mirarte. No podemos poner una pistola en el pecho de nuestro público ideal y decirle “eh, tú, imbécil, mira esto que acabo de redactar y publicar, que te interesa de grado o por fuerza”. No tenemos otra opción que ganar la atención del público por medio de algo tan precario y a la vez tan consistente como las herramientas de nuestro oficio puestas a trabajar. ¿Verdad que acabo de describir una contradicción en términos? Pues ahí va otra: la debilidad del periodismo es su poder: la captación de la atención de las mentes mediante el correcto uso de la palabra; no la palabra persuasiva sino la palabra correctamente descriptiva y adecuadamente crítica. Por eso el periodismo es una rama de la literatura, disciplina que los autores de ficción se disputan en exclusiva para sí mismos a pesar de que los periodistas salimos cada día a la calle a demostrarles lo contrario.
La crisis del periodismo actual es una crisis de medios y de público a la vez. Se da en medio de un proceso de transformación general y profunda de la comunicación, un cambio comparable a la aparición de la imprenta, la edición y la difusión de lo impreso y editado. Día a día se producen redefiniciones –a veces en clave micro—de las relaciones entre medios y público, se dan reformulaciones de los usos de la comunicación y aparecen cambios de tendencia y de foco en la orientación de la atención de las personas respecto a los medios informativos. Lo que une todo ello es el elemento común que une a todos esos fenómenos: la necesidad de captar la atención de la gente en favor de un producto comercial o que será comercializado de una u otra forma. Y podemos cambiar las reglas del juego, las convenciones entre informadores y público respecto a géneros, lenguajes y estilos, pero no podemos cambiar algo central: si no logra interesar no es periodismo. Es otra cosa pero no periodismo. Porque el público no está ahí para decirnos guapos sino para utilizar lo que producimos en su favor. Como el dependiente, el operario, el conductor de autobús o el carpintero. Con una diferencia: ellos atraen a la gente mediante la evidencia del producto o el servicio que ofrecen; los periodistas contamos solamente con la palabra para hacerlo.