Qué extraño momento este, surgido de la experiencia subjetiva del confinamiento a causa de la pandemia. No hemos vivido la primavera y, sumergidos de sopetón en el corazón del verano, no cesamos de volver la vista hacia el final de la estación, con una cierta desazón: parece que estamos esperando ver qué nos depara un nuevo giro del destino. Uno se siente como si reviviera los inicios de los años 60 del siglo XX cuando, adolescente, se ponía sentimental escuchando discos –vinilos, por supuesto— que hablaban de un tiempo de despedidas de los amores veraniegos cuya tristeza se mezclaba con las expectativas del inicio del nuevo curso. Esa emoción juvenil produjo muchos éxitos discográficos, como Cuando llegue septiembre, hit de Bobby Darin, o Sealed with a kiss, de Bobby Vinton, ambos de 1962, canciones que sonaban en las sinfonolas que funcionaban con monedas de peseta en los bares de mi barrio, depositadas por aquellos chavales que recién empezábamos a lucir pantalones tejanos y a dejarnos el pelo largo. Ahora viviremos este verano de 2020 parafraseando a Joaquín Sabina, con la nostalgia de lo que jamás sucedió, inmersos en un extraño mundo que el gran Zigmunt Bauman proponía como sociedad líquida pero que en realidad es gaseoso: una sociedad cada vez más inaprehensible, en la que nos rodean vapores que nos llenan de sopor y nublan nuestra vista. ¿Qué demonios es esto, qué ocurrirá después?
El verano de 2020 pasará deprisa y en un abrir y cerrar de ojos habrá llegado septiembre y entonces SomosPeriodismo pondrá de nuevo en marcha su redacción y se reencontrará con sus lectores. Sus redactores y colaboradores retomarán sus roles discentes y docentes, y se adentrarán en terreno resbaloso porque todavía no sabemos qué sucederá con la epidemia y qué condiciones determinarán el curso del día a día universitario. Cuando llegue septiembre el inicio de curso deberá hallarnos a los protagonistas de este experimento con los ojos bien abiertos y las narices venteando los más ligeros signos de realidad. La labor del periodista es ver, oír y contar para poder decirle al público lo que tiene derecho a saber. Pero tenemos además otra tarea algo más ingrata: ser capaces de decir a nuestros lectores, oyentes, teleespectadores e internautas precisamente aquello que no desean conocer porque se sienten cómodos con lo que saben o creen que saben. En eso consisten los efectos estupefacientes de la sociedad vaporosa.
Esta afirmación tan provocativa como verdadera la ha hecho el excelente periodista argentino Martín Caparrós, en el momento de despedirse por propia voluntad de la colaboración que venía realizando nada menos que en The New York Times, aludiendo a lo que él llama Periodismo Gillette –en alusión a la marca de cuchillas de afeitar—que es un modo de presentar lo que el periodista reporta que se pretende objetivo cuando no es más que ausente de compromiso. ¿Compromiso con qué? Con los intereses del público, que son los intereses de los ciudadanos, a quienes sirve el periodista y no a la propiedad del medio en el que trabaja y mucho menos a las instituciones o a cualquier otra corporación.
En la sociedad vaporosa el periodista tiene una obligación a sumar a las que su profesión le compromete, y es mantener la cabeza clara y la vista aguda. Cuando llegue septiembre asistiremos a movimientos de calado geológico: nuevos intentos de tirar de la alfombra bajo los pies del primer gobierno de coalición de izquierdas desde los años 30 (este curso ya ha vivido algunos); maniobras para atenuar el beneficio que la legislación democrática pueda procurar a los más modestos; desprestigiar y debilitar el creciente movimiento feminista; sólo por citar unos pocos de los que se pueden otear en el horizonte. Aunque este sea un verano corto tenemos deberes para casa: además de saber ver, oír y contar, aprender a mirar para captar lo que sucede y entenderlo.
Este curso que ahora termina Martín Caparrós visitó la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAB, donde fue recibido por Santiago Tejedor, Director del Departamento de Periodismo y Ciencias de la Comunicación, y un servidor de ustedes que firma este artículo. Caparrós es un tipo alto que ve más lejos, pero no por su estatura sino porque ha aprendido desde hace muchos años a mirar. Uno le oye y ve que no sólo se fija en lo que se le dice sino en lo que calla cuando escucha. Y escuchándolo y leyéndolo a él piensa que, por más que uno sea más bien bajito, la condición de periodista le permite alzar la cabeza por encima de los vapores intoxicantes de la sociedad gaseosa. Sería magnífico que aprovecháramos este corto verano para aprender a mirar como mira Martín Caparrós, porque eso no hay asignatura que lo enseñe y debe hacerse tanto en soledad como con intensidad. De modo que estemos preparados para saber, de una vez, ver, cuando llegue septiembre.