El periodista no sólo es un profesional del ver,  oír y contar; debe dominar el arte de escuchar y preguntar. Un periodista se pregunta y pregunta. Se pregunta qué es lo que sucede, lo que sucede en realidad y no lo que parece suceder o lo que otros dicen que sucede. Y pregunta a quienes están implicados en lo que sucede, a los que tienen conocimiento de lo que sucede, a quienes pueden explicar porqué sucede, a quienes disponen de elementos que ayudan a comprenderlo, contextualizarlo o desvelarlo. Preguntar es consustancial al ejercicio del periodismo, y toda actividad periodística conlleva el hecho de preguntar. No hay abordaje periodístico sin pregunta subyacente y no hay periodismo efectivo sin preguntas y respuestas congruentes.

 En medio de ese preguntarse y preguntar el periodista debe saber escuchar, que no es lo mismo que oír (nótese la diferencia, dado el enojoso uso sinónimo que últimamente se hace de ambos verbos). Los chismosos oyen, los periodistas escuchan. La escucha implica una atención perceptiva analítica y crítica, un hacerse cargo de aquello a lo que se atiende para proceder a su discernimiento. La pregunta periodística implica: primero, elaboración reflexionada y consecuente; segundo, formulación en el momento y la situación oportunos; tercero,  escucha atenta de la respuesta; cuarto, repregunta si cabe; quinto, contraste con otras respuestas (no sólo declaraciones sino documentos, datos y testimonios) después, y sexto, discernimiento de todo lo que la respuesta conlleva, las cosas a las que se refiere y el resto de respuestas obtenidas durante la indagación.

Como se puede ver, la pregunta periodística no es nunca intrascendente, trivial o aleatoria. En ella hay siempre propósito y método, y de ella se espera que aporte contenido informativamente relevante. Preguntamos para saber y para que nuestros lectores, radiooyentes o espectadores sepan. La curiosidad periodística no es personal sino una mediación respecto a la curiosidad del público y su derecho a conocer. Alguna vez algún personaje, molesto, me ha espetado “eso a usted no le interesa”, a lo que he respondido “por supuesto que no, pero a mis lectores sí”. Es comprensible que muchos jóvenes aspirantes a periodista les haga ilusión poder andar, más bien correr, detrás de los famosos, armados con un micrófono y lanzándoles preguntas de manera atropellada, pero eso no lleva a ninguna parte. Solamente la pregunta que puede ocasionar una respuesta significativa es la que importa, y la calidad del periodista se mide por la pertinencia de las preguntas que formula. 

Saber preguntar implica saber repreguntar. A menudo es más importante la repregunta que la pregunta en sí, incluso esta puede estar formulada con objeto de lanzar acto seguido la primera.  La repregunta, si es certera y bien reflexionada –y si hay suerte–  puede abrir espacios más reveladores que la primera respuesta en sí. Para repreguntar hay que prepararse, elaborar una estrategia de posibilidades a partir de las preguntas planteadas, que incluye varias repreguntas posibles a hacer según resulte ser la primera respuesta. Es el periodista quien debe conducir, si puede, le dejan y sabe, conducir el diálogo informativo. Pero la pregunta periodística no es un interrogatorio. El periodista no pretende imponerse al personaje al cual pregunta, ni mucho menos intimidarle. La solvencia del periodista reside en la seriedad y la pertinencia de sus preguntas, que denotan su conocimiento del tema y del personaje, no de ninguna otra actitud o circunstancia.

Con el paso del tiempo, los personajes objeto de la atención periodística han aprendido a protegerse de las preguntas que pueden comprometer a la empresa, institución o intereses a los que sirven. Con ese objeto han aparecido en escena los gabinetes de prensa, los directores de comunicación y los diversos personajes dedicados a las tareas y estrategias de diversión de la atención periodística. En el mejor de los casos, el periodista es un mal necesario que deben soportar, porque no les queda más remedio o porque les interesa, pero ese mal puede, en su posición, ser atenuado o neutralizado. Nada más lógico, eso forma parte del oficio. Últimamente incluso se admiten comparecencias en las que no se admiten preguntas, a las que no debería acudir ningún periodista digno de tal nombre, pues basta en ese caso con la emisión de un comunicado, de modo que ni el compareciente ni los informadores pierdan su precioso tiempo. Pero el mal necesario que somos hace que, incluso en ese caso, la presencia personal del periodista sea requerida para beneficiarse de la escenificación de un simulacro de acto informativo, con lo que el informador deberá lanzarse al cuello del oficial de prensa al servicio del personaje para que suelte aunque sea migajas informativas e incluso off the records que le ayuden a uno a contextualizar. En la escena informativa todo tiene un precio y el rostro presente del periodista convocado aunque condenado a la mudez también lo tiene.

Como he dicho antes, los periodistas somos un mal necesario. Y entre nosotros y los personajes de los que informamos hay y debe haber un abismo que no debemos franquear, aunque a veces se pueda y se deba tender un puente para obtener información o mantener al día el cuidado de nuestras fuentes. Es la pregunta periodística el único elemento que debe cruzar ese puente, tanto de ida como de regreso, porque es lo que en última instancia sirve a nuestro público. El aprendizaje del periodismo implica el de la construcción de esa arquitectura comunicativa.

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