Para comprender el periodismo es necesario adherirse al principio de actualidad: considerar los hechos y las cosas en función del transcurso temporal y de la prevalencia del tiempo presente por lo que respecta al interés. Algo es noticia porque sucede precisamente ahora, o porque es inminente que suceda; el interés noticioso es lo que une al periodista, su lector, su telespectador o su radiooyente: el primero busca servir a su público satisfaciendo su demanda de conocer lo que ocurre en el presente; del pasado da noticia la historia y del futuro, la buena literatura que sabe pozar en el hondón del alma humana y extraer su esencia intemporal. 

Cierta mentalidad elitista ha despreciado el periodismo (a veces hasta extremos grotescos) por esa sujeción funcional y conceptual a la actualidad y la consiguiente fungibilidad de su producto. No hay nada más viejo que un periódico del día anterior, eso es cierto, viejo y degradado: con periódicos viejos se cubren los suelos recién fregados para que al pisar por encima de ellos no se ensucie lo recientemente limpiado; con periódicos viejos se envolvían los bocadillos de atún o sardinas que chorreaban aceite cuando aún no reinaba la actual ortorexia neovictoriana que abomina del contacto entre comida y tinta de imprenta, alimentos ambos del cuerpo y el espíritu en perfecta armonía. 

La frontera que separa la modernidad del pensamiento antiguo es precisamente la valoración de la actualidad. Modernidad viene de moda, y la mejor definición que se ha hecho de la moda es que “moda es lo que pasa de moda”.  El periodismo está aquí para recordarnos que toda obra humana es necesariamente transitoria y que admitir el principio de actualidad conlleva aceptar la realidad de la impermanencia de todo lo existente manifestado. Una realidad que impregna todo el modo de vida asiático desde hace siglos a partir del buddhismo pero que Europa se resiste a admitir a pesar de que la conocemos desde Heráclito.

Los jóvenes que se aproximan al aprendizaje del periodismo necesitan hacerse con una rotunda adhesión vital al principio de actualidad. Para ser periodista hay que vivir a lomos de lo que es o puede ser noticia. Y eso requiere de una curiosidad insaciable y omniabarcante; no puedes ser periodista si no sientes interés por las cosas, un interés que no es diletante sino que se vive de manera acuciante: “quiero conocerlo para enseguida contarlo”. Estudiar periodismo significa vivir inmerso de manera personal en la actualidad: lo primero que hace uno al levantarse es conectar con las últimas noticias, y durante el transcurso del día seguir su desarrollo y consecuencias. Cada momento de la jornada tiene su modo propio de sintonizar con lo actual y su estudio: en unos momentos el periodista deberá aprender lo que ignora sobre un campo de conocimiento que protagoniza una noticia, en otros tendrá que perfeccionar su técnica en la escritura (literaria, gráfica o audiovisual). Otros momentos habrá para la labor hemerográfica, en la que buscamos documentación y antecedentes que nos ayuden a contextualizar el momento presente para comprenderlo y explicarlo mejor, y también para el estudio de la historia, la sociología, la economía, la filosofía, la psicología y las ciencias positivas: un periodista es un intelectual para el que no hay distinción entre ciencias y humanidades.

El elitismo que desprecia al periodismo comete el error de considerar como superficialidad lo que es rapidez. Al servicio del interés del público, que debe ser satisfecho inmediatamente, e inmerso en el concepto de actualidad, el periodista trabaja más rápido que ningún otro profesional, percibe las cosas y toma decisiones en segundos –ay si no lo hiciere—con lo que se arriesga a cometer errores, y de hecho lo hace. Noticia y rapidez son dos hermanos siameses unidos por la espalda, y más en el actual tiempo de gran mediatización inducida por la transformación digital. El error es un precio a pagar a beneficio de un bien superior: el servicio de la actualidad al público, y de ese error se da fe en la sección de fe de errores. Tal admisión de falibilidad aparece como debilidad ante la mentalidad elitista que, al asociar rapidez con superficialidad niega validez y rigor al periodismo como medio de conocimiento. 

El periodista que vive desde y para el principio de actualidad cargará con esa cruz el resto de su vida. Pero será una vida animada por el aprendizaje continuo como manera de vivir, por el conocimiento indiscriminado como estímulo, por el vínculo estrecho con el público lector. Esa manera de vivir es incomparable, porque la grandeza del periodismo es que día tras día se inmola en el fuego de la actualidad para resurgir dispuesto a distribuir su resplandor. Y esa grandeza propia de un Fénix no la alcanzado nadie.

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