Ser estudiante universitario es un privilegio por más que el acceso universal a la educación a todos sus niveles sea un derecho democrático que puede y debe ser ejercido. Lo es no sólo por las dificultades materiales que implica tal condición sino por las responsabilidades que ser alumno conlleva. La primera, estar agradecidos por su contribución al personal que trabaja en la universidad o sus proximidades, que hace posible mediante el pago de sus impuestos que un o una joven asistan al campus. Y la segunda, hacerse cargo de la misión que supone figurar entre la estrechísima franja de población que obtiene una educación superior, puesto que ello significa que uno tiene la obligación de hacer fructificar el conocimiento que ha recibido en beneficio de sus conciudadanos. Universidad significa, según su etimología latina, universitas studiorum, estudios universales, es decir, que abarcan la generalidad del conocimiento disponible pero también la universalidad de quienes pueden y deben beneficiarse de ellos.
Llegar a ser consciente de tal privilegio y sus correspondientes responsabilidades requiere cierto tiempo. A veces es necesario haber pasado por la obtención de la licenciatura o graduación para conseguirlo, porque ser alumno no consiste únicamente en asimilar unos conocimientos reglados sino en interiorizar unas actitudes que, por más que sea la universidad la que vehicule su adquisición, es el núcleo vital de la convivencia democrática en sociedad el punto del que surge su conciencia.
Por ese motivo la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAB no es una escuela de periodismo, o de cualquier otra profesión comunicativa. Es mucho más: una escuela de vida en la que las personas se ejercitan en el arte y la sabiduría de vivir. O por lo menos a un servidor le gustaría que fuera así, comenzando por la virtud del compañerismo, un valor que surge del mundo del trabajo (otra etimología latina: compañero, cum panis, el que comparte el pan) y que demasiado a menudo se olvidan de ejercitar algunos de los que debieran mostrar a los alumnos el valor y el primado de la condición de trabajador por encima de cualquier otra cosa.
En su medio siglo largo de vida, nuestra facultad ha formado varias generaciones de comunicadores, a partir de un distintivo fundacional: ser los primeros en hacer del periodismo un estudio universitario. Muchos periodistas ostentan un orgullo de pertenencia relacionado con ser alumni de este centro, y gran número de ellos figuran en puestos destacados de la profesión, como directivos, profesionales de alto mérito o incluso personajes famosos. #SomosPeriodismo trata de reflejar las personalidades y de entrevistar regularmente a los más relevantes de esos antiguos compañeros que han aprendido a compartir el pan del conocimiento periodístico entre nosotros, para que puedan servir de ejemplo y si cabe, de espejo.
La edición más reciente de #SomosPeriodismo nos trae la figura de una de esas personas formadas en nuestra escuela de vida que, debido a una cruel enfermedad, nos ha dejado recientemente. Ana Alba, corresponsal internacional que estuvo destacada en los conflictos balcánicos y de Cercano Oriente, fue una de esas alumnas egresadas de nuestra facultad que llegó a ser una periodista de mérito y relieve. Otra periodista que ostenta igual excelencia, Lali Sandiumenge, que es ahora profesora entre nosotros, y que fue su compañera en las aulas y las trincheras informativas y también en las otras, ha escrito para nosotros una semblanza de su amiga fallecida que resulta emocionante: refleja la pasión que mueve la vida de todo verdadero periodista y comunica la vibración que une, como un hilo conductor, las múltiples y diversas biografías de todos quienes hemos transitado por nuestras aulas.
Ser estudiante es un privilegio, ser periodista es ejercer la profesión más bella del mundo, ser alumno de Periodismo de la UAB es un orgullo que, a veces y en circunstancias dramáticas, uno se lleva a la tumba dejando ante sus compañeros y sus seres queridos un ejemplo luminoso. Como hizo Ana Alba y ahora nos relata Lali Sandiumenge, una verdadera compañera.