El incidente en la frontera de Ceuta ha vuelto a proporcionarnos imágenes impactantes por lo conmovedoras, como la del llanto de un adulto subsahariano en brazos de una voluntaria de la Cruz Roja o el rescate de una niña por un soldado español que pugnaba por mantenerla a flote por encima de las aguas del mar. Las imágenes vienen a sumarse a las que nos llegan de Gaza, en el panorama internacional. Estas fotografías nos ponen frente a una reflexión recurrente en el fotoperiodismo: ¿debemos considerarlas elementos de la denuncia periodística de las injusticias o bien el exponerlas ante la mirada pública es una maniobra indebida por comerciar con material impactante obtenido en una situación de sufrimiento?
La historia nos enseña que el silencio y el secreto son los mejores aliados de la injusticia y la opresión. Nadie desea ver su nombre asociado al ejercicio de la crueldad, así que al verdugo se le representa encapuchado y las torturas suelen ser practicadas en lugares secretos u ocultos: se recurre al secreto a ultranza cuando la opinión pública se encuentra de frente con lo que está feo, y ello se da incluso cuando personas e instituciones deben enfrentarse a un dilema difícil de afrontar, como aparece en el caso del centro de detención de Guantánamo donde se internó a los terroristas dell 11-S: ¿es lícito comerse a los caníbales? La condición humana es hermana de la luz: sentir vergüenza, propia o ajena, ante lo que está mal es indicativo de que sigue vivo aquello que nos caracteriza como humanos, que es la capacidad de conmoverse y de compadecerse ante quien sufre, es decir, sentir piedad.
Algunos fotoperiodistas se han hallado en la circunstancia de decidir entre ayudar a una persona sufriente que tenían al alcance del objetivo o disparar el obturador, y esa decisión no es cosa fácil. Porque el periodista que fotografía el sufrimiento o el riesgo amenazante está allí no por diversión sino por obligación: el imperativo superior de mostrar a la opinión pública la injusticia que produce sufrimiento. Y todos estos profesionales se encuentran, uno y otro día, sometidos a la reflexión sobre la oportunidad y las proporciones entre la tentación del sensacionalismo –emocionar para vender— y la denuncia –mostrar el sufrimiento para provocar la solidaridad y la reflexión consciente.
Esas situaciones, reflexiones y dilemas se dan actualmente en una sociedad en la que es muy grande la fuerza de atracción de lo sensacional hacia lo emocionalmente trivial. Por eso es necesaria esa “vasta incultura” del periodista de la que hablábamos la semana pasada y que periodista y lector sean conscientes de las circunstancias que producen los significados. Lo ha explicado muy bien el periodista Pedro Vallín en La Vanguardia, que califica a las dos fotos ceutíes de “motivos visuales”: “¿Qué son los motivos visuales? Pues imágenes que conectan con un espectador que sabe leerlos más allá de su literalidad porque reproducen una disposición compositiva especialmente oportuna, capaz de sugerir más allá de lo evidente y que crea un imaginario. Y a la vez remiten a un imaginario preexistente”.
El investigador Jordi Balló, en su Imágenes del silencio (los motivos visuales del cine), (Anagrama), podemos leer: “La fuerza significativa de estos motivos visuales se manifiesta en su madurez formal, en su capacidad de comunicar un saber que apela tanto a la cultura visual previa del espectador como a su emotividad, un saber compuesto de repetición y originalidad, de rememoración e identificación”. Y así es como Vallín explica su fuerza: “La mayoría de las escenas que nos conmueven tanto y que nos llegan estos días de Ceuta y también de Gaza son variaciones iconográficas de un motivo visual muy concreto: la piedad. La piedad es un conocido icono religioso, pictórico y escultórico, y tiene su expresión cumbre en la famosísima Piedad de Miguel Ángel. Pero es también un motivo visual que trasciende su significado religioso y que hemos visto cientos de veces en el cine bélico y en el western: el hermano caído y sostenido en los brazos por el superviviente”. “El caso es que en Ceuta el otro día vimos todo un catálogo de motivos visuales de inspiración judeocristiana, como el abrazo de María, el lavado de pies del menesteroso y, cómo no, el citado bebé salvado de las aguas, que es un recurso clásico narrativo de muchas religiones”.
El contexto del dilema, pues, se da no solamente en el campo informativo sino en el cultural e histórico. El público no tiene porqué erigirse en semiólogo para interpretar la publicación de una imagen o la intención de quien la ha producido, basta con que se remita a su propia vivencia de la condición humana. Y la condición humana se vive y se expresa en lo que llamamos civilización. La Piedad de Miguel Ángel es mucho más que una escultura excelente y excelsa. El hilo que une esa obra de arte con las fotografías periodísticas que hemos visto estos días señala la historia de nuestra civilización, para bien y para mal. O piedad ante el sufrimiento de los demás o indiferencia, o resonancia interna del padecimiento contemplado (piedad) o utilización de la sensación causada para experimentar una emoción intrascendente (sensacionalismo). El fotoperiodista es un administrador de la expresión visual de nuestra civilización, que aspira a ser digna de la condición humana. No es poca responsabilidad.