Las mujeres marchan en conjunto para reivindicar los espacios que, alguna vez, no fueron seguros para ellas
María Buitrón, Draco De la Puente, Stephanie Vick, Jiaying Xu
Alrededor de las 19h, el sol se va escondiendo y les pide a ellas que se escondan con él. De noche, cuando todo se apaga, las calles se vuelven un terreno de inquietud que recoge las vivencias de aquellas que pisaron, y estarán por pisar, cargadas con el mismo sentimiento de las que ya no están.
Ellas caminan solas, de noche, bajo una luna que todo lo ve y sufre. Hay un ruido, tenue, que apenas se siente con los pasos apresurados de las que quieren llegar rápido a su casa, sanas y salvas. Se deja oír, pues ese sonido estentóreo que todas escuchan, son las calles vivas gritando de dolor.
La noche no suele recibir bien a las mujeres, pues implica estar bajo un cielo que observa muchos peligros. Ellas lo saben. Les pregunté qué sienten al caminar solas de noche, buscando una respuesta que ya sabía.
“El sentimiento es de miedo, porque siempre he tenido esa sensación de que alguien me puede estar persiguiendo”, dijo Lucía.
“Diría miedo. Siempre estoy pensando dónde estoy, quién está atrás mío, tomando en cuenta mi entorno”, mencionó Sandra.
“Siempre hay un miedo internalizado, de que algo te puede pasar”, confesó Jou.
Miedo. Una sensación compartida entre todas las que alguna vez han tenido que pisar la calle bajo un cielo estrellado, cargando memorias camufladas en sonrisas. Les pregunté qué les ha pasado, buscando una respuesta que no quería.
“Un señor me quedó viendo y bajó en la misma parada que yo y me persiguió más o menos hasta la puerta de mi casa”, dijo Lucía.
“Alguna vez alguien me persiguió y sentía que tenía que solo tener la llave en la mano para entrar rápidamente, y estar siempre dispuesta para correr o gritar”, mencionó Sandra.
“Siempre que salgo de fiesta y camino por las calles hay un comentario no deseado. Siempre. Alrededor de tu cuerpo, de tu cara, de lo que sea”, confesó Jou.
¿Acaso existe algún lugar seguro para ellas en el que puedan caminar con libertad? Las dudas abundan, así como las tantas historias de las que apenas pueden salir a la luz.
No hay vuelta atrás de esas voces que lo cuentan, emergidas en la tristeza, coraje, rabia, injusticia, para apalabrar emociones que las marcan de por vida. Pero, hay una noche especial. Una en que todas esas voces se vuelven una, y la luna llena se volvió testigo de una inédita demostración de fuerza colectiva.
Esa noche, todas piden lo mismo. Les pregunté cómo querían sentirse en las calles, y la respuesta era de esperarse.
“Quisiera siempre tener esa sensación de tranquilidad”, dijo Lucía.
“Me gustaría sentirme tranquila, en paz”, mencionó Sandra.
“Me gustaría que fuese un espacio seguro para todas”, confesó Jou.
El 7 de marzo se unieron ellas, se unieron todas. Ninguna era extraña, las vinculaba un pasado de sumisión y un futuro de resistencia. El ambiente se fue haciendo partícipe, resaltando sus colores violetas y verdes en un intento de simpatía y exaltación por las que decidieron pisar la calle y reclamar este espacio como suyo.
Esa noche, después de muchas otras con un frío que carcome, la luna decidió regalarles un escenario que iluminó el camino hacia una libertad añorada. Todas estaban arropadas bajo un cielo de inocente quietud, donde el miedo les huía a las mujeres que, tan iguales y tan diferentes, las une el ímpetu de cruzar al mismo destino.
La ciudad se encuentra llena de ironías. Algunas calles vacías, con cierta sensación de seguridad, como dándoles la bienvenida a su llegada. Pero también, como si se tratara de un peligro, policías en cada esquina para proteger a otros de ellas. Esa misma policía que no aparece cuando son ellas quienes necesitan la protección de otros. “La poli no me cuida, me cuidan mis amigas”, gritaban al unísono hacia los uniformados que hacían fila en las aceras.
Han pasado varias cuadras, lo que empezó con leves murmullos va poseyendo un ruido diferente, un ruido que cada vez es menos tenue. Ahora las calles están vivas, mucho más vivas, porque entre mujeres y niñas, bajo una sola voz, gritan “la calle es mía”.
Aquel grito se extendía hacia cada balcón, puerta o casa que, a la distancia, protegía a alguna mujer que desde lejos, con aplausos y besos al aire, enviaba fuerza a todas las que caminaban esa noche por ella. Esa noche una era todas, y todas eran una.
Cada paso creaba un nuevo camino, cada cántico una emoción, y cada pancarta una historia. Las caras anónimas de todas reflejaban la revolución, fruto del empoderamiento que nace allí, en la calle, listo para cambiar el mundo y no volver atrás.
Esa noche solo fue un momento previo, fue calentar los motores para el emblemático 8 de marzo, donde la historia se repite pero con mucha más fuerza, más voces y más resistencia. Aún se sienten en el suelo los pasos de las que ayer pisaron con decisión, abriendo camino para aquellas que lo pisan hoy.
“Las calles serán feministas”, retumba por las esquinas de Plaza Universitat, donde miles de mujeres se dieron cita para continuar gritándole a la luna que la calle les pertenece. La catarsis de años de violencia hizo que volvieran, recargadas, a retomar su espacio.
Estos días se gritó por todas, por las mujeres que trabajan, por las que estaban ese día en las calles, por las niñas, por las madres, por las “bolleras”, por las prostitutas, por las transexuales, por las que ya no están, por las que no volverán, por aquellas que han sido víctimas de un sistema que no cree su historia, por aquellas que sufren en silencio, por las inmigrantes, por las que se encuentran en otro espacio, en otro país, en otro continente, incluso caminan por aquellas que no las apoyan, nadie queda fuera de su lucha. Porque esta lucha es por y para todas.
Que todos los días sean 7 y 8 de marzo, que cada paso reivindique la calle que pisan, y que cada vez el miedo quede más encerrado en rincones donde solía esconderse la resistencia que ahora sale y lucha por que la noche sea un espacio seguro para ellas.
Al preguntarles de quién es la calle, le gritaron a la luna.
“La calle es mía”, dijo Lucía.
“La calle es mía”, afirmó Sandra.
“La calle es mía”, exclamó Jou.
“La calle es suya, la calle es nuestra”, les contesté.