En el interior de cada periodista hay una persona curiosa. Puede tratarse de un divulgador de la ciencia o de un seguidor de la actualidad de la prensa rosa, pero en cualquier caso un periodista que no sea un tipo (o una tipa) curioso será cualquier otra cosa pero no un periodista. Cuando yo era niño leía en un tebeo humorístico las aventuras de un periodista llamado “El reporter Tribulete, que en todas partes se mete”, un personaje que trabajaba en un periódico llamado “El Chafardero Indomable”. ¡Qué magnífico nombre para una cabecera de diario! La curiosidad periodística es una honra porque está al servicio de la gente y, llevada a la práctica mediante la profesión, deviene un vicio privado transformado en virtud pública.
La curiosidad periodística lleva a desear descubrir el mundo primero y a explicarlo después. Es una curiosidad activa porque no le basta con saber para ser satisfecha: desea explicarse el mundo a uno mismo y compartir con los demás lo descubierto. De hecho, ni la curiosidad queda satisfecha al convertirla en materia periodística y puesta al servicio del público; en esa voluntad de descubrimiento hay un deseo de transformación. Deseamos descubrir para explicarnos y explicar, y deseamos descubrir y explicar para poder transformar. El periodista es un optimista que cree en algo tan descabellado como que el llevar las cosas a la luz pueda ejercer un cambio en ellas, un cambio para bien, que beneficie a las personas y que haga del mundo un lugar mejor. La línea fina que une la curiosidad inicial y la transformación del mundo momentáneamente final es la que dibuja la biografía de un periodista, y uno se hace periodista por eso y para eso.
Ojalá a la entrada de las facultades de comunicación pudiéramos instalar un “curiosómetro” ante el mostrador donde uno va a matricularse de primero de periodismo. Un artilugio de tal guisa podría ahorrar muchos disgustos a quienes se acercan al aprendizaje de la profesión sin estar provistos del bagaje suficiente de curiosidad. Porque la curiosidad puede marchitarse o adormecerse pero por sí misma suele ser virtud con la que nacen adornados los jóvenes. De ahí que estos deban diferenciar la curiosidad periodística de cualquier otra, porque van a necesitar aguantar el tipo toda su vida si los hados deciden mantenerlos sobre los carriles de la profesión el suficiente tiempo. La curiosidad periodística, trabajada, pulida y continuada, será el combustible que tendrá que alimentar su carrera.
Husmeando aquí y allá uno cree identificar a veces una inquietante falta de curiosidad en quienes cometen la insensatez de acercarse a la gente de mal vivir que nos dedicamos a la enseñanza del periodismo. O quizás es que muchos de nosotros, que ya vamos siendo viejos, confundimos lo que creemos ausencia de la curiosidad que conocemos con lo que es en realidad la presencia de otro tipo de curiosidad que aún desconocemos. Es probable que las nuevas generaciones expresen el entusiasmo que la curiosidad conlleva de maneras diferentes a las nuestras. Creo que ahora mismo nos encontramos en la situación de saber identificar lo que es pertinente en esta disyuntiva. Pero en cualquier caso será necesario para quien desee ser periodista conectar con ese cierto ardor que nos lleva a ponernos en movimiento porque, en nuestro fuero interno, creemos que de un modo u otro la realidad puede ser transformada.
He dicho ese cierto ardor. Podemos llamarlo de muchos modos pero ese ardor interno –que cada cual sabe muy bien identificar—es la materia prima imprescindible para dedicarse al periodismo. Y es posible identificar si lo vivimos si se percibe un brillo en nuestra mirada que resulta inconfundible. El curiosómetro funciona, al fin y al cabo: o nos brilla la mirada y sentimos una extraña comezón o nos hemos de dedicar a otra cosa que no es el periodismo.