Al final de la última carta que dirigí a nuestros amables lectores llegué a la conclusión de que la misión del periodista como educador popular era trabajar para la conciencia de la unidad del género humano mostrando las bases reales de esa constitución fundamental. Pero acto seguido continué rumiando el asunto: no basta con mostrar la conveniencia de una idea propuesta o su realidad fáctica, no es suficiente siquiera que las personas vean para que crean. Las mentes son tozudas cuando se trata de contradecir los prejuicios, las creencias establecidas o simplemente lo que vaya en contra del interés propio. Y ahí tienen ustedes al pobre periodista escribiendo contra corriente, realizando su tarea de educador popular a la contra de quienes creen que las sociedades se construyen unos contra otros, haciendo su labor de zapa al mostrar que la admisión de otros modos distintos de vivir, ser y pensar permiten que corra el aire fresco que hace que todos sin excepción vivamos mucho mejor.
El periodista es, como dijimos, un educador popular, pero también un facilitador de que esa educación se realice. Si el periodista fuese un mero popularizador de ideas eso no le haría algo mejor que un propagandista o un demagogo. No basta con que una idea sea cierta o justa para que merezca ser adoptada. La conversión de las ideas en valores implica que aquellas sean asumidas como estos por medio de la credibilidad.
De modo que para poder explicar la misión última del periodista y su relación con el público debía ir un paso más allá. Y encontré ese argumento repasando los textos publicados en Somos Periodismo. Lo hallé leyendo una entrevista de Nazareno Grossi con Josep Carles Rius (el amable lector la encontrará en la sección Conversaciones de esta misma publicación). Rius es profesor en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAB, Doctor en Periodismo y Comunicación y presidente de la Fundación Periodismo Plural, editora del diario Catalunya Plural, y afirma en la entrevista: “¿Cuál es la misión del periodista? Crear espacios de credibilidad. (…) La clave está en educar futuros ciudadanos que, en este océano de las redes y diferentes espacios, consigan crear una buena información y agenda mediática (…) darles un buen periodismo que proporcione amplios lugares de veracidad”.
Josep Carles Rius tiene razón y lo demuestra con su libro Periodismo en reconstrucción (Publicaciones de la Universidad de Barcelona)., que ha motivado la entrevista que ha publicado Somos Periodismo. El periodista en tanto que educador popular abre espacios sociales que permiten que distintas ideas, maneras de vivir y puntos de vista se entrecrucen y entremezclen de manera que las gentes descubran que hay muchos mundos en este y que los modos que ellos ya conocen no son los últimos, en posibilidad y legitimidad. El fundamento de la democracia es el reconocimiento del otro, del otro como igual, en dignidad y en derechos, y el reconocimiento de su legitimidad, de la legitimidad de sus puntos de vista y de su derecho a ser contrastado con otros distintos. Pero es necesaria una base para que eso suceda: la credibilidad, de unos, de otros y del espacio en el que confluyen para expresarse.
El periodista en tanto que educador popular, a partir de sus capacidades divulgativas, tiene un largo recorrido que alcanza más lejos que su capacidad de dar a conocer cosas para que las mentes puedan abrirse al aceptarlas en tanto que desconocidas pero potencialmente relevantes. Pero para que eso suceda los hechos, ideas y realidades divulgados por el periodista deben ser reconocibles y reconocidos como creíbles, y creíble debe ser el método y la redacción de esos materiales periodísticos. La credibilidad del producto periodístico es lo que da origen a la credibilidad del espacio informativo i divulgativo que produce democracia. Esa es la misión y la gloria del periodista: crear espacios de credibilidad en los que los ciudadanos puedan reconocerse unos a otros como iguales, seguros de compartir bases de conocimiento y reconocimiento creíbles. No es poca cosa.