Escritora, periodista y viajera
Hablar con Pepa Roma es todo un reto para el periodista que escribe estas líneas. Se trata de una de las escritoras más prestigiosas y reconocidas del país, con multitud de premios recibidos tras obras como Mandala o Adiós Estambul, y, lo más importante, un gran prestigio y reconocimiento a sus espaldas. Resulta harto complicado resumir su trayectoria en unas pocas líneas. Es periodista, habiendo desarrollado una carrera prolífica en muchos medios de comunicación, dentro y fuera de nuestras fronteras, con una larga experiencia profesional. Su espíritu viajero la ha llevado a conocer todos los rincones del mundo: Londres, Australia, California, India, Mali, Senegal, Ghana, Turquía, Irak, Egipto, Libia… y muchos más. Ha trabajado en medios de comunicación como El Periódico o TVE. En 2018, se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Ítaca de la Universitat Autònoma de Barcelona, otorgado por la misma Facultad en la que se graduó en Ciencias de la Información.
Cuando nos encontramos viviendo el Sant Jordi más extraño y triste de los últimos años, como consecuencia de la crisis del coronavirus que ha obligado a prácticamente todo el mundo a recluirse en sus casas, Pepa Roma hace un balance de los aspectos más importantes de su amplia trayectoria personal y profesional, así como de por qué hay que seguir fomentando la lectura y mantener esta festividad como una gran jornada de reivindicación cultural.
Este año tendremos que vivir un Sant Jordi algo diferente. ¿Cómo lo vivirá usted y qué sensaciones tiene?
Lo viviré leyendo y escribiendo, como cualquier otro día, pero con un alto para pasearme por las maratones de lecturas que se están haciendo online, los suplementos literarios con las novedades, y encargar por la web algún libro. Será mi personal homenaje al Día del Libro, pero con mucha nostalgia y el pesar de no poder desplazarme a Barcelona como todos los años para celebrar el Sant Jordi. Es una fiesta a la que desde pequeña no he faltado nunca, ya sea con mis propios libros o para participar con mi familia o con mis compañeros escritores.
«descubrí que la realidad tenía poco que ver con lo que me habían contado»
Con 22 años ya había viajado a varios países como Londres, India, California, Australia… ¿Qué le aportaron estas experiencias como crecimiento personal?
En cierta manera nací a mi verdadera vida el día que aterricé en Bombay allá por agosto de 1972. Yo terminaba COU y la España que vivía todavía bajo el franquismo nos resultaba mediocre, gris y opresiva a los jóvenes con ansias de libertad y de conocer mundo. Aunque ya había vivido un año en Londres como estudiante, hasta el momento de llegar con un vuelo de estudiantes a Bombay, había llevado una vida protegida, en un mundo previsible y lleno de convenciones y condicionamientos. Bombay, con su caos, su miseria extrema, sus terroríficas legiones de mendigos y leprosos que te perseguían a todas partes, pero también pronto, con la extrema belleza de sus danzas, su música, su cultura, su filosofía, me arrojó a otra realidad. De golpe descubría que la realidad tenía poco que ver con lo que me habían contado o había visto antes. Era una realidad de contrastes extremos que te obligaba constantemente a lidiar y evaluar tus emociones, tus pensamientos, tu posición en el mundo y en relación a los demás. Tenías que aprender a mirar y andar en un escenario totalmente nuevo, como cuando de pequeño das tus primeros pasos. De golpe nacía a la edad adulta, sin mis padres o nadie que me protegiera. Considero que esos dos años de viaje alrededor del mundo que empezaron en Bombay son la base de quien soy hoy en todos los aspectos: el espiritual -esa dimensión que en primer lugar me llevó a Asia, atraída por la promesa de encontrar allí mejores respuestas interiores-; el psicológico, haciendo de la curiosidad el motor de mi vida para casi todo, desde viajar a escribir; el profesional como periodista, que nace de esa curiosidad por el otro -otros países, otras culturas-; y el creativo que me llevó a la literatura. Creo que éste nace también del impacto interior con la India, por algo inspira mi primer relato ‘Adios Istambul’ -accesit del Premio Antonio Machado 1990- y es el escenario de las dos novelas que también han sido premiadas, ‘Mandala’, con el Premio Andalucía de Novela 1997, e ‘Indian Express’, con el Premio Azorín de Novela 2011.
¿En qué modo influyó en su posterior etapa como periodista su experiencia en varios países de África a mediados de los setenta?
Al volver de dar la vuelta al mundo en 1974 me matriculé en dos carreras, Filosofía y Letras, y Ciencias de la Comunicación, en esta misma Universidad Autónoma de Barcelona. En 1975 ya estaba trabajando en La Vanguardia y el TeleXpress en prácticas. Pero mis ansias de viajar no habían disminuido, por lo que en 1977 me tomé cuatro meses para emprender con dos amigos la travesía del Sahara, cruzando Argelia hasta Mali, y recorrer todos los países del África Occidental. Aquello me dio una primera visión más humana, amable y hasta poética de unos pueblos que más adelante tendría que visitar como periodista, como la Argelia de la época del terror. Haber estado antes como joven viajera, me permitía ver la crueldad con la que la rapiña de los generales estaba terminando con el mundo de las gentes que yo había conocido en una época más feliz. Digamos que aquello me entrenó para ver siempre el lado humano detrás de las noticias, que es la esencia del reportaje, en lo que yo me especialicé y me sentía más cómoda. También de las entrevistas, que tuve la suerte de hacer a muchos personajes internacionales.
«entrevistar a Nelson Mandela fue como una inyección de esperanza después de ver tanto cinismo en muchos políticos y mandatarios internacionales»
¿Qué huella le dejó entrevistar a una personalidad como Nelson Mandela?
La entrevista con Nelson Mandela fue como un punto de inflexión en mi carrera como periodista. Digamos que fue como una inyección de esperanza después de ver tanto cinismo en los muchos políticos y mandatarios internacionales que había entrevistado previamente. La explosión de alegría del pueblo africano, manando desde todos los rincones del país, para poder recibir a Nelson Mandela en la plaza del Ayuntamiento de Ciudad del Cabo, amplificaba la esperanza a niveles nunca vistos, y de gran significado para los que habíamos pasado por la transición de una dictadura a la democracia. Había cubierto numerosas de estas transiciones, desde Filipinas y Corea a Chile o Argentina, pero en todas las democracias había sido el caballo de Troya para el desembarco en esos países de un neoliberalismo cada vez más injusto. Pero al hablar con Nelson Mandela, ver la firmeza con la que defendía los presupuestos de justicia social, de fin de las desigualdades raciales sin paliativos, y, sobre todo la falta de acritud y la bonhomía con la que hablaba, pensé que al fin había llegado un hombre bueno. Alguien sin una agenda oculta. Su sonrisa es una de las imágenes más imperecederas que guardo en la memoria. También la forma caballerosa en que me recibió para lo que resultó ser la primera entrevista mundial que ofrecía al salir de la cárcel, en lugar de echarme de su casa como habría tal vez hecho otro ante la periodista inesperada.
¿Qué factores la motivan a aventurarse en la literatura y decidirse a publicar?
Desde los 12 años vengo llenando diarios y cuadernos. No sabía que ahí se estaba gestando la escritora hasta que volví a ellos en los años 90 para recuperar muchas de mis vivencias para mi novela ‘Mandala’. A pesar de que ya llevaba más de 15 años en el periodismo activo en distintas redacciones de periódicos y televisión, y recorriendo el mundo como periodista -entre otros países la propia India donde fui a cubrir la primera derrota electoral de la dinastía Gandhi-, sentía que llevaba un libro dentro, que aquella primera experiencia personal era algo que trascendía cualquier cosa que pudiera contar como periodista. Así que, en cuanto pude, me cogí una excedencia y decidí coger por los cuernos esa novela que llevaba años acariciando y haciendo crecer en mi interior con nuevas ideas y anotaciones. La experiencia fue tan enriquecedora, también gratificante por el premio, que a partir de aquel momento ya supe que no iba a conformarme con menos, que la literatura era un instrumento para profundizar en la realidad como no existe ningún otro.
¿Cómo es el salto de trabajar en un medio de comunicación a dirigir un departamento de comunicación como el del Ministerio de Justicia (1993-1996) o del Ministerio de Medio Ambiente (2004-2008)?
Lo que me lleva a aceptar, de nuevo es la curiosidad. Al ver desde fuera y cuestionar desde tantos ángulos el ejercicio del poder como periodista, considero esos puestos como la oportunidad de verlo desde dentro. Allí ves cómo se conjuga ideología -eso que se exhibe en los discursos para el público-, la ética y defensa de los intereses públicos con a los intereses personales de muchos políticos, con su afán de notoriedad, ansias de poder, amiguismo, trepismo. Es una situación de contrastes, una dialecta interna de un grupo de las que puedes aprender mucho sobre la condición humana.
«es fundamental no dejarse llevar o seducir por cantos de sirenas o expectativas basadas en éxitos pasados»
Después de recibir multitud de premios con varias publicaciones, ¿cuál es la sensación cuando empieza a recibir ese reconocimiento? ¿Qué la motiva a seguir escribiendo una vez ya ha alcanzado ese prestigio?
Siento agradecimiento y extrañeza. Siempre me causa sorpresa que me premien por algo que me gusta hacer y que haría de todas formas. Yo me veo más bien como una hormiguita que sigue su propio camino, como guiada por algún designio que desconozco y que me trasciende. Guiada básicamente por la intuición. Levantando la vista del suelo para tratar de vislumbrar algo del misterio que es vivir. Cada libro es un viaje o una etapa del viaje para esta hormiga. Cuando le pongo la palabra FIN siento que es el momento de salir de ese mundo interior en el que he estado sumergida para volver al exterior en el que viven los demás, aquel de cuyo relato se encarga el periodismo, los políticos, las redes. Siento que para mí es un salvavidas para no perderme en mi mundo, una cierta cura de realidad, al dejar mis propios pensamientos para interesarme por lo que piensan y hacen los demás. Entonces retomo contacto con el periodismo, en ese redescubrimiento de lo que sucede a mi alrededor me surgen un montón de ideas que se traducen en artículos. Es un tiempo de descompresión, en el que sales de tu retiro mental literario para ocuparte de las cosas prácticas, entre las que está tratar de publicar aquello que has escrito. Y si entonces tienes la sorpresa de que te dan un premio, el agradecimiento y la felicidad es muy grande. Pasada esta etapa de promoción y celebración, vuelvo a mi condición de hormiga. En ese momento es fundamental no dejarse llevar o seducir por cantos de sirenas o expectativas basadas en éxitos pasados. Creo que seguir escribiendo sólo para conseguir un nuevo premio es la muerte del escritor. Aunque tu figura pública no deje de crecer, no siempre coinciden figura pública y excelencia literaria.
Como viajera intrépida y después de haber pasado mucho tiempo en varios continentes, ¿por qué decide ambientar ‘Una familia imperfecta’ en el barrio de Sant Gervasi de Barcelona?
Parte de mi literatura está ambientada en la India y gran parte de mi periodismo lo he desarrollado como entrevistadora y enviada especial a otros países en distintos continentes. Creo que ‘Una familia Imperfecta’ nace de la necesidad de hacer balance no sólo de una vida, si no de una sociedad en la que he nacido, crecido y que, de pronto, descubro radicalmente transformada. Es, literalmente, un regreso a casa, a los orígenes. Y no porque la novela sea autobiográfica como algunos han dicho. No lo es más ni menos que las anteriores novelas con personajes y escenarios muy diferentes. Toda novela tiene algo de autobiográfico, porque lo vivido por cada escritor es nuestra materia prima, pero sólo eso, una materia prima que utilizas según le conviene a tu novela, a la que moldeas igual que si fuera barro para una escultura. Aunque ni yo soy Cándida, la voz narradora, ni lo que le pasa a Cándida tiene que ver con mi historia personal, lo característico de esta novela, sin embargo, es que es absolutamente fiel a los testimonios sobre la Guerra Civil y la historia de Catalunya en el último siglo, que llevaba tiempo recopilando. Ese giro radical en mi narrativa se debe básicamente a que, al ver que con mis padres y otros familiares nonagenarios que guardan con toda nitidez los recuerdos de una vida, siento que algo valioso está a punto de desaparecer para siempre. Es algo que cobra especial valor en un momento en el que la historia está siendo distorsionada e instrumentalizada por unos y por otros políticamente. ¿Quién mejor para contarla que los que la han vivido? El barrio de Sant Gervasi, por otra parte, es mi barrio desde pequeña por lo que puedo identificarlo con los primeros relámpagos de modernidad en Barcelona que quiebran el manto gris del franquismo.
En 2018 recibió el premio Ítaca de la Universitat Autònoma de Barcelona. ¿Cómo vivió ese momento y qué significó para usted?
De nuevo con sorpresa. Siempre me pregunto ¿no había nadie mejor que yo para recibir este premio? Y agradecimiento. Es un premio único y muy especial para mí, por cuanto unifica mis diferentes facetas como viajera, periodista y escritora, que a menudo me hacen sentir escindida. Ayudándome a reconocer que sin la una no sería la otra, y que las tres están continuamente interrelacionadas. Me emocionó mucho que este premio se diera en el marco de la facultad de periodismo donde estudié y me formé como periodista, pero también como persona, compañera, parte de una generación que en la transición irrumpimos en los periódicos con una ética y la ilusión de contribuir a hacer un país mejor. Esa aspiración que nunca perderemos, emparentada con la esperanza.
En estos días que nos ha tocado vivir, ¿qué importancia tiene la lectura en esta etapa de confinamiento?
Es fundamental para que muchos no terminemos locos, obsesionados por los peligros del virus o el miedo al futuro. Leer no sólo te traslada a otras realidades, si no que amplia enormemente la visión que tenemos de la nuestra, por lo que en sí mismo es una terapia contra la obsesión. Invita también a tomarse el confinamiento como la oportunidad para detenerse en toda la gama de sutiles sensaciones y percepciones que acompañan a una lectura en calma. Podría enumerar mil cosas más… seguro que tantas como lectores hay en estos días de confinamiento.
«Sin lectura no hay cultura, y sin cultura no hay sociedad, ni identidad ni futuro»
¿Por qué es importante seguir manteniendo Sant Jordi como una gran jornada de reivindicación cultural?
Porque sin lectura no hay cultura, y sin cultura no hay sociedad, ni identidad, ni futuro, ni tantas cosas que nos hacen humanos. A nivel personal, para mi es importante porque el Sant Jordi me vincula a mi propia historia personal desde pequeña. He crecido con él, desde que era sólo cosa de las librerías de barrio de Barcelona e íbamos con mi padre a por el libro y una rosa para mi madre. He visto como se convertía en la fiesta del libro más importante de España tirando de otras ciudades como Madrid a celebrarlo con numerosos actos. Me llena de orgullo cada vez que puedo participar con un libro nuevo.
Para acabar, ¿qué consejo le daría a un futuro periodista?
Contrariamente a lo que nos hacen pensar las redes ahora, en las que todo el mundo se siente y ejerce de informador de los demás, ser periodista no se improvisa. Primero hay que dotarse de una formación sólida, preferentemente universitaria, con abundante lectura de los mejores ensayos sobre historia y otras materias, y sobre todo de buena literatura. Nada nos informa mejor de lo que fue la Revolución Industrial que Dickens. Y nada nos ayuda tanto a situar los acontecimientos de hoy como la historia, porque es una de las muchas formas de ponerlos en contexto. Una vez la base, no sólo hay que conocer la técnica y los protocolos por los que se rige el buen periodismo, si no formarse en ellos, adquirir el hábito de aplicarlos hasta que se convierten en una segunda naturaleza. Sin este entrenamiento no estamos preparados para ir a investigar y a informar con rigor y libertad. Porque estos empiezan en uno mismo. Antes de poder defender tu libertad de informar ante el redactor jefe de turno, tienes que haberla conquistado en ti mismo. Esto consiste en separar tus preferencias políticas, ideológicas o personales de la materia que vas a tratar o personaje que vas a entrevistar. Tu posición tiene que ser la misma, seas fan de algo o te caiga fatal. En todos los casos hurgando siempre en las contradicciones o falsas verdades de tus fuentes y dando voz a uno y al contrario. El contraste de fuentes, que se llama, es una de las cosas que más se han perdido. Cada quien bombardeándote por whatsapp solo con las noticias que ratifican su posición, mientras que en los periódicos te clavan directamente el comunicado oficial de la fuente de la que se sienten más próximos o deudores. Es sólo parte del decálogo para aproximarnos si no a una imposible objetividad, sí a una honestidad o juego limpio en el manejo de la información. Otro aprendizaje esencial es el manejo del lenguaje. Es a través de nuestras palabras que moldeamos la realidad; en ninguna otra disciplina es más cierto que en periodismo, el que todos los días recrea el relato colectivo de nuestra sociedad. En cuanto a la elección de los temas, yo aconsejo seguir tu intuición, tus intereses, tu curiosidad. Por mi experiencia, creo que para que algo de lo que escribes interese a los demás, antes ha de interesarte a ti mismo. Como dice Gabo: “cuando el escritor se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo”.