Un viaje a través de los vagones del metro de Barcelona donde la lectura es la protagonista
Miércoles. 9 de la mañana. Parada de metro Universitat, pleno centro de Barcelona. Personas que corren porque no conseguirán fichar a tiempo en el trabajo, porque se han dormido y no llegan a su primera hora de clase, porque tienen una reunión importante que no pueden perderse. Sea lo que sea, van en contra del tiempo. Velocidad, fugacidad, rapidez, vivacidad. Algo que todos vivimos, día tras día. Unos minutos que podemos imaginar a la perfección cerrando los ojos. Estos momentos se presentan como un déjà vu, como un episodio ya vivido o un recuerdo innegable. Lo cierto es que todos nosotros nos hemos sentido en medio de esa celeridad, en el epicentro de una ciudad que solo corre, donde todo es frenético. Sin embargo, en medio del caos también existe la tranquilidad, en pequeñas y breves dosis. Un oasis de serenidad entre el desorden.
Las personas leen para informarse, para aprender, para escaparse a otros mundos, a otras realidades. Y aunque la imagen habitual es la de un vagón lleno de personas dedicando toda su atención a sus teléfonos móviles, la lectura continúa estando presente en la rutina de muchos pasajeros; concretamente en la de aquellos que prefieren lo tangible y acompañan su viaje con páginas llenas de historias. Es posible que, cuando pensamos en libros o en literatura, el transporte público no sea uno de los primeros lugares que vienen a nuestra mente como el ideal para poder centrarnos y disfrutar de la lectura. Aún así, si prestamos un poco de atención, puede llegar a ser el punto perfecto. Una persona leyendo atentamente el diario en papel, otra emocionada por el aclamado best seller Crepúsculo y aquella de allí concentrada en El Discurso del Método de Descartes. ¿No es esto un pequeño refugio de la inmediatez y la velocidad del presente?
Volvemos a ese miércoles. Hora punta en una de las paradas de metro más transitadas por jóvenes universitarios y adultos ocupados. Nos situamos en el exterior del metro, un poco más arriba del centro de ebullición, lleno de gente con sus maletines y mochilas. Estamos en la conocida plaça Universitat, famosa por los skaters que hacen trucos a su alrededor y por los estudiantes que cargan con sus portátiles. Justo en la parada, se ofrecen periódicos gratuitos, y los bancos se llenan de personas de avanzada edad que se sientan a leerlos.
En medio del tránsito, de la prisa de todas esas personas que luchan contra el tiempo, ellos encuentran su momento de paz mientras absorben los primeros rayos de sol. Un instante en el que se acomodan y aprovechan para informarse acerca de todo aquello que está pasando en el mundo. Su instante.
Lugar donde encontrar historias. Fuente: Elena Mullor
Mientras, al ritmo de las escaleras mecánicas, accedemos a la parada, introducimos la tarjeta y descubrimos una realidad completamente diferente. Es justo ahí, al adentrarnos en la estación de Universitat, cuando nos encontramos con Isabel vendiendo libros en un pequeño puesto. Isabel es una joven chilena que está estudiando un Máster de Edición en la Universitat Autònoma de Barcelona y cuyas prácticas consisten en atender este modesto quiosco de libros solidarios. Así que cada mañana, ella se despierta, recorre el trayecto en metro desde Paral·lel hasta Universitat y coloca los libros, separándolos en diferentes categorías: thriller, romántica, fantasía, policíaca o grandes clásicos. Su precio varía entre uno y cinco euros, aunque en su stand se pueden comprar también algunos vinilos, CDs y DVDs, sorprendentemente requeridos por los viajeros. Muchas personas pasan a diario por el mismo punto en el que Isabel trabaja. Para ella, un lugar permanente. Para los demás, un sitio de paso, un trámite en su rutina.
Asegura que por la tarde hay una mayor venta de libros, porque a primera hora todo el mundo está más ajetreado y va con más prisa. Aún así, Isabel vende cada mañana cerca de unos 80 libros. Personas que pasan a diario, se paran a mirar, a donar, a comprar. Van corriendo de un lado para otro y sin embargo encuentran un momento para detenerse y ver qué novedades encuentran, cuál será su siguiente lectura, qué libro le van a regalar a su padre, a su amigo, a su pareja.
Elemento interactivo – Realizado por grupo 04
Cambiamos ahora el ajetreo semanal por un movimiento menos atípico y laboral, donde los urbanitas buscan aprovechar al máximo la mañana del sábado. En esta misma estación no solo cambia el ritmo de los transeúntes, sino también la persona que regenta el stand del Llibre Solidari. “Yo soy Pedro, para servirles”, nos dice este hombre de origen peruano que trabaja como voluntario en el quiosco de venta de libros.
A pesar de ser un día más tranquilo, en el que la gente ya no corre por sus obligaciones, la parada de metro no deja de ser un lugar de paso muy concurrido por los habitantes de la Ciudad Condal. Pedro nos cuenta que vende entre 500 y 700 libros a la semana. No duda del gusto de la gente por una buena lectura y asegura que las personas quieren leer. Leer para informarse, para evadirse de todo lo que ocurre, como la pandemia o los conflictos bélicos. Afirma que la novela, la poesía y el ensayo, nos llevan por otros caminos que nos ayudan a comprender mejor las situaciones que vivimos, lo que sucede en el mundo. O por el contrario, si preferimos alejarnos de lo que nos rodea. Y es por eso que la gente nunca dejará de leer.
Elemento interactivo – Realizado por grupo 04
Nos situamos de nuevo en ese miércoles. Esta vez, entramos en el metro, y nos subimos a un vagón cualquiera. Nos encontramos a María, a Carol y a Cristóbal leyendo mientras viajan sentados. Un libro de Isabel Allende, otro de Dan Brown y otro de literatura clásica. Géneros distintos, personas diferentes. Pero los tres encuentran en ese momento del día la calma que necesitan para poder leer sus páginas. En ese silencio tan característico que se instala en los vagones de metro durante las mañanas, afirman que es la única ocasión que tienen para concentrarse en sus lecturas. Un trayecto de veinte, treinta o cuarenta minutos que se vuelve un viaje paralelo a otros mundos a través de distintos personajes, a otras formas de pensar y de vivir. Se convierte en ese instante de calma que todos buscamos desesperadamente durante el día.
Si estamos atentos, podemos ver que María, Carol y Cristóbal no son los únicos que sostienen un libro en sus manos. Echando un vistazo, encontramos personas que leen de pie apoyadas en cualquier parte, otras sentadas en el suelo o, los que tienen suerte, en los asientos. Si recorremos los vagones del metro de cualquier ciudad, desde el primero hasta el último, se pueden ver páginas y páginas de historias que están siendo descubiertas por sus lectores.
Cada una de las personas que lee un libro se sumerge en un mundo que no es suyo, pero que con el tiempo pasará a formar parte de los lectores y lectoras. Comprender la historia, aprender sobre literatura, conocer nuevas realidades y dejar volar la imaginación. La lectura es eso, uno de nuestros momentos personales. El placer de la intimidad compartida entre nosotros y las páginas.
Lejos de un mundo simplemente ficticio, los libros se disfrutan con los cinco sentidos. El tacto cuando escoges un libro de tapa dura, con páginas gruesas que pasas una a una. El olfato, cuando hueles por primera vez un libro nuevo o uno muy viejo. La vista, que se va parando en las portadas llenas de colores y será la que te guíe a través de las palabras. El oído, el satisfactorio sonido de pasar página a medida que vas avanzando en la lectura. Y por último el gusto, que te deja con ganas de más cuando ‘devoras’ un libro.