Yuliana Cepeda, ex guerrillera del frente 21 de las FARC, explica su vida después del conflicto y reclama el cumplimento de los acuerdos como la única garantía para la paz en Colombia.
Yuliana está un poco molesta. “Yo soy una de las que tiene una carpeta así de grande”, arguye mientras señala el grueso de su carpeta con las manos. Está repleta de diplomas y certificados obtenidos en los cursos que se han hecho en el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) “Marquetalia Cuna de la Resistencia”. Hace tres años que Yuliana vive allí con su familia. Habitar en el ETCR es complicado. Formarse en el ETCR, también: “Se dan unas capacitaciones, pero la gente guarda su papel y lo archiva, porque no van a servir de nada. Si se enseña a criar a un marrano, pues que nos den el marrano. La gente del campo necesita teoría y práctica inmediatamente”.
Yuliana Cepeda (pseudónimo) es una exguerrillera de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en proceso de reincorporación. Tras los Acuerdos de Paz de La Habana, en 2016, entregó las armas. Los miembros de las FARC se disponían a iniciar el proceso de reinserción en la sociedad y a fundar su partido político. La firma de los acuerdos supuso la constitución de veinte Zonas Veredales de Transición y Normalización (ZVTN) repartidas por el territorio colombiano, que más tarde se convertirían en los ETCR. En la actualidad, los 24 ETCR existentes se han incorporado a los centros poblados o forman parte de extensiones de corregimientos y veredas y acogen a 3.296 hombres y mujeres de la antigua guerrilla, según las cifras presentadas por la Revista Semana en su artículo “Las Farc llegó para quedarse”.
En el espacio territorial “Marquetalia Cuna de la Resistencia” (oficialmente ETCR El Oso), viven aproximadamente 160 personas, 70 de las cuales forman parte del proceso de reincorporación. El campamento es reducido y está todavía en construcción. La naturaleza de su entorno es exuberante. Grandes cerros verdes enmarcan las casas amarillas del campamento. La parte inferior de las viviendas está pintada de tonos pastel: los hay azules, rosas, naranjas, rojos y verdes. La vivez de los colores aporta pizcas de alegría al ambiente pesado de las callejuelas del ETCR. La convivencia no es fácil. En cada casa viven tres o cuatro familias que comparten un solo baño y una sola ducha. Muchas también tienen que comer en la misma pieza donde duermen. “Nos trasladaron desde el Valle del Cauca. Ha sido muy complicado vivir, porque estamos todos muy condicionados. Tampoco teníamos las mejores formas de subsistir dentro de la selva, pero al menos existían espacios privados”, explica la exguerrillera del Frente 21.
“Todos los guerrilleros y guerrilleras fuimos arrastrados a ingresar”
Yuliana ingresó a las FARC cuando tenía quince años. “Ingresé en un pueblito que se llama Bilbao, en el sur del Tolima. Esta parte de la región siempre ha sido catalogada como zona roja”, señala. Yuliana es muy expresiva. Se muerde el labio según las preguntas que escucha y sus rasgos se endulzan cuando recuerda experiencias: “La mayoría de hombres y mujeres que ingresamos es porque nacimos y nos formamos en medio de las FARC. Entonces uno se llenaba de inquietudes: ¿Cómo será una mujer en la guerrilla? ¿Qué hará un hombre en la guerrilla? ¿Cómo duermen? ¿Cuáles son sus actividades? Yo me hacía esos interrogantes y no encontraba respuesta”.
En cierto modo, los integrantes de las FARC le despertaban admiración. “Uno los miraba y decía: ¡Tan chévere que viven ellos!”, recuerda Yuliana, que los observaba en el cafetal, en los ríos o en los caños de su pueblo. Sentía que tenían una cultura diferente. “Su modo de vestir de camuflaje, las mujeres con las orejas llenas de aretes, los muchachos con chaquiras que les colgaban de los hombros…”. Yuliana decidió ingresar y la aceptaron. Aunque no solamente la apariencia fue lo que la condujo a las FARC. En el campo, los jóvenes se encuentran con ciertos condicionantes que favorecen su ingreso. La falta de referentes y la pobreza de sus familias, les llevan a encontrar en las FARC una manera de luchar por el cambio. “Yo pienso que, de cierta manera, todos los guerrilleros y guerrilleras fuimos como arrastrados a ingresar. Debido a la falta de oportunidades”, reflexiona Yuliana, que participó durante 10 años en la lucha armada.
Las FARC surgieron en 1964, convirtiéndose en una de las organizaciones guerrilleras más grandes y antiguas de América Latina. “Éramos una ley ilegal, como nos decían a nosotros. Pero éramos ley”, comenta Yuliana con una sonrisa. “Eso es lo que más le molestaba al gobierno y a las instituciones de la región. Si la policía llamaba a una reunión, pues muy rarito el que iba. Pero si nosotros convocábamos, bien sea por lo que sea, la gente estaba ahí”, describe. Las FARC actuaban como autoridad local del territorio donde estaban, promoviendo el manejo, el orden y la buena relación entre comunidades. “Si estábamos en Gaitania nosotros hacíamos lo que hace hoy en día la policía. Y a nosotros nunca nos ponían problema. De cierta manera, nos habíamos ganado el respeto de la gente”, declara la excombatiente.
Por su forma de hablar, se la ve orgullosa de lo que relata. Recuerda lo compartido con sus compañeros, cuando se trasladaban entre montañas de pueblo a pueblo. También las formaciones que recibió dentro de las FARC. Pero dentro de la selva la vida no era fácil. Se desplazaban constantemente y el miedo era un sentimiento recurrente: “¿Cómo no le va a dar miedo si uno estaba preparado para que en cualquier momento lo intentaran matar?”. A pesar de ello, Yuliana se apoyaba en sus compañeros y compañeras, pues todos pasaban por la misma situación.
La mujer dentro de las FARC
“A diario la historia ha querido mostrar a la mujer como víctima, la mujer que dejó a su hijo para irse a alguna organización armada, o la mujer que desplazaron, violaron o asesinaron… Pero éramos unas heroínas. Dentro de las organizaciones que en su momento se alzaron y fueron como esa piedrita en el zapato del Gobierno, hubo mujeres valientes, muy echadas para delante, que lo dieron todo y pelearon”, relata Yuliana. Según la excombatiente, los reglamentos de las FARC eran drásticos y se obligaba a “respetar la integridad física y moral de todos los guerrilleros y guerrilleras y miembros de la población civil. Que un hombre pegara o tratara de hacer cosas no debidas a una mujer dentro de la organización, eso era peor que un delito. Mejor dicho, como dice el campesino, era mejor tocarle las huevas a un muleto que ir a tocar a una mujer”. La exguerrillera también remarca que esa misma doctrina se imponía a la población civil.
Sin embargo, organizaciones como SISMA, ONU mujeres y la Ruta Pacífica, afirman que la violencia de género en el conflicto armado no excluye a las FARC de responsabilidades. Además, esta violencia también ocurrió dentro de la misma organización. Lo demuestran revelaciones como las que Elda Neyis Mosquera García, alias Karina, ex comandante del Frente 47 de las FARC, hizo a la Fiscalía acogiéndose a la Ley de Justicia y Paz. Karina aceptó su participación “en 218 crímenes, algunos de ellos contra mujeres, al tiempo que ha detallado políticas de la guerrilla que incluyen el aborto y la planificación forzada”, según el portal Verdad abierta en el artículo “No es cierto que las Farc son un abortadero todo el tiempo”.
En el mismo texto del portal informativo se incluyen algunas puntualizaciones de Victoria Sandino, exguerrillera de las FARC que trabajó para incluir la perspectiva de género en los Acuerdos de Paz: “No digo que no se presenten cosas hacia la población, es posible que se hayan presentado cosas porque en todos los grupos sociales y humanos hay ese tipo de fenómenos, nuestro comportamiento no es homogéneo, pero para eso hay las reglas internas”. En relación con la violencia de género dentro de las FARC, Sandino matiza que seguramente “hay expresiones machistas” pero que a las FARC se las cuestiona como si fueran ajenas a la sociedad colombiana, lo que en realidad no es cierto.
“La paz es posible, pero hay que construirla”
Yuliana está sentada junto a uno de los muchos murales que decoran el ETCR. En él se ven dos campesinos con rasgos indígenas y la piel del color de la tierra. A la izquierda, un hombre sostiene una mazorca, a la derecha, una mujer anciana usa su bastón mágico, símbolo de sabiduría, de experiencia, para guiar a su comunidad. Mientras Yuliana conversa, su hija Laura revolotea alrededor de la silla. Tiene apenas dos años. Juega con las piedras y, de tanto en tanto, reclama un poco de la atención: “¿Qué quieres amor?”, le responde Yuliana con ternura. En el antebrazo, Yuliana luce un tatuaje con el nombre de su hija unido de principio a fin por una línea que dibuja un infinito. Laura pide agua. Su madre va a buscar una botella, le da delicadamente de beber a su hija y tras tomar un par de sorbos ella también, prosigue su discurso.
“Pienso que la paz es posible, pero la paz hay que construirla. Hay que poner mucho compromiso de todas las partes. Tanto el campesino, como el concejal, como las fuerzas militares, los medios de comunicación…”, afirma. Según la excombatiente, las FARC esperan oportunidades y espacios de participación política, donde puedan hablar y dialogar con sus opositores y mostrar su pensamiento. “Hay gente que no nos conoce y nos odia, porque los medios de comunicación dijeron que nosotros éramos terroristas. Sencillamente así”, dice con contundencia Yuliana. “De nada sirve que yo en mi territorio esté trabajando por la paz, cuando un medio de comunicación está diciendo que, en el sur de Tolima, todos los combatientes se fueron para la disidencia [grupos residuales de las FARC que han continuado con la lucha armada]”.
No hay una única perspectiva bajo la cual analizar el conflicto armado que ha vivido Colombia. Victimarios y víctimas se intercambian papeles según el testigo que narra la historia. “Yo me considero víctima, porque si tal vez el gobierno hubiera tenido otras prioridades, como tener en cuenta toda la población, tal vez la guerrilla no hubiera existido. La guerrilla existió por la desigualdad. Lo que pasó en el 64 todavía persiste: la gente quería una escuela y una vía, un camino, una carretera. Y en vez de ayudarlos les metieron armas y bombas y aviones. Y por eso surgió, fue como el principio de la organización. El gobierno tiene todas las herramientas para que no solamente cambie la forma de vivir de nosotros como excombatientes, sino también la de la comunidad”, concluye Yuliana.
La excombatiente regresa a su casa y lo primero que hace es preguntar por su hija: “Nené, ¿con quién quedó la niña?”. Su cobertizo está repleto de ropa azul, rosa y blanca que cuelga de todos los hilos y estructuras existentes. Mientras habla, el rostro de Yuliana se esconde por momentos entre las cortinas tricolores. “Pero saben qué, hay un historiador que dice que nadie nace aprendido, que todos los días aprendemos. Aquí los saberes han sido muy importantes para ir relacionándonos, logrando nuevas oportunidades y conociendo nuevos terrenos. Yo pienso que alrededor de la comunidad también se pueden lograr muchas cosas”, concluye Yuliana con un destello de esperanza en los ojos. Luego va a sentarse con sus compañeras con quienes ultima los detalles de la reunión que tienen en unas horas.