Será porque España es un país donde nunca dimite nadie y no hay quien se apee del burro, pero la renuncia de Iñaki Gabilondo a seguir presentando cada día su comentario de la actualidad política en la Cadena Ser ha causado una gran sorpresa entre la audiencia y el público en general. No es bueno que un profesional de la calidad de Gabilondo vaya a tener menos presencia en la esfera pública pero es peor que un periodista adquiera la relevancia que suele corresponder a los protagonistas habituales de la actualidad.
El periodista es como el canario que se solía introducir en las minas de carbón metido en una jaula para que, si había gas grisú en las galerías, el animalito estirase la pata al respirar el fluido letal y advirtiera así del peligro a los mineros que debían penetrar en la explotación. Cada vez que un periodista es señalado como protagonista de la noticia en los medios muere un gatito como víctima sustitutoria de los sufridos canarios de la tradición minera –eliminados asimismo de la producción a golpes de reconversión– en señal de que algo no marcha bien en la democracia.
El caso de Gabilondo corresponde a la lógica del mundo al revés. La gente se extraña de que el periodista decida reducir el volumen de su labor en periodismo de opinión, cuando debería sorprenderse por lo contrario, que sucede en general: España es un país en el que la importancia que se da a los periodistas de opinión, opinadores diversos, tertulianos en televisión y radio y demás practicantes de las logomaquias diversas es a todas luces excesiva y sin parangón en las democracias europeas. Ciertamente el periodismo de opinión es legítimo y necesario; no lo es la construcción artificial de determinados estados de ánimo mediante una trama de políticos, periodistas y otros agentes sociales que tratan de influir indebidamente en la opinión pública mediante la promoción de pseudonoticias maliciosas intencionadas, polémicas artificiales y colusiones de intereses indebidas.
El entramado de agitación emocional que en España pasa por ser periodismo de opinión fue creado e impulsado como arma política por los cabezas de huevo (asesores, conspiradores y creadores de tramas) de José María Aznar para derribar a Felipe González de la presidencia del gobierno. El resultado fue un éxito desde que el grupo de periodistas inicial en torno al que se articuló la operación fue conocido como “el sindicato del crimen”, de manera harto expresiva. Iñaki Gabilondo, que no sólo no formó parte de él sino que se significó como lo diametralmente opuesto, se aleja de ese mundo altamente tóxico porque incluso un supercanario acaba siendo sensible a emanaciones de grisú tan intensas.