Mi vida se define en una sucesión de días. Por la mañana, los rayos de sol se cruzan por las rendijas de mi ventana, acariciándome sutilmente el rostro, y me avisan que es hora de despertar y empezar un nuevo día. Los segundos, los minutos, las horas se difuminan poco a poco hasta que llega la noche, y esas inmensas ganas de sumergirme en un sueño plácido.
Hay días frenéticos, otros que parece que nunca se agotan, sin embargo, siguen siendo días. Yo puedo decidir cómo me siento, qué hago, cómo vivo…. Aunque a veces nos dé la sensación como si todo ya estuviera hecho a medida, como si el guion ya estuviera escrito.
Pero… ¿Qué nos impide dedicar nuestro tiempo a aquello que amamos y a lo que nos haga sentir vivos? Poder despertarnos cada mañana y quedarnos tumbados 5 minutos en la cama pensando en todo lo bueno que nos deparará un nuevo día, porque sí, despertarse cada día es un milagro. Que nos miremos al espejo cada mañana con una sonrisa y nuestra taza de café en la mano. Que a cada esquina encontremos algo que admirar: nuevos conocimientos, personas, inquietudes, secretos… Y que, al volver a casa, sintamos que este ha sido un día diferente, repleto de recuerdos y sensaciones. Ser capaces de recordar estos pequeños instantes como momentos permanentes.
Cada nuevo día es una oportunidad para construir quienes somos. Para darnos cuenta de que una buena actitud lo cambia todo, que las inquietudes nos rebozan de conocimiento y que el esfuerzo y la pasión ayudan a trazar nuestros caminos.
Porque al final, aunque nos crucemos siempre con la misma arena, nosotros podemos moldearla a cada paso.