Hace algunos años, en una huelga de la universidad en que se ocupó la Facultad de Ciencias de la Comunicación, se intentó constituir una especie de universidad popular que sustituiría las clases presenciales. Acompañé a Arcadi esa mañana y nos dirigimos a un aula en que había tan solo unas diez personas, alguna de ellas en pijama ya que habían dormido en el recinto, para ofrecer unas reflexiones sobre política de armamento contra política de derechos sociales. Arcadi, inmutable, se dirigió a la decena de atentos estudiantes con igual entusiasmo y precisión que si se encontrara ante una multitud. Y, mientras Arcadi exponía, diseccionaba y desmontaba la ideología de la violencia y el miedo de los que nos prometen seguridad para quitarnos libertades y derechos, comprendí la clave de su pensamiento.

Lo esencial de la filosofía práctica de Arcadi es que el cambio hacia un mundo mejor parte del cambio personal de cada uno de los habitantes de ese mundo. Para ello es fundamental el análisis de las situaciones de conflicto, la denuncia de las opresiones diversas a que son sometidos los seres humanos, la desobediencia frente a las leyes y los mandatos absurdos del poder constituido. Pero, sobre todo, es la acción común de una serie de personas, la suma de empatías y solidaridades, lo que canaliza la acción pacífica y dialogante en cada momento para cambiar esa realidad.  

Arcadi Oliveres partía de la idea simple pero revolucionaria de que cada persona es un mundo, un tópico aparentemente, pero una idea fuerza que se convierte en la mejor utopía del cambio.  El pensar individualmente lo global, impide que los altos ideales oculten la riqueza personal de cada persona, que la avasallen con sus quimeras o la engañen con sus ilusiones. Buscar cambiar la realidad, soñar que ‘otro mundo es posible’, comienza por convencer al ser humano próximo con el que dialogamos.

Arcadi era un pensador que no deseaba convertirse en un líder carismático, era una persona de pie a tierra, conectada con la realidad cotidiana de las experiencias humanas que conforman el universo en que vivimos. Su activismo era organizar, no dirigir, era hacer pensar, no adoctrinar, era dialogar, no imponer. Y eso es difícil de encontrar en los pretendidos revolucionarios de nuestra historia pasada. 

El pensador, en su caso basado en unos conocimientos profundos de economía, debía analizar las situaciones para ofrecer soluciones, desarmar los argumentos conformistas que presentan una supuesta realidad sistémica que permite pisotear a las personas en nombre de las reglas del mercado, imponer la ideología del superior como inevitable, el control como medida necesaria para evitar la violencia y la diferencia social como una evidencia científica. Y Arcadi lo exponía con multitud de datos y de análisis para concretarlo luego en acciones que promovieran el cambio. Arcadi no pretendía convencer sino concienciar, cuestionar los argumentos del poder, cambiar las mentes hacia un discurso liberador donde cada persona pensara y propusiera cómo podía también actuar. Eso es lo que lo convertía en un activista antes que un teórico. Y esa modesta pero fundamental propuesta es lo que lo convertía en un gran pensador.  Como él decía: “Estamos obligados a la esperanza. Porque la esperanza es el único motor de la acción”.

Un magnífico y reciente resumen de su pensamiento se puede encontrar en el libro recién publicado en 2021 “Paraules d’Arcadi. Que hem aprés del món i com podem actuar”, editorial Angle. 

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