El presentador y periodista Larry King. / Fuente: Getty Images

“Es mejor callar y parecer tonto que abrir la boca y dejar que se despejen las dudas”. Esta cita suele atribuirse a Groucho Marx pero también a Mark Twain y a Abraham Lincoln; sea quien fuere el ingenioso autor de esta acidez es una reflexión que también los periodistas debemos tener en cuenta. Hace dos semanas hablábamos aquí de la renuncia de Iñaki Gabilondo a su espacio diario de opinión en la Cadena Ser y el exceso de opinión que hay en los medios españoles mientras pensábamos que la misión de informar va por delante de la de opinar, y aun esta tarea, justificada por la responsabilidad de ayudar a que el público se forme su propia opinión con la aportación del medio. El alud de cháchara pseudoinformativa que día a día cae sobre los ciudadanos hace que con mayor frecuencia de la deseada se despejen muchas dudas acerca de las capacidades cognitivas de más de uno y más de dos.

El periodista no tiene por qué ser un prodigio de brillantez o ingenio, ni siquiera tiene que ser extremadamente inteligente si sabe ser perceptivo, oportuno y con sentido de la jerarquización. A los medios no vamos a lucirnos pues el espectáculo no somos los profesionales sino los elementos –palabras, imágenes, personas, ideas, hechos—de los que somos mediadores. Aun cuando a veces un periodista parezca un showman, si es un profesional inteligente sabrá establecer las dimensiones adecuadas del infotainment (información más entretenimiento) para que el protagonista sea el personaje y no el periodista.

La muerte de Larry King, el entrevistador de la CNN americana, ocurrida hace unos cuantos días, ha venido a poner frente a nosotros su personalidad profesional, que corrobora esa visión moderada y discreta de la presencia pública del periodista. King usaba un lenguaje sencillo y una expresión directa en el trato con su interlocutor; le repreguntaba pero no le acosaba y cuidaba de que el diálogo fuera comprensible por la mayoría del público. Si recuperamos de You Tube la entrevista que le hizo a Monica Lewinski podemos comprobar que sabía ser incisivo sin ser impertinente, incluso en este caso que levantó todos los fantasmas relativos al poder, el dinero y el sexo en EE UU.  Larry King, famoso en todo el mundo y una estrella en su país, fue un anchorman de impacto pero no un agitador sensacionalista al tiempo que condujo un programa de enorme audiencia.

Cuando nos encontramos con un comunicador de gran calibre hay que prestar atención a los detalles, que son el lugar donde se percibe la inteligencia. King aspiraba a hacer entrevistas con contenido, comprensibles en un medio masivo, y distinguirse como entrevistador popular. ¿Qué hacer para identificarse sin adulterar el propio trabajo informativo?  Buscar una percha de la que colgar lo superfluo, que canalice lo que no es esencial.

Obsérvese el truco de los tirantes: uno se pone unos elásticos de colores enormemente escandalosos y hace que se consoliden como rasgo distintivo personal, una especie de identificador visual que funciona instantáneamente tanto a nivel de signo personal como de marca comercial. No se trata del uso que algunos brokers y lobos de Wall Street hicieron en los 90 de las camisas de cuerpo y cuello diferentes y las corbatas amarillas (que entre nosotros fueron adoptadas con entusiasmo por ciertos periodistas combatientes) sino de la adopción de un complemento llamativo pero no descabellado. Sólo con verlos, el espectador sabía con quién se las había y ya no esperaba ser arrollado por excesos verbales: primero funcionó la identificación,  más tarde el producto y finalmente la marca. Larry supo usar el lenguaje no verbal y preservó su palabra de la contaminación extraña. Así se ponía el acento de lo llamativo en este detalle visual y se prescindía de lo excesivo el el discurso.

Estas cosas raramente suelen ser fruto de una decisión previamente elaborada, más bien son racionalizadas a posteriori. Sin embargo, la intuición espontánea a la que responden está fundamentada en qué es lo que consideramos fundamental. Que es que lo importante no es el entretenimiento sino la información, que lo esencial es la veracidad de aquello de lo que se informa, que esta depende del adecuado contraste entre las fuentes y entre estas y la realidad y que el periodista debe abrir la boca sólo para referir lo anterior y no para despejar las dudas respecto a si debería haberse dedicado a vender crecepelo. Con o sin tirantes.

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