La caída de la bolsa estadounidense dejó una larga lista de consecuencias sociales que se arrastraron durante años
El 24 de octubre de 1929 explotó la burbuja especulativa de las acciones de Wall Street, fruto de la sobreproducción de mercado. Un jueves negro, tan oscuro, que sería un antes y un después para el sueño americano de los felices años 20. Un golpe de realidad que desencadenaría la Gran Depresión de miles de familias estadounidenses y que se transformaría en un malestar social que se acabaría extendiendo a los países del continente europeo.
En menos de tres días, aquellas personas que no pudieron vender sus acciones, perdieron gran parte de su capital. Fue la ruina de más de trece millones de inversores, lo que provocó un efecto dominó en la pérdida de riqueza. Este hecho afectó gravemente a los hogares de ganaderos, propietarios e inversores y empresarios, deprimiendo el mercado y provocando una crisis financiera. La caída de la bolsa interfirió en el efecto multiplicador monetario e impidió a los bancos seguir prestando crédito ante la inconmensurable deuda de los ciudadanos. Alrededor de cuarenta bancos quebraron ese día, una cifra que no paró de aumentar ese mismo año.
Socialmente, el crack del 29 tuvo consecuencias desastrosas para los americanos y los europeos. En los Estados Unidos, según el United States Bureau of Labor Statistics, se pasó de un paro prácticamente inexistente antes de la crisis a una cifra de casi catorce millones de personas sin empleo en el año 1933. Los países europeos no tuvieron mejor suerte y la tasa de paro a nivel mundial llegó a niveles muy preocupantes.
En el campo rural ya existían antecedentes, como la sobreproducción y los excedentes que la Primera Guerra Mundial dejó en los Estados Unidos, país que cada vez tenía menos demanda europea. El nivel de bienestar disminuyó de forma drástica, lo cual hizo que muchos ciudadanos emigraran del campo a la ciudad en búsqueda de las pocas oportunidades que había. Las grandes urbes no pudieron absorber tal cantidad de población y aparecieron las denominadas hoovervilles, unos barrios de chabolas que acogían a cientos de miles de personas en unas infraestructuras pésimas. Estos guetos marginales en los cuales reinaba la pobreza se situaban cerca de comedores sociales o en terrenos vacíos, como parques o descampados. Las viviendas estaban hechas de madera, piedra o incluso cartones, y las condiciones higiénicas eran inexistentes. Estos hoovervilles se crearon en muchas ciudades americanas, convirtiéndose en uno de los más famosos el de Nueva York, instalado en pleno Central Park.
Las largas colas, la pobreza en las calles o la desocupación eran un retrato del malestar social que vivían los ciudadanos y las ciudadanas estadounidenses. Dorothea Lange fue una fotógrafa que plasmó el pesimismo y la pobreza del momento. Los problemas macroeconómicos se desplazaron hacia la política, generando una pérdida de confianza en el trigésimo primer presidente de los Estados Unidos, Herbert Hoover. Sin embargo, su mandato duró hasta el año 1933. Aunque su presidencia quedó marcada por la caída de la bolsa estadounidense, sí que hubo una intervención keynesiana del estado, reduciendo los impuestos y aumentando el gasto federal.
El Crack del 29 reflejó las incongruencias entre el sistema capitalista y el estilo de vida consumista. Un sentimiento de liberalismo que fracasó con la caída del Dow Jones y que propició un despertar del falso sueño americano.