El Mercat de Sants no despierta con sus clientes, sino con sus vendedores que trabajan en poner todo a punto desde mucho antes de que se abran las puertas

Sobre una estantería de vidrio Jaume coloca su radio Pritech PBP-156, la conecta a la corriente y empieza a sonar “Punto 40” de Rauw Alejandro. Son cerca de las 7 de la mañana, sostiene un cuchillo con una mano y en frente suyo, sobre una tabla, tiene un pedazo de carne a medio cortar. Sin embargo, no era el primer trozo que trinchaba en el día, su trabajo había comenzado varias horas antes.

A las 5:45 de la mañana, en la entrada del Mercat de Sants, Jaume llegó vestido con una chaqueta azul, pantalones blancos y zapatillas. Entró directo hacia su parada, Carns Gasull, donde los escaparates se encontraban vacíos. Su primera entrega no tardó en llegar. Salchichas, butifarras, lomo y otros productos estaban distribuidos entre 12 cajas de plásticos. En ese momento su jornada se puso en marcha.

Jaume enciende la radio antes de las 7:00 A.M y suena «Punto 40» de Raw Alejandro a todo volumen. Foto: Sofía Anich.


Había pasado menos de una hora en su parada, cuando sacó la radio y sintonizó Ràdio Flaixbac a toda potencia para que lo escucharan en todas las paradas de alrededor. “¡Esto es lo más importante!” nos dice. Todos los días escucha el matinal de la radio hasta las 8:30, cuando el mercado abre sus puertas.

La mañana avanza entre conversaciones con otros comerciantes, bromas por la eliminación del Barça frente al Manchester United en Europa League y saludos al paso mientras Jaume organizaba la carne en los escaparates. Después de eso, separa los trozos restantes en bolsas y los almacena en un congelador en la parte trasera del local, mientras recibe llamadas para pedirle encargos que recogerían durante el día. Esta serie de tareas se repiten de manera que parece mecánica y no es de sorprender, Jaume aprendió el oficio desde joven, su padre le enseñó. Empezó cuando tenía solo 18 años y hoy tiene 50, una esposa y dos hijas de 17 y 21 años.

«Me gustaría dormir más, pero es lo que hay, ¡si no, no tengo tiempo!«

Jaume Gasull

“La rutina siempre ha sido la misma, no ha cambiado”, asegura sobre su trabajo. Esto lo grafica relatando que durante las remodelaciones que sufrió el mercado tuvieron que trabajar por varios meses en una carpa provisional, algo que tampoco afectó su rutina. Eso sí, remarca que la pandemia fue un periodo más complicado de llevar. Tuvieron que trabajar en condiciones limitadas y el flujo de clientes creció. A pesar de esto no todo estuvo tan mal y resalta que cada día lograban vender todos sus productos, algo que actualmente depende mucho de la época del año.

“Me gustaría dormir más, pero es lo que hay, ¡si no, no tengo tiempo! La gente me pregunta: ¿por qué vas tan temprano al mercado? ¡Pues porque hay mucho trabajo!”, cuenta el carnicero mientras se prepara para bajar al subterráneo donde se encuentran los refrigeradores donde almacena sus reservas de carne. Antes de bajar nos cuenta que “a primera ahora siempre estoy yo solo, a las 6:30 viene Gresi, mi compañera”.

Jaume saca los trozos de carne del frigorífico y realiza los primeros cortes antes de llevarlos a su puesto. Foto: Sofía Anich.

A 3 grados de temperatura

Jaume deja su puesto, camina hasta el elevador y baja al piso -1 del mercado. Avanza por el “carrer D” hasta la puerta D37 donde almacenan sus suministros. Antes de entrar avisa que es necesario usar abrigo porque dentro de la nevera está a solo 3 grados. El interior se distribuye por diferentes cámaras, con rejas, donde cada carnicero tiene su carne. Aquí es donde guarda las piezas grandes, y donde las corta en trozos más pequeños para llevarlos arriba donde terminará de trinchar la carne. En la cámara se está una media hora. Durante el tiempo en el interior, mientras cortaba la carne, cuenta los accidentes que ha tenido y destaca uno en específico donde un corte en la pierna que lo llevó al hospital. De secuelas ni hablar, ya que asegura que sólo le queda una cicatriz y que hoy en día sería capaz de correr una maratón.


Al volver a la parte superior su compañera ya está ubicada en el lugar. La radio continúa encendida y suena “Me porto bonito” de Bad Bunny. Jaume empieza a limpiar los cortes de carne que trajo desde la nevera del subterráneo mientras cuenta de su vida. Asegura que no se ve en otro lugar que su carnicería, pero no espera que sus hijas sigan sus pasos. “Que busquen lo que les gusta, que esto es muy duro y muy pesado”, afirma antes de contar con orgullo que la mayor está cerca de terminar la universidad. 

Por otro lado, cuenta a modo de anécdota que los años de trabajo le han dado habilidad con el cuchillo, pero no dentro de la cocina, “¡No sé hacer ni una tortilla!”. Su relato se interrumpe cuando en el negocio de enfrente, Carns i aviram, llega un trabajador directamente a molestarlo. Es fanático del Manchester United y ríe mientras le recuerda el 2-1 con que su equipo eliminó al Barça de las competencias europeas. Jaume responde con un sonoro “vete a la mierda” y continúa trabajando.

Jaume y Gresi trabajan juntos hace 15 años. Foto: Sofía Anich.

De vitrinas vacías a vitrinas llenas

A las 7:20AM su trabajo ya empieza a reflejarse en las vitrinas. Los espacios antes vacíos ahora están repletos de variados trozos de carne, hamburguesas e incluso de productos preparados que han incorporado para variar su oferta. Entre la repetitiva labor de cortar y limpiar la carne se da siempre un tiempo para bromear con quienes están alrededor. En un momento coge un pedazo de carne, le recorta un trozo pequeño y se lo lanza a un verdulero que le está dando la espalda en el puesto de enfrente. “Se me ha caído”, le alega en voz alta antes de que este se acerque a conversar sobre el resultado de la noche anterior.

Al terminar, el hambre empieza a hacer mella. Son cerca de las 8AM, el mercado está por abrir, y Jaume decide comer una magdalena antes de bajar nuevamente al subterráneo. En el ascensor habla sobre su trabajo. Al preguntarle sobre cómo se siente al ver a los animales faenados y si le produce algún remordimiento, asegura que no. Sin embargo, sostiene que lo suyo es trabajar con la carne y que “si tuviese que matar al animal no lo haría”.

“Si tuviese que matar al animal no lo haría”.

Jaume Gasull

La puerta del frigorífico se cierra. Sube hasta la planta principal y al abrirse de nuevo se logra ver, a través de la entrada, como las personas empiezan a juntarse esperando que el mercado abra sus puertas.

Gresi corta un cordero Foto: Sofía Anich.

Últimos minutos previos

Los puestos alrededor de Carns Gasull ahora están todos abiertos. La música sigue sonando, esta vez al ritmo de “La inocente” de Mora y Feid en la radio. A Jaume le gusta la música que suena en la emisora, los ritmos urbanos lo ayudan a sobrellevar la mañana, aunque a Gresi no le gusta. “A veces le digo que si no le gusta esta música es que se está haciendo mayor. Con cariño”, explica Jaume mientras ambos siguen preparando la parada para los clientes.

Son las 8:18AM pero antes de empezar atiende una llamada telefónica. Al cortar la conversación se dirige por tercera y última vez al subterráneo. En el camino las bromas por la derrota de su equipo continúan, vienen de sus compañeros de oficio, de mercado e incluso de los recolectores de basura quienes son muy conscientes de su afición por el Fútbol Club Barcelona. Esto no lo distrae demasiado y entre respuestas ingeniosas sigue su camino al frigorífico donde se encuentra con nuevas piezas de carne que su distribuidor le dejó mientras trabajaba. 

Jaume trabaja la carne rápido, no mira su reloj, ni siquiera trae uno puesto. Cuando falta poco más de un minuto para abrir las puertas vuelve hasta su posición y apaga la radio que ya está por terminar su programa matutino. Sin embargo, la música no se detiene. Esta vez son los parlantes del mercado los que le ponen ritmo al lugar aunque con canciones clásicas, muy distintas a la música urbana que acompañó el despertar del lugar. 

Jaume arregla los precios de la carne en su puesto minutos antes de abrir. Foto: Sofía Anich.

Los primeros clientes entran al recinto en cuanto dan las 8:30, en su mayoría son gente mayor preparada con carritos y bolsos para ayudarlos en su misión. Se pasean entre verduras, pescados, granos y carnes. Jaume espera su turno sin impacientarse. A las 8:46 prende el tablero digital con el contador de turnos, aparece estático dibujado en luz roja el número 96 de la tarde anterior. Dos minutos después el primer cliente se acerca hasta sus vitrinas, “¡Buenos días, Jaume!”

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