Los rótulos a la entrada reflejan las dos caras del Mercado, el arriba y el abajo | Jiaying Xu

Un mercado lleno de costumbres, amistades y recuerdos se hundió en las aguas amargas del progreso y la modernidad

El mercado de Ninot es hogar de recuerdos, vivencias y sueños de muchas personas. Familia y tradición son los aromas que se respiran en sus alrededores. Sin embargo, el paso del tiempo y la entrada de un mundo posmoderno ha hecho que una vida de memorias poco a poco vaya desapareciendo.

Un espacio donde lo nuevo y lo viejo convive en armonía

Tradición, algo que siempre ha respirado el mercado del Ninot. Son varios recuerdos los que están atrapados entre las paredes de lo que alguna vez fue la personificación de la calidez humana. Si pensamos en una palabra para relacionar a este mercado, probablemente «familia» sería la más adecuada para englobar los sentimientos de aquellos emprendedores que siguen escribiendo su propia historia en él

50 años atrás todo era muy diferente, pese a la esencia que se conserva dentro de los rostros que le dan un sentido al Ninot. El mercado tiene un pasado envidiable, plagado por sonrisas, abrazos y vínculos que muchos hasta el día de hoy no serían capaces de perder. Niños jugando y corriendo hasta el cansancio, apretones de mano tiernos entre los empresarios, y las ansias del barrio por querer crear memorias entre los miembros de esta acogedora comunidad en L’Eixample.

Niños como Luis Macio (53), que a sus 12 años su única preocupación era jugar a la pelota con su hermano a los alrededores del mercado, con la esperanza de que su madre nunca lo llamara a comer. Sus padres empezaron una frutería y, más que clientes, tenían amigos. Cuando cumplió los 15 y comenzó a tener responsabilidades dentro del puesto, entendió que más valía una conversación que una venta. 

Niños como Oscar Soto (48), que nació para vivir entre libros. Tras la apertura de la primera librería en el Ninot hace más de 40 años, la familia del pequeño sería el lugar ideal del barrio para cultivar la buena lectura. Oscar no era un aspirante a futbolista, él solo se regocijaba en intercambiar novelas con los amigos de sus padres. 

Niñas también como María Hernández (78), quien se crió en el barrio jugando a las muñecas con sus amigas, para luego servir en la limpieza de su mercado local. Siempre con la intención de guardar pan para Mayo, pues su familia siempre sembró las semillas para una unión rentable en la economía de su hogar. 

Beni y Lucia, cuyos apellidos prefirieron no brindar a la redacción, fueron niñas que siempre les gustó vestir bien y deslumbrar acorde a la época. Su madre logró ser dueña de uno de los tantos puestos de ropa y buena costura que adornan al bello Ninot en sus alrededores. Eran días lindos, donde se disfrutaba más el momento, donde la vida iba más lenta, donde el tiempo no era un activo tan caótico.

¿Qué cambió? ¿Qué se perdió? ¿El mercado del Ninot sigue significando lo mismo que hace 50 años? ¿Eso es bueno o eso es malo? Son preguntas que un grupo de redactores de Somos Periodismo formularon tomando un café de media mañana a las 11:00, en un Ninot vacío, desesperanzador y, extrañamente, cansado. 

No hace mucho, en el 2015, la marca Mercadona abrió un supermercado en la planta baja del Mercat del Ninot para no quedarse atrás frente a las nuevas tendencias del milenio. Muchos se preocuparon por perder a los clientes, otros en figurar estrategias para el ajuste de un precio competitivo, inclusive algunos quisieron hacer el cambio inmediatamente a la vida digital. Lo que pocos calcularon es que lo que estaría en peligro sería la esencia, el espíritu y la vida misma del Mercado de Ninot. 

Entre recuerdos opacados por la modernidad

Luis Macio creció y puso su propio puesto en el mercado, «Frutería Pacos», justo al frente del puesto de su hermano. Sus padres ya están jubilados y raramente van a visitar el mercado, por el cansancio que significa someterse al paso del tiempo. 

Él y su hermano ya no hablan tanto. Desde el ingreso de la modernidad a la vida cotidiana y la dependencia tecnológica en las personas, se encuentra muy ocupado gestionando el nuevo sistema de Delivery por aplicativo del cuál a veces no tiene idea cómo utilizar. El negocio ha crecido, es más grande, hay personas, pero ninguna es familia. 

«Los tiempos van muy rápidos, el mercado sigue teniendo la misma calidad superior, pero ahora la vida es diferente. Hay nuevos modelos de negocios, nuevas formas de hacer comercio. Las costumbres inclusive son un factor, antes la mujer no salía de casa, ahora se encuentra empoderada y trabaja. Ya no hay tiempo para hacer compras de mercado, mucho menos para formar relaciones», indicó. 

María Hernández ahora está jubilada y ya no tiene tantas amigas como antes, ahora las palomas le hacen compañía. Por más de 12 años, desde que tiene el tiempo libre, todos los días cruza el mercado para ir al Mercadona a comprar dos kilos de arroz, pues sale más a cuenta. De vez en cuando compra ahí, pero ya no se permite sentir lo mismo que vivió en su infancia. 

Oscar Soto ya hace más de 24 años que maneja la librería que sus padres le heredaron en el mercado. Él nos define esta crisis del nuevo milenio de una manera muy precisa: «ahora nadie lee, y el que no lee, no conversa». 

El librero ha pasado bastantes años para darse cuenta que la modernidad significa una ruptura de tradiciones, sino también en la forma de pensar. No es el ritmo del negocio lo que extraña Oscar, es simplemente que le recomienden una buena lectura. 

«Del Mercadona no me hables», murmuró entre dientes Beni inicialmente contra este humilde equipo de reporteros. Su puesto de ropa y costura sigue andando bien, dentro de todo parece que se han adaptado a la era digital.

«El nuevo mundo nos ha traído progresos y retrasos. Este nuevo supermercado hizo que más gente pasara por el puesto, inclusive me he descargado WhatsApp para hablar con mis chicas fieles. Aún así, no es lo mismo. Me gustaría hacer eso con algunas de las amigas con las que compartí tantos años en el Ninot, la mayoría ya no están acá para verlo», se lamentaba. 

Lucia, mientras se prendía un cigarro para ahogar su propia melancolía, reflexiona que como personas hemos llegado al límite de valorar en exceso nuestro tiempo. Para ella, los pequeños momentos que formaron al Ninot ya no existen. Es imposible, pues la vida va tan rápido que hace que las costumbres se pierdan, a la par de las formas de compartir. 

El Mercado del Ninot está exhausto por pelear una constante guerra con el presente. Su esencia aún vive, aún respira. A lo lejos, una comerciante del puesto de bocadillos llamado «Bar Ket» saluda con una sonrisa a algún cliente. Ella no ha perdido los modales, pero no muestra que está quebrada por dentro. 

«Se está perdiendo mucho la unión de la comunidad, a veces nos raya la salud mental ir tan anónimos para el mundo. Llegará un momento en que le encontremos mucha falta. Se desprestigia mucho la labor de los que trabajamos en el mercado, ahora para una nueva generación es difícil entender lo que nos costó llegar acá»

Para esta comerciante anónima, que irónicamente se pone en esa situación pese a sentirse como tal con las nuevas dinámicas a las que se enfrenta el Ninot, nos cuenta que hablar ahora vale muchísimo. La soledad en un mundo tan conectado se encuentra más a menudo y es ahí cuando el mercado cumple su antigua función: ser un espacio seguro para escapar cinco minutos. 

José Gómez, quien lleva 22 años trabajando en una carnicería familiar de tres generaciones, también admite que el Mercadona es una analogía de la vida actual. Uno quiere algo, lo quiere para ayer, y apenas lo consigue, deja de necesitarlo. Un supermercado ofrece eso, pero el empleado de origen ecuatoriano señala que el trato personal es la verdadera propuesta de valor de un espacio.

Lo que nos preguntamos es: ¿estamos dispuestos a tener un trato personal?.

Una tarea del hogar como hacer las compras resulta cada vez más robótica y automatizada. Es ahí cuando se rompe la tradición, y son menos las personas que van a explorar con tiempo todos los productos de su lista, que van a preguntar por la calidad de lo que están comprando y, sobre todo, que dejan de saludar. 

El Ninot más allá de un mercado local es un ejemplo de lo fría que se encuentra la vida en este momento. Es un lugar en donde un lunes a las 10:00 aceptamos que las personas ya no quieren abrigo para el invierno. Son muchos factores de este nuevo mundo moderno que han hecho cambiar varias cosas. Es por esto que toda la semana nos hemos preguntado: ¿En qué momento se perdió el Ninot?

Por eso, debemos proponernos como comunidad frenar un poco, mirar hacia arriba, y hablar con el de al lado. Que valgan la pena cinco minutos de charla con un vecino o comerciante, todo basta con un «¿cómo está?». Dejemos por un rato esos espacios temporales estresados, pausemos nuestra prisa por un rato y, más allá de recuperar el Ninot, recuperémonos a nosotros.

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