Santa Caterina es el mercado de referencia para los vecinos de Ciutat Vella.

Tras más de 150 años de historia, el mercado se enfrenta a un nuevo reto, la supervivencia en Ciutat Vella.

Los mercados son el reflejo de la sociedad y gracias a ellos entendemos los modelos de vida de una localidad. Para Santa Caterina, la adaptación al cambio es una rutina y se ha convertido en la única forma de sobrevivir. Una transformación con un largo recorrido que parece no tener fin.  

Tiene más de un siglo y medio de vida y ahí sigue. Ha vivido una guerra civil, cambios de gobierno, e incluso una pandemia mundial. El Mercado de Santa Caterina lleva desde su fundación en 1858, hace ya más de 150 años, escondiendo las pequeñas y grandes historias de aquellos que lo pueblan delante y detrás de las más de 60 paradas qué todavía hoy siguen operativas.

Es un gran pedazo de historia, fue el primer mercado cubierto en toda Barcelona, el más antiguo de toda la ciudad. Situado en el barrio de Ciutat Vella, donde en 1835 se quemó el convento de Santa Caterina, comprende una manzana aislada cerca de Vía Laietana. Lo rodean algunos de los edificios más reconocidos de la ciudad: el Palacio de la Música, Santa María del Mar y la Catedral Gótica.

Santa Caterina se inauguró en 1858 y desde entonces sigue alimentando el barrio. / Sandra Torró

Durante la posguerra se convirtió en un mercado clave para las poblaciones vecinas y hoy en día alimenta a los miles de personas que lo visitan para llenar la nevera. Pero no solo los cambios sociales han afectado al mercado, sino que la propia estructura ha tenido que verse completamente restaurada, una actuación que se dio entre los años 1997 y 2004. Los propios paradistas que hoy siguen atendiendo fielmente a sus clientes recuerdan bien el traslado y hablan de “los años de la carpa” refiriéndose al periodo en el que una estructura provisional hizo las veces de mercado mientras duraban las obras.

“Llevamos toda la vida en el mercado”

Josefa Alonso y su hermano Francisco Javier son de los que recuerdan el cambio. Llevan “toda la vida en el mercado”, son la tercera generación detrás una de las múltiples fruterías que llenan de color Santa Caterina. Su abuela llegó al mercado después de haber sido vendedora ambulante durante años. Su madre se mudó al mercado provisional por la reforma y su turno llegó con la nueva ubicación

La mujer, que ahora supera los setenta, observa desde su rincón a los clientes sentada en su silla. Se ríe con lo que ve, conocedora como pocas de la realidad que la rodea. “Desde mi abuela hasta nosotros serán unos…”, recuerda la mujer entrecerrando los ojos, “90 por los menos”, completa su hermano, sin dejar de colocar la verdura en los expositores. “Sí, pues 90”, afirma ella un poco molesta por la interrupción y recuperando el hilo de una conversación en la que le gusta sentirse protagonista.

La frutería de Josefa tiene más de 90 años de historia. / Sandra Torró

Si se le pregunta por el futuro, Josefa responde decidida: “yo no sé qué es lo que va a pasar porque yo ya no estaré aquí”. Antes de que acabe el año, tanto ella como su hermano se jubilarán y no cuentan con una cuarta generación que quiera seguir con la casi centenaria frutería. «Tengo dos hijas, pero una es sanitaria y la otra trabaja en una empresa. Mi hermano no tiene hijos y mis nietos, que van a la universidad, tampoco quieren saber nada de venir al mercado”, cuenta apenada.

Aun así, antes de marcharse, por el camino han sido muchos los cambios a los que se han tenido que adaptar. Algunos les han beneficiado, como la apertura de Mercabarna por la tarde. “En su momento nos quejamos mucho, pero con perspectiva, ganamos en calidad de vida porque yendo por la tarde no teníamos que levantarnos tan temprano”, recuerda ahora Francisco Javier. Sin embargo, otros cambios, asumen que los deberían haberlos hecho antes. “Tardé mucho en aceptar cobrar con tarjeta y perdí muchos clientes”, concluye Josefa. 

Santa Caterina cuenta con más de 60 paradas en activo. / Sandra Torró

“Negocio significa no-ocio”

Pagar con tarjeta es una evolución que también vivió Marian, aunque ella la aceptó fácilmente. Su vida tiene como base el Mercado de Santa Caterina. Hija de una charcutera, Marian lleva 36 años detrás del mostrador. Empezó a ayudarla de pequeña y hace apenas unos meses, en junio, heredó la parada después de que su madre se jubilara con 72 años, tras 50 al frente del negocio. Ella lo tiene claro: “negocio significa no-ocio”. Se deja la piel día tras día en la tienda que lleva el nombre de su madre: la Pollería Angelines

“La vida del mercado es como la vida de la calle, igual que va cambiando fuera, cambia aquí. Ahora mismo estamos en una etapa de inestabilidad y transición”, explica la carnicera. “Tienes que atreverte y lanzarte al vacío”, cuenta la recién convertida en autónoma sin perder la sonrisa. Los mismos cambios que hay en el mercado afectan también a esta carnicería y, de la misma forma que reconoce que la pandemia fue un duro golpe para todos ellos, ahora afirma que es momento de ver “el vaso medio lleno”. “Hay que venir aquí, trabajar mucho e ir hacia delante”, sentencia la mujer que prefiere no contar el número de horas que pasa de cara al público.  

Marian acaba de heredar el negocio que fundó su madre hace más de 50 años. / Sandra Torró

“La vida del mercado es como la vida de la calle, igual que va cambiando fuera, cambia aquí”

Marian es consciente de que el mercado se enfrenta a un momento de reestructuración. El rumor que se extiende entre quienes levantan la persiana cada mañana, se confirma al consultar a Xavier Clavaguera, gerente actual de la asociación de paradistas. Define el momento que atraviesa el mercado como “un proceso de reagrupación del comercio”. 

Santa Caterina inicia una nueva etapa, con una transformación interna que llega después de 20 años sin apenas variaciones. El gerente relata el proceso: el primer paso consiste en un análisis de las características de la población del barrio que permita establecer cuáles son sus necesidades. A partir de ahí se marca cuál es el número de carnicerías, pescaderías, fruterías y tiendas de conservas, entre otros, que son necesarias.

“El barrio ha cambiado mucho durante los últimos 20 años”

Clavaguera espera que este análisis de un barrio que “ha cambiado mucho durante los últimos 20 años”, pueda ver la luz antes del final del verano. El objetivo pasa por “ubicar las paradas en el centro y dejar las zonas más amplios de los laterales para otros establecimientos que necesiten más espacio, como restaurantes o supermercados”, explica el gerente, haciendo especial hincapié en que siempre serán establecimientos «relacionados con el mercado”. 

Cada vez son más los paradistas que se ven obligados a bajar la persiana de forma definitiva. / Sandra Torró

Así, Santa Caterina aparece como el epicentro del barrio. Para que esto sea posible, el personal, liderado por Xavier, trabaja para convertirlo en un elemento social más. “Hace más de 10 años que ofrecemos el servicio a domicilio gratis para personas mayores de 65 años, es una forma de ofrecerles ayuda, de que no pierdan la calidad que se les ofrece en el mercado y de que puedan seguir sintiéndose parte del barrio”, explica el gerente.

Los cambios en la forma que las familias tienen de alimentarse también empiezan a reflejarse en los mercados. Joaquín García es el único paradista de toda Barcelona que tiene un puesto de alimentación vegana. El proceso no fue fácil, pero desde hace un año su sueño, y el de su mujer, se ha convertido en realidad. 

“Para mí, poder estar en medio de un mercado y rodeado de carnicerías es un acto reivindicativo”

Han tardado 4 años en tener su puesto en un mercado de la capital catalana. Los epígrafes de los mercados se lo habían impedido hasta ahora. El de Santa Caterina cambió esta condición y dio lugar a La Veganeria del Born. “Para mí, poder estar en medio de un mercado y rodeado de carnicerías es un acto reivindicativo”, afirma García. “Ser la única parada vegana en el mercado tiene ventajas e inconvenientes. Creo que es necesario hacer este acto de reivindicación de los productos que no son de origen animal, pero después de un año aún no me acostumbro a los olores de la carne y a ver a los cerdos muertos porque yo tengo uno y me recuerda a él”, cuenta apenado el paradista vegano. 

Joaquín lleva menos de un año en el mercado de Santa Caterina. / Sandra Torró

Las dificultades siguen a día de hoy, y es que han recibido múltiples denuncias por Instagram, hecho que no les permite publicitarse por la red social. “Para nosotros es duro recibir tantas denuncias anónimas y por parte del sindicato cárnico de Barcelona. La mayoría de turistas nos conocen por Instagram y no podernos publicitar hace que perdamos clientes”, relata afectado García. El paradista añade que “también hay gente que se pasea por el mercado y te espeta comentarios negativos, como que no vendemos comida de verdad. Estos comentarios realmente refuerzan que nuestro objetivo reivindicativo está funcionado”.  

No obstante, La Veganeria ha florecido, sobre todo, estas navidades, que es la época del año en que más gente acude a los mercados. “Hay mucha gente de Barcelona que nos ha conocido estas navidades, pero la mayor parte de nuestros clientes son extranjeros, sobre todo italianos y alemanes. También tenemos público de todas las edades, cosa que nos sorprendió”, cuenta Joaquín. 

Joaquín ha sido el último en llegar, pero probablemente haya sido de los primeros en entender el reto al que se enfrenta el mercado. Un día más, la gente termina sus compras y con el paso de la mañana los pasillos se van vaciando. Mañana, Joaquín, Marian, Josefa y su hermano, junto al resto de paradistas volverán a levantar las persianas conscientes de que un nuevo cambio les acecha.    

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