Tras los hallazgos de una muralla bajo el mercado y la llegada de una nueva comunidad de bailarines, el lugar recuerda el desarrollo de la vida pública en la antigua Roma
Entre cliente y cliente, María Teresa aparta la mirada del mostrador por un segundo y la fija en la pantalla que tiene colocada en una de las esquinas de la parada. Los lunes no tiene tanta fruta, explica la dependienta; así que se dispone a comentar con su compañera de pasillo, la dueña de la cafetería de en frente, las imágenes y recuerdos del fin de semana.
Había sido carnaval y el pasillo central del Mercat de Sant Antoni, donde se concentra la zona de alimentación, seguía lleno de guirnaldas, flecos, gorros y antifaces. La frutera y las paradas de alrededor, además, habían ganado el premio a la mejor Comparsa.
– “¡Mira qué guapa sale!”, expresa una.
– “Él va disfrazado de payaso”, responde la otra.
Al ver la cámara, que buscaba captar la alegría que había dejado la resaca de la festividad entre la comunidad de trabajadores, ambas se dirigen a ella:
– “Hacedle foto a esta, que es donde salimos todos”.
Mientras, observan sonriendo la instantánea grupal en la que van vestidos de arlequines.
Justo después, colocada delante del cartel ‘Comerç verd’, que hace referencia al comercio de proximidad en Cataluña, una clienta se dirige a María Teresa y le pide naranjas y plátanos. Ella le atiende encantada y enzarzan su conversación habitual, puesto que los treinta y ocho años que lleva de experiencia en el puesto le han llevado a tener cierta relación de confianza con la clientela.
– “Cuando venía la batucada, nos vigilaban los productos para que pudiéramos salir a bailar. Por eso digo que este año fue de diez; tenemos una relación muy especial”.
Aunque, tal y como revelan algunos dependientes de las múltiples paradas, el mercado ya no es lo mismo que antes e incluso una de ellas, Isabel, lo achaca a su semblante, cada vez mayor, a la Boquería, debido al turismo que se empieza a concentrar a su alrededor. También María Teresa recuerda que “había mucha más unidad en el mercado viejo que en el nuevo”.
“venir al mercado es hacer vida social”
Maritza, clienta habitual del Mercat de Sant Antoni.
Aun así, sigue siendo un punto de reunión, sobre todo entre las personas de edad avanzada, acostumbradas al consumo de productos frescos y alejadas de los procesados de los grandes supermercados como Lidl, instalado en la zona inferior del establecimiento.
Después de pasar un largo rato conversando en la parada ‘Fruites i verdures Enric Viladomat’, Maritza coloca la fruta dentro de la bolsa de tela que utiliza para llevarse la compra. La mujer, a sus 54 años, lleva desde los siete siendo clienta habitual, ya que desde pequeña ha acompañado a su madre a por pescado y verdura. “En la pescadería me retienen media hora hablando hasta que me despachan; venir al mercado es hacer vida social”, expresa con media sonrisa. Por otro lado, prefiere la carne del conocido comercio de Las Ramblas.
La dueña de ‘Xarcuteria Mary’ asegura que la gente acude al mercado por la calidad que se ofrece y destaca el jamón dulce como su producto estrella, que, con cuidado, prepara para colocar en el escaparate. A ella no le preocupa la cercanía de los supermercados en cuanto a competencia. “Si vienen al Lidl, por ejemplo, muchos aprovechan y suben aquí a comprar otro tipo de género”, explica.
De esta manera, el Mercat de Sant Antoni se constituye en una infraestructura que goza del comercio “de toda la vida”, con sus carnicerías, fruterías, pescaderías, charcuterías, tiendas de conservas, huevos y frutos secos. Y que, además, incorpora varias vertientes extra: los Encantes como tiendas de ropa, calzado, mercería, lencería, joyería y accesorios, situados en los pasillos exteriores del establecimiento y el Mercado Dominical, un lugar cultural y social de venta e intercambios de libros, que se pone los domingos en la parte de fuera.
Es por eso que el edificio, en remodelación durante 9 años y galardonado como mejor infraestructura en 2018, atrae a consumidores de buena cocina, del ámbito de la moda, pero también a curiosos, lectores, coleccionistas de cromos y hasta a artistas de danza, lo que da paso a descubrir las otras comunidades del propio Mercat.
Junto a la muralla romana, mañanas y tardes se reúnen bailarines con altavoz en mano y vestimenta “del rollo” y se dividen a lo largo de la zona que, por el eco que se produce al estar en un espacio semi-abierto y bajo el suelo, ofrece una gran sonoridad de la música.
«Estamos en un lugar muy cultural”
Andrea, bailarina.
Como un Foro Romano de la Antigua Roma, o Forum Magnum, el lugar se convierte en un espacio público donde la ciudadanía realiza su vida social y donde el intercambio de mercaderías y el baile se convierten en las funciones destacadas.
– “Si salís por esta puerta veréis que están ensayando; mejor que estén aquí y no en la calle. Es otra manera de crear comunidad, de hacer barrio”, comenta Maritza.
Melodías sin letra de todo tipo de géneros musicales, Hip hop y Break Dance como estilos principales. A lo lejos, sus ritmos se dejan escuchar entre los grandes muros de piedra que se hallaron tras las obras. “¿Es rápida la entrevista? Tenemos solo dos minutos”, advierte uno de los tres jóvenes que se encuentran bailando frente a la muralla. La música no para de sonar y uno de los integrantes sigue con su entrenamiento diario, obviando cualquier tipo de distracción. “Es un sitio donde viene todo el mundo a bailar, a hacer actividades… Estamos en un lugar muy cultural”, presume Andrea. Explican que vienen todas las mañanas desde hace algunos años, pero que el momento de mayor movimiento se da por las tardes.
Los hip hoperos en toda su esencia, con chándal, deportivas y rozando la veintena a un lado, adolescentes como Lua y Sofía, que aprovechan cuando no tienen instituto y se acercan a “hacer contemporáneo” o en solitario, para la creación de shows de Break y clases de baile Funk, Rubén y Tania que se instalan a distintos lados del espacio. Los grupos, focalizados en lo suyo, crean una especie de comunidad de bailarines que, aseguran, “se conocen entre todos”.
Con el sonido del bajo electrónico como apoyo, Tania procede a mostrar la coreografía que está ensayando, no sin antes colocar su mochila y otras pertenencias bien juntas, por temor a que le roben. Sin embargo, comenta que se siente segura porque si le pasara cualquier cosa, “los otros grupos estarían allí para ayudar”. Durante la exhibición destaca los movimientos de brazos y tronco y en alguna ocasión los combina deslizándose por el suelo.
Ya desde la época romana, se introdujo la danza, que formaba parte de procesiones, festivales y celebraciones. Pero, después del año 150 a.C., la nobleza romana tachó dicho arte como una actividad sospechosa e incluso peligrosa, a la que puso fin.
La seguridad del mercado trató de hacer lo mismo con la comunidad de bailarines de la planta baja, puesto que no es un lugar destinado a ello. Anteriormente, frecuentaban la plaza del Macba (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), donde se dejan ver skates y patines y de la que tuvieron que trasladarse porque “la gente iba a hacer botellón y a liarla”, lamenta Tania. Ahora, y desde que quitaron las restricciones por Covid, han llegado a una especie de acuerdo y pueden disfrutar del espacio actual, confirman los artistas.
Las múltiples posibilidades de crear comunidad que ofrece el Mercat de Sant Antoni han significado para el Ayuntamiento una vía social que poder explotar con diversas actividades. Desde la reestructuración, se han organizado conciertos, espectáculos de danza, recitales de versos, espacios para niños y talleres para personas mayores. También, asegura Tania, han tomado parte las escuelas de baile de la zona y “se han hecho batallas”.
Aun así, existen dependientes, sobre todo en los Encants, que son reticentes con la falta de promoción por parte de la institución pública, a la que exigen una mayor preocupación por el pequeño comercio.
Escasea el movimiento entre los pasillos y las persianas van bajando, ya no hay tiempo para más preguntas. Los dueños y empleados de las diferentes paradas cierran para irse a comer y toman un merecido descanso de tres horas, que aprovecharán para seguir haciendo familia, ahora con la suya propia.
En la zona inferior, el punto de encuentro de la subcultura también empieza a vaciarse, ahora sin la mezcla de ritmos musicales a todo volumen. Los bailarines poco a poco recogen sus mochilas y otras pertenencias y dan por terminado su entrenamiento matutino.
Son cerca de las dos del mediodía y ya solo queda Rubén, un profesional de la disciplina de Break que todavía sigue en la zona preparando un nuevo show. Antes de su exhibición expone los elementos clave que hacen del lugar algo especial: “baile, practicar y compartir”.
Los dos niveles del mercado, arriba una comunidad de comercios originada de generación en generación y, abajo, la aparición de un lugar de reunión donde ahora muchos jóvenes acuden a practicar sus hobbies, acaban por recuperar el espíritu de un imperio que ha estado durante siglos descansando bajo las ruinas del barrio de Sant Antoni.