Las realidades paralelas en el Mercado de los Encantes de Barcelona

Un texto de Joao Gabriel Borges, Layla Zaoui, Alice Spada y Marta Franco

Conexión y contraste. Culturas entrecruzadas y percepciones paralelas. Mezcla y choque. Andrés, Jamal y el Mercado de los Encantes. 

“Este no es el mismo mercado que teníamos antes. Este es otro mercado, con el mismo nombre.” 

Viaje al pasado: este mercado milenario ha experimentado una de las últimas transformaciones históricas en 2013. De la clandestinidad y el callejerismo a un modelo más organizado e institucionalizado.

Bajo la reluciente hoja dorada de la Catedral de los Encantes se refleja hoy el mercado, en Plaza de Glories. Así el mercado de los Encantes ha conseguido consagrarse como un icono de la ciudad de Barcelona, de ayer, ¿y de hoy?

El espejo de oro. Fotografía hecha por: Marta Franco.

Paralelos y antítesis: entre pasado y presente.

Los Encantes tenían buena fama antes de su traslado a la ubicación actual, también entre los vendedores no autóctonos de la capital catalana. Jamal, que lleva toda la vida siendo comerciante y seis años trabajando en los Encantes, cuenta cómo el mercado antiguo, los Encantes Viejos, eran conocidos y reconocidos en toda Europa. 

Los encantistas actuales – así se conoce el gremio de los vendedores de este mercado – cuentan y escuchan historias centenarias de acontecimientos pasados y anécdotas que permanecen en la leyenda no escrita del mercado. Entre el viaje a espacios lejanos y la cotidianidad espacial del mercado actual, de infraestructura contemporánea, reluciente si se mira por arriba y de frío hormigón por debajo. 

El mercado al aire libre se llevaba a cabo en la misma zona de la ciudad, pero no exactamente en el mismo lugar, y contaba con la venta de objetos de dudosa procedencia. Algo que, a los ojos de los visitantes, puede parecer que siga ocurriendo, aunque el proceso de compraventa de las mercancías  está supuestamente más vigilado y controlado. Esta duda sobre el origen ilícito de los objetos de segunda mano, el material tecnológico, la ropa, se disuelve al hablar con Jamal: los comerciantes participan en una subasta a puertas cerradas cada mañana a las 8:00, antes de que la reja se abra. 

La percepción de los vendedores recién llegados choca con la de quienes han vivido todas las fases de esta transformación en primera persona: de un espacio al otro, de un tiempo al otro. Jamal se muestra genuinamente agradecido por estar trabajando actualmente en el mercado, que está recuperando su vaivén de gentes y mercaderías después de la pandemia de COVID-19. Andrés, encantista veterano que se dedica a la fotografía y al audio, añora el “caliu” que caracterizaba al anterior modelo de mercado. Un espacio que se podía recorrer lineal y ordenadamente con “una proximidad diferente”, argumenta:

“Este es otro mercado, con el mismo nombre. Es algo totalmente diferente, no tiene nada que ver. Un mercado más ordenado, pero que se desarrolla arriba, abajo, aquí y allí. Se ha ganado en calidad para los vendedores a nivel de urbanismo, pero mucha gente antigua ya no viene: se han perdido clientes, toda la gente mayor, aunque hemos ganado clientela por otros lados.” 

De los Encantes de ayer, a los Encantes de hoy.

A pesar de la percepción nostálgica sobre la cercanía con los clientes de algunos comerciantes, los Encantes no pierden el brillo de los siglos y siguen manteniendo la esencia de un lugar frenético y encantador donde la sensación es que se puede encontrar cualquier cosa, como también su contrario. No hay más que estar en este espacio cinco minutos para percibir que la madeja de artilugios, idiomas, gritos y personas se entrecruzan entre ellos y chocan el uno con el otro. 

Los colores del mercado. Fotografía hecha por: Marta Franco.

Una fotografía de un mercado tradicional, parece. Pero los tiempos actuales van rápido: a las influencias de naturaleza lingüística e intercultural, se añaden las transformaciones en los hábitos de consumo debido a la llegada del Internet. Las innovaciones tecnológicas modernas se infiltran sutilmente en uno de los espacios más típicos de la interacción humana, desde los tiempos del trueque. Y el mercado o cambia, o muere. 

Pese a encontrarse en los Encantes, las mercancías que se exhiben están en ocasiones catalogadas en otras plataformas digitales. Siempre más a menudo, los tratos de compraventa que se cierran a diario ocurren con clientes que se encuentran muy lejos de allí. Todos los comerciantes se adaptan como pueden a la nueva realidad híbrida. “El vendedor que no esté en Wallapop, está acabado,” comenta Andrés, con un toque crítico. 

“De repente, tenemos un mercado virtual en Internet. Esta mañana me levanté y ya he hecho cuatro ventas en Wallapop. ¿Y aquí en el mercado, qué pasa? Hasta la una me quedaré solo y estaré enganchado todo el santo día al celular. Antiguamente la gente te llamaba, venía aquí y compraba.”  

Un mercado paralelo, descentralizado, en el que cualquier persona puede convertirse en vendedor y adquirente a la vez, sin pasar por el espacio físico del mercado, organizado en un momento o entorno específico. El mundo online es una dimensión donde los clientes más jóvenes tienen menos pudor a gastar el dinero, así cuentan los comerciantes. Andrés reconoce operar más por internet que físicamente al día de hoy, sobre todo por lo que concierne a la resurrección del vintage y la sostenibilidad entre las nuevas generaciones. Pero, con un tono algo amargo, confiesa: 

La juventud está estereotipada de manera diferente: tiene Internet. Y en Internet compran todo. Al revés, habría que acercar más a la juventud al mercado para que conocieran las cosas maravillosas que aquí pueden encontrar por cuatro duros.

Si hay algo en el que tanto Jamal como Andrés concuerdan es la presencia de una fuerte componente árabe en los Encantes, que se concentra en las los escaparates del centro del mercado, se nota en las variedades de productos, se escucha en los matices del idioma que resuena en los pasillos al aire libre. Si bien Andrés reconoce lo enriquecedor que es la diversidad para el mercado, que, literalmente, “está de puta madre”, hay una tímida sombra de juicio en sus palabras: “Quien compra [las mercancías para venderlas] ha sido el árabe y a nivel cultural funcionan de manera diferente, tienes que ser cuidadoso. No le gusta que los fotografíen, por ejemplo.” 

Aunque situaciones parecidas puedan resultar ciertas en algunos casos, esta resistencia frente a la grabación o la concesión de entrevistas también ocurre con individuos de habla catalana o española. Sin embargo, las cámaras o los celulares no son siempre barreras para la interacción. Jamal, un joven encantista marroquí, no se ha negado a contestar a ninguna pregunta, ni a ser grabado. La condición que permitió finalmente una conversación fluida fue acercarse y dirigirse a él en el idioma que comparten África del Norte y Oriente Medio.

“Nosotros los árabes somos como cualquier otro, depende de la persona: puedes encontrar a gente buena y gente mala independientemente de donde sean. Te tienes que fijar en el alma de las personas, analizando primero tu carácter: si eres bueno, nadie te va a hacer daño.”

A veces, se nota una falta de entendimiento entre vendedor extranjero y cliente extranjero por causas discursivas y filológicas, que pueden influenciar la percepción de los clientes. A preguntas en inglés, Jamal contesta en español. Pero no todos lo podrán entender sin alguien que traduzca las respuestas simultáneamente.

Cliente extranjera: “How much is this?” 

Jamal: “Ocho euros.” 

Alice: “Eight euros.”

Cliente extranjera: “Eighteen?” 

Alice: “No, eight.”

Y es cierto: los tiempos corren, los espacios mutan, las modalidades de compra se digitalizan, reduciendo al mínimo las distancias, el tiempo gastado, los diálogos. Hasta cambia el precio del parking, comenta indignado un cliente por la subida de la tarifa. No obstante, parece que una capa sutil y transparente de prejuicio aún envuelve lo desconocido o parcialmente conocido a nivel humano. Y por más que clientes y vendedores sean educados informática y digitalmente, el idioma y la interacción cara a cara parecen todavía ser origen de percepciones distintas de la realidad o incomprensiones, en ocasiones indisolubles.  

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