Los lugares cuentan historias

Prestando la suficiente atención y preguntando a las personas adecuadas, una parada de bus, un banco en pleno centro de Barcelona, un mercado o la recepción de un hotel antiguo, se convierten en memorias, anécdotas y recuerdos.

¿Qué tienen de especial los mercados? Cuando pensamos en ellos, pensamos en cercanía, en proximidad. Pensamos en Paquita, que lleva veinte años trabajando en su pescadería y le pregunta a Margarita qué tal le fue la revisión del otro día. En Sergio, que se ha levantado a las seis de la mañana para poder vender productos frescos, y en Carmen, que ha llegado al mercado a primera hora para poder comprar el pescado que ese día cocinará para sus nietos. Pensamos en colores, sabores, calidad. Entre todo el ruido que produce la concurrencia de las personas, el conjunto de olores y el poder de la negociación. Pensamos en ajetreo y en vida.

Como todos los lugares, los mercados han sido testigo de primeras y últimas conversaciones. De momentos tristes y felices. De encuentros y miradas. Pero hay algo que los diferencia de aquellos espacios que son simplemente de paso: las historias y las vidas de las personas que permanecen siempre allí, aquellas que consideran el mercado su segundo hogar. Por la compañía, la tradición, el vínculo y la historia que emerge. 

Mercè, Susana y Montse son tres mujeres que trabajan en el Mercado de Sants. Cada una de ellas tiene su propio negocio. Mercè regenta Leyva Peixaters desde hace más de cuarenta años, Susana dirige Montero y lleva trabajando en ese puesto desde los dieciocho años, y Montse está al frente de Pesca Salada Figueras desde hace ya más de cuatro décadas. 

El Mercado de Sants es en sí mismo un hito. La historia de vida de muchas familias que heredan sus profesiones y los puestos del mercado generación tras generación. Es una tradición y el motor de vida de descendientes que nacen entre la negociación, la venta y la lucha por la supervivencia. 

Entrada del Mercat de Sants
Diferentes historias atraviesan las puertas de este mercado de la ciudad de Barcelona

Este edificio abría sus puertas en 1913, por aquel entonces con el nombre de Mercado de l’Hort Nou. Este suponía el cúlmen de un proceso largo que se había iniciado con la venta itinerante de pescadores y agricultores que vendían sus cosechas en la calle del Sant Crist. Más recientemente, en 2014, el mercado de Sants fue re inaugurado tras cuatro años de grandes reformas que cambiarían su distribución y le darían un aspecto más moderno y funcional. El interior del mercado cuenta con paradas dedicadas a la alimentación y productos frescos y, el exterior, es aprovechado por otro tipo de establecimientos dedicados a la venta de ropa o accesorios. Del mismo modo, la remodelación del edificio trajo consigo la apertura de un supermercado Mercadona, el que, según nos cuentan, no ha hecho más que atraer a nuevos clientes y acercarlos a la venta de productos de proximidad. 

Los puestos de Mercè, Susana y Montse han presenciado las diferentes etapas del mercado. Sus paradas ya no se encuentran ubicadas en los mismos espacios que las de sus padres y abuelos, pero el espíritu y la historia del mercado continúan.

Son personas diferentes, con situaciones diversas. A pesar de eso, sus historias convergen en un punto común, en un espacio determinado. El mercado de Sants. Ese sitio las ha visto crecer, aprender, enamorarse y esforzarse. Décadas de trabajo, de rutina, de convivencia. El mercado forma parte de sus historias, igual que ellas forman parte de la historia del mercado. Es el lugar donde se unen sus trayectorias. 

Montse, trabajadora del Mercado
Montse habla de su vida en el mercado, recuerdos y vivencias de una experiencia única

El amor

Mercè conoció al amor de su vida comprando en el mercado. Su pescadería era antes de su suegra, y su marido trabajaba allí cada día. A Mercè, desde muy pequeñita, la llevaron a comprar al mercado. Y cuando se hizo más mayor, siguió comprando. Hasta que por fin, el chico que la atendía cada semana le propuso una cita. Y después de esa cita vino otra. Y otra. Hasta que se casaron y ella empezó a trabajar como pescadera. Tuvieron hijos, que también empezaron desde que eran niños a enamorarse del mercado. Ahora trabajan todos juntos en el puesto. 

¿Y si contáramos esta historia, pero al revés? Susana empezó a trabajar en Montero, un puesto de comida casera, a los dieciocho años. Sus anteriores jefes le enseñaron todo lo que sabe y le traspasaron su amor por la vida en el mercado. Había un chico que acudía más veces de lo normal a comprar. Cada día se llevaba algo diferente y a Susana le alegraba verle. Los jefes de Susana acabaron por jubilarse y ese chico decidió comprar la parada donde ella trabajaba. Poco después se casaron y, a día de hoy, siguen trabajando juntos codo con codo. Recuerda con cariño que, ese lugar donde empezaron a vender dos personas, hoy se ha convertido en un negocio con una plantilla con diecisiete personas contratadas.

Montse empezó a trabajar en el mercado a los ocho años. Desde que era una niña, sus padres la llevaban con ellos al mercado, donde iban comprando algo de allí y algo de allá. Lleva enamorada del mercado desde que tiene uso de razón. Igual que de su marido, que también empezó desde pequeño a trabajar en la carnicería de al lado. Sus padres, los de ambos, se conocieron en el mercado. Y sus tíos. Ahora que sus hijos están en la pescadería, ¿encontrarán también allí el amor?

La rutina

Mercè se levanta a las siete de la mañana para preparar la parada con su hijo. En cuanto el mercado abre, la clientela empieza a venir y ella atiende a todo el mundo con una sonrisa, saludando personalmente a sus clientes y vendiendo el pescado fresco de cada día. Esta es su rutina diaria. Actualmente trabaja en horario de mañana, hasta las tres de la tarde, sin embargo, hace años también trabajaba por las tardes. Mercè asegura que, con los años, esa jornada tan estricta empezaba a pesarle, desde entonces es su hijo quien se encarga del puesto hasta el cierre. 

Montse no trabaja los lunes, pero de martes a sábado está en el mercado desde las 6 de la mañana, dejándolo todo atractivo y cuidado para sus clientes. Está de cara al público hasta las tres de la tarde. Como en su puesto son solamente dos personas, no abren por la tarde para poder descansar y coger fuerzas para el día siguiente. Después de más de cuarenta años siendo bacaladera, ella nos cuenta que sigue disfrutando de su día a día y recuerda su infancia y su juventud muy felices en el mercado. 

La rutina de Susana es un poco diferente. Sobre las dos y media de la madrugada ella y su marido ya están en el obrador, que está cerca del mercado, para empezar a cocinar todos los platos que van a vender ese día. A las seis y media de la mañana Susana ya está en el mercado y lo deja todo listo. Se le va pasando la mañana entre caras conocidas que aprecian la comida que prepara. A las dos del mediodía ya empieza a estar cansada, así que espera a que su compañero, que tiene una pescadería cerca de su puesto, acabe su jornada para llevarla a casa. Aprovecha la tarde para hacer cosas en casa y, sobre todo, dormir. A las dos y media de la madrugada del día siguiente ya vuelve a estar en pie. 

La comunidad

Mercè, Montse y Susana conocen a la mayoría de personas que vienen a comprar. Se saben sus nombres, lo que van a  hacer durante el día, si se van a ir de vacaciones, el día que van a peluquería o cómo ha ido la comida familiar que tenían el sábado. 

Las personas de edad más avanzada, las llaman por teléfono si no pueden asistir a su día habitual de compra en el mercado, para hacerles saber que están bien, que no les ha pasado nada. Les llevan a sus hijos y a sus nietos, para que Mercè, Montse y Susana puedan conocerlos y verlos crecer. Ir al mercado se convierte en una tradición que acaban siguiendo generaciones. 

Las personas jóvenes también van a comprar, sobre todo por las tardes, después de trabajar. Les gusta el trato personalizado y la comida de calidad, por eso, aunque vayan a comprar cosas que necesitan en el Mercadona de al lado, siempre se paran a comprar pescado, garbanzos o estofado. Además, traen a sus hijos que también disfrutan de ese rato de alboroto y alegría. 

Así, Mercè, Monste y Susana les cogen cariño, y están completamente convencidas de que Margarita, Ramón, Joan, Maria… (y un largo etcétera de personas que van a comprar a veces solo para verlas), también les tienen cariño a ellas. 

Parada de frutas en el Mercado de Sants
Óscar ayuda a Paquita, que lleva comprando en la parada de su familia más de veinte años, a escoger las mejores piezas de fruta de su puesto

El mercado es mucho más que un edificio donde tiene lugar un proceso laboral y de compra venta diario. Como para Mercè, Susana y Montse, el mercado es la historia de su vida. Montse es el fruto de una relación parental que se creó y creció allí. Una mujer acostumbrada al alboroto de la negociación y familiarizada con la rutina del mercado, y que continúa pasando su legado a futuras generaciones. Susana lleva media vida trabajando en el mercado, al igual que sus padres y sus suegros. Hoy regenta un gran negocio que quién sabe si mañana heredarán sus descendientes. La historia de Mercè no sería diferente, la parada era de su familia política y continuó con una tradición que hoy reúne a más de tres generaciones. 

El mercado, foco de vida. Las relaciones entre las personas que conviven ahí día a día, como si fueran una familia, convirtiéndose en un bucle constante. Un lugar que se caracteriza por las personas que lo componen, por la hospitalidad, la amabilidad y el cariño con el que reciben y cuidan a sus clientes. Las características de un mercado nacen de las personas que lo componen y lo conforman, de la hospitalidad, la simpatía y el cariño con el que reciben y cuidan a sus clientes. El mercado como un espacio de tranquilidad y confianza que no deja de crecer creando momentos y recuerdos. Las historias de Mercè, Susana y Montse se repiten en el tiempo, son la actualidad de varias generaciones que han crecido en el interior de las puertas de este histórico edificio. Las memorias que se tejen, construyen no solo la historia del Mercat de Sants, sino la de sus propias vidas. Al final, ¿qué sería un mercado sin vida? ¿Un lugar sin historias?

Artículo anteriorLAS VIDAS QUE SE CONECTAN EN LA ESTACIÓN DE FERROCARRILES DE PLAZA CATALUÑA
Artículo siguienteEntre cambios y contrastes