La atención sanitaria ha sido una de las víctimas de la incontrolable desinformación que circula por redes sociales y servicios de mensajería, provocando la aparición de falsos escenarios sobre las consecuencias de esta pandemia en los centros de salud. Para contrarrestar los efectos de esta desinformación, acudimos a los protagonistas de esta batalla contra el coronavirus, para esclarecer, a través de sus relatos, el real escenario al que se enfrentan.
Todos los días, a las ocho de la tarde, las solitarias calles de España pierden el silencio sepulcral del confinamiento y, la ovación de los ciudadanos, en forma de agradecimiento y apoyo al personal sanitario, de seguridad y de alimentación, se hace escuchar por todos los rincones de las ciudades. La situación se repite en la mayoría de los países del mundo que viven los estragos de esta pandemia, que ya deja, cerca de un millón de infectados.
Doctores, enfermeras, trabajadores sociales, farmacéuticos, laboratoristas, personal técnico y auxiliar, se exponen diariamente al contagio para intentar cubrir los distintos frentes donde se combate el virus. Teniendo que dejar incluso el contacto con sus más cercanos, estos sanitarios, son sometidos a extensas jornadas de atención, donde además, deben lidiar con la falta de espacios para atención de pacientes, la escasez de equipos de protección personal (EPI), y sobre todo, con una carga emocional importante al ver directamente los estragos que esta pandemia está causando.
Falsos escenarios creados por la desinformación
Lamentablemente, la desinformación a la que se expone la ciudadanía, producto del exceso de información en torno al coronavirus -muchas veces falsa, alarmista o emitidas por fuentes no válidas- ha creado un clima de pesimismo y falsos escenarios en torno a la situación que realmente se vive en los centros de atención. Claro ejemplo de esto, son las publicaciones, de supuestos sanitarios, que circulan por redes sociales y servicios de mensajería. En estos relatos, generalmente se alarman a la población sobre el caos que se vive al interior de los hospitales por el exceso de pacientes contagiados, las supuestas muertes de personas que no están dentro del grupo de riesgo, e incluso, medicinas milagrosas que curan el coronavirus. Contenidos que finalmente sólo contribuyen a la paranoia y caos en la población.
Audio de supuesta trabajadora del hospital Fundación Jiménez Díaz de Madrid.
La primera línea de batalla a través de la voz de sus protagonistas
Sergio García, trabajador social, se enfrenta diariamente a una de las caras más crudas de esta pandemia: el cuidado de ancianos, el grupo etario con mayor tasa de letalidad (17,9%) según datos del Ministerio de Sanidad. Desde la Residencia San Lorenzo de Gavà, Sergio cuenta que desde el inicio de esta crisis ha tenido que modificar sus rutinas y horarios de trabajo para adaptarse a las necesidades de atención en el recinto: “Aparte de mis labores como trabajador social de la residencia, he tenido que ayudar al personal auxiliar, paramédico y enfermeras, en la entrega de desayunos y colaciones por ejemplo. La entrega de los desayunos es un poco antes de mi horario de entrada, por lo que ahora adelanto mi turno para poder cooperar con estas labores, ya que las manos no sobran en esta instancia”.
Pese a que sus horas de trabajo siguen siendo respetadas, reconoce que hay mucho trabajo en la residencia desde que explotó esta crisis y, además, muchas veces no cuentan con todas las herramientas necesarias para atender a los ancianos: “Ya no están llegando los test para detectar el coronavirus, ya que la prioridad, la tienen los centros de salud donde se atienden los casos de grupos etarios más jóvenes”, cuenta el trabajador social. Ante esto, los residentes que comienzan a presentar síntomas, son aislados en un zona que ha sido habilitada para tratar los casos de Covid-19, incluso, sin la certeza de estar tratando un coronavirus debido a la falta de las pruebas de detección de éste.
Uno de los principales flancos de esta lucha son los hospitales, recintos donde la estructura del personal, e incluso la de las mismas instalaciones, ha tenido que ser modificada para atender a los miles de pacientes que llenan sus salas, unidades de cuidados intermedios e intensivos, quirófanos y camillas.
Marina Redondo, enfermera del Hospital del Mar de Barcelona, tuvo que dejar de lado sus funciones en la sala de parto, el centro de salud y en las urgencias ginecológicas, para dedicarse de lleno a la atención de pacientes con coronavirus. “La necesidad del hospital es que cualquier enfermera que no esté trabajando ahora o, que no pueda ejercer su trabajo porque se dedica a situaciones complementarias -salas de parto o actividades del día a día que no son prioritarias-, se dedique completa y exclusivamente a la atención en planta de pacientes con coronavirus”, cuenta Marina.
Asume que la situación “es muy límite, sobre todo por el colapso de gente que hay. En todas las plantas de nuestro hospital, y todos los hospitales en general, es muy raro que no hay un paciente positivo coronavirus. (…) De hecho, llega un momento en que las plantas se confinan, lo que quiere decir, que todos los pacientes tienen coronavirus, que la planta está sucia. Hasta que tú no sales de la planta, no estás limpio”, dice la enfermera.
La carga emocional con la que debe lidiar el personal sanitario, es otro de los aspectos que Marina hace alusión: “Lo que más te duele en el alma, es ver esta situación en que las personas se encuentran muy solas, con falta de apoyo y compañía, esperando a que esta enfermedad vaya curando por sí sola, porque por desgracia, no existe una cura”.
«hay un ambiente de comprensión, cooperación y de apoyo emocional al interior de los hospitales, que es imprescindible en este tipo de catástrofes»
Aunque el aislamiento social obligatorio está siendo la medida más popular para afrontar la pandemia, la lucha contra el coronavirus no maneja una estrategia unificada. Distintos países han decidido afrontar el problema desde otros frentes, esperando que la protección de la población no afecte gravemente la economía, que es lo que muchos gobiernos han expresado como una prioridad en este momento.
Ante un escenario que apunta a que es inevitable que un gran porcentaje de la población global se infecte, y una vacuna que no estará lista en menos de un año, algunos gobiernos, como el de Chile, están apostando por una “infección por grupos poblacionales”. Así nos cuenta Sandra Moncada, médica endocrinóloga en Santiago, donde además de ser una ciudad con alto número de contagios, el sistema de salud y la priorización en la economía dificultan la atención propicia para contener el virus. Para ella, la situación en Chile parece reafirmar los reclamos del estallido social vivido en los últimos meses en el país austral.
“Yo creo que el gran fantasma, el gran problema de esta enfermedad, es que es silenciosa, altamente contagiosa y, las personas piensan que no les va a pasar nada, y no es así”